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Casi todos los connacionales tenemos referencias de la época del “Cine de Oro Mexicano”, que se produjo en el periodo 1936-1956 y que fue reconocida mundialmente por su calidad técnica y artística; además de que en el interior del país fue recibida gratamente por su capacidad para reproducir en la pantalla las inquietudes, vida y tradiciones de nuestro pueblo. El “cine de oro mexicano” está asociado a nombres de grandes artistas como Luis Buñuel, Emilio El Indio Fernández, Dolores del Río, María Félix, Flor Silvestre, Jorge Negrete, Pedro Infante, Mario Moreno Cantinflas, Ismael Rodríguez y Julio Bracho. A pesar de que se reconoce el trabajo de directores, actrices y actores, no siempre se hace justicia a las personas que están detrás de la cámara, que se encargan de presentar las imágenes más congruentes con la historia contada y de cuidar su perspectiva estética en la pantalla.
Gabriel Figueroa fue uno de los directores de fotografía más importantes del “Cine de Oro”. Su filmografía abarca, entre otros títulos, Allá en el Rancho Grande –de Fernando Fuentes, uno de los fundadores de ese periodo– Macario, Nazarín, Los olvidados, Canasta de cuentos mexicanos y La noche de la iguana, producción estadounidense con la que Figueroa ganó una nominación para el Oscar por mejor fotografía.
Casi todas sus grabaciones fueron en técnica de blanco y negro, lo que puede ser una desventaja para el público acostumbrado a los colores vívidos del cine actual, más comercializado; pero el conocimiento de las sombras en manos de Figueroa alcanzó tal maestría que los colores no eran indispensables. Su fotografía fue realista; pues se enfocó a reproducir, con sombras y luces, imágenes semejantes a lo que ve el ojo humano. Era superdetallista y arriesgado, ya que no todos los cinematógrafos de la cámara en blanco y negro se atrevían a hacer tomas en las que solo un elemento de la imagen haya sido el protagonista; pues esto requiere un elevado grado técnico para que no resulte demasiado iluminada u oscura y se pierdan los detalles. Pero Figueroa se arriesgó y lo logró.
Su calidad técnica y amplia producción fueron suficientes para que Gabriel Figueroa fuera reconocido ante las siguientes generaciones de artistas, las que no deben olvidar el compromiso social que adoptó con el país. Su fotografía mostró el paisaje, las costumbres y la vida del México que vivió y lo hizo tan bien que Diego Rivera lo nombró “el cuarto muralista”. Pero Figueroa no se limitó a llevar al pueblo mexicano a la pantalla grande, sino que, apoyado en su renombre, contribuyó a mejorar las condiciones de los trabajadores del cine y, en 1934, fundó, con figuras como Jorge Negrete y Cantinflas, la Asociación Nacional de Actores (Anda), sindicato creado para defender los derechos de quienes se desempeñan en este campo. Figueroa apoyó la huelga de los trabajadores cinematográficos hollywoodenses en 1946; y no permitió que los laboratorios mexicanos colaboraran con ninguna producción estadounidense mientras duró el paro.
La vida y la obra de Gabriel Figueroa son un ejemplo de compromiso social y calidad artística; también demostró que éstos no son antagónicos, y que el arte comprometido abre nuevos caminos a la creatividad artística del pueblo y para el pueblo.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).