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Poeta argentino nacido el nueve de septiembre de 1927. Cuando era muy niño, su familia se mudó al Paraje Estancia Caimán, lugar prototipo del gaucho, estepas, lagunas y animales salvajes; gracias a este ambiente aprendió guaraní que nunca dejó de hablar, aun cuando hizo sus estudios en Buenos Aires. En la capital se vinculó con pintores, poetas, escultores, cineastas y músicos surrealistas con quienes fundó la revista Letras y línea, ahí escribió sus primeros poemas en los que narra un universo fantástico de su infancia en el campo y que define como “el centro de su universalidad”.
En 1954 sale a la luz su primer libro de poesía El pequeño patíbulo, al que secundan18 obras poéticas más. Ganó varios premios como el Nacional de Poesía, el Konez, El Diploma al Mérito, entre otros. Escribió también prosa e impartió numerosas conferencias de arte en varios países. Falleció el 24 de septiembre del año 2000.
Las jaulas del sol
I
¡Oh niño de la siesta, sentado hasta en el aire de tu odio!
Lujoso y verdadero rey del hombre que incendia, que
destapa, que acomete hasta en el velo natal el
arcoíris de calor su gran serpiente, su gran corriente,
su profesión de ser arrodillado que se lanza porque
así lo quiere el agua, las comarcas subidas a las
hojas, todo lo recogido por las palmas por su gran
alimento, su corriente de dios, su arrancamiento
del seno de las joyas-mujeres.
Oh mío, pedazo de recuadro del mundo, recibido
antiguamente por las fieras: en nosotros se levanta
y camina, pero lo acosa el fuego –¡su velocidad
elimina!– hacia donde resoplamos nuestras galas
de enredos de todos los colores, los calores, los
olores y las grandes pestañas destruidas de mi tigre
en el corazón de una provincia.
II
Vengan allí a la casa del diamante calentado por
el agua, al huerto donde el hombre se recoge
para no caer del globo.
Un día, un paso, un día mil pasos, una bestia sueño,
pero con todos los amores permitidos por su amor.
Ni una pérdida.
No, no, tribu mía de mi raza. Raza de ganancia y de lujo,
acopladora, niveladora para el fuego, tambora para
los vientos dementes que saben adorar.
Tenía un camino de patos y de rezos. Al fondo, el agua,
luego, los ojos de los hombres con sus telas
flotando sobre el sol y aquí la misma marca
de globo entre las piernas ¡y un odio por lo estéril!
Oh madre de todos los amores, ven a mí, adórame con
tus hijas. Tiernísima del bosque, ven a mí, yo tengo
una bolsa de fuego cautivado por los gatos
monteses pegada sobre el labio,
¡reviéntame en tu olor!
Cortina de cuero y olor a ojos de infierno matándome
en el bosque.
No tienen puerta para huir los amores.
Círculo de sol repleto de pájaros; tranquilidad de María,
la mecedora de la tarde.
El canto no popular
Yo, el rastreador que ha dormido en los
atrasos de
la luna en los atajos peninsulares, y ahora
siento
el canto del desahogo, a través del
orgulloso coraje
oh mis pequeños seres del desamparo,
canto
mi canto con un lenguaje no popular, pero
cercano
a vuestros vestidos miserables
El vestido las telas livianas de las mejillas
despintadas
el olor de los motines talados de la miseria
siempre
en las flor del fuego del pensamiento
destruido
sin nacimiento en las coloridas y
espléndidas
organizaciones de las albas lujosas de todos
los días
de todos los montones de días ligeros y
azucarados
por las cañas dulces solares irredentas
ininterrumpidas feroces vivientes de la
irrectitud
siempre anárquica del espacio siempre
moderno
y siempre solidario con los cantos de las
invisibles
deidades y de los otros personajes reales
asombrados
de la miseria de los sucios paisanos que
encienden
el clavel del esperma nocturno sifilizado y
demente
y excitado por los cerdos.
Oh, en mi escenario, de rodillas. Cocinas
conteniendo
el aliento del dormido rencor en la palidez
del alba.
Oh, gente sin viajes, que no puede fumar
en el
fuego del universo su tabaco de miel
arrollada por
el invierno, su comida de humo bañando el
ligerísimo
mosquitero de rabia del color el color que
no trajina
por las camas y que solo saluda a la sombra
con
sombrero del Ave María en el altar de los
santos
ensordecidos por los fétidos besos.
Oh, mí, el rastreador que ha dormido tirado
entre
los yuyos, entre la ferocidad joyal de las
palmeras
en el borde del agua, y de una cocina sucia
llena
de lechos sucios y de tarros con jazmines
calentados del ex-alba.
El riesgo de la verdad
Caes en mí como una brusca levedad del clima,
del agua,
de una oblicua y desterrada colina,
castigo delicado de un paisaje solamente hollado
por su propia demencia.
Mi desnudez asume así tu cálido cristal
y se destina más al fondo del celo con piel sonriente candente de tu herida.
Adorada mía tapizada de rayos,
con tu colina bajando todas las aguas de la
locura.
Niña mía, con la boca cargada del esplendor del
plátano, alguien,
alguien tiene que depender del canto.
Amanecer pluvial
Nuestro amargo subtropical melancólico con
boca de serpiente canta en el embarazo de
los ríos.
Ponedle una flor de agua a su veneno,
a su circulación maldita y pequeña,
a su labor de vendedor de bananas a la orilla
del río diario de azúcar, de sífilis, de
sonido.
Escrito por Redacción