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En mi anterior colaboración comentaba que los trabajadores mexicanos laboran las jornadas de trabajo más prolongadas entre todos los países de la OCDE, con las vacaciones más breves y los salarios más bajos. Pero no paran ahí las calamidades. La calidad del trabajo es sumamente pobre, lo opuesto al cuadro idílico ofrecido en el discurso oficial, que destaca solo aspectos cuantitativos generales, como el número de puestos de trabajo recuperados. En la realidad, contradiciendo la verborrea presidencial, el trabajo se ha precarizado.
Gerardo Hernández en El Economista, el día siete de este mes publica: “El trabajo decente es una de las asignaturas pendientes en nuestro país, más de la mitad de la fuerza laboral carece de al menos una de las condiciones para calificar a una actividad laboral como digna. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el trabajo decente o digno es el que se realiza con un ingreso justo, garantiza la seguridad en el lugar de trabajo y la protección social para las familias, brinda mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social, libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos (…) Sin embargo, (…) el 61% de la población ocupada en el país no cuenta con acceso a una institución de salud (…) una de las condiciones de empleo digno (…) El 34% de los asalariados en México labora sin prestaciones (…) el 42% de la fuerza de trabajo subordinada labora sin un contrato por escrito que dé certeza a la relación laboral, sus condiciones y hasta las actividades que desempeñan (…) Según la ENOE, hay 321,474 personas más en esta condición de las que se observaban antes de la crisis sanitaria por la covid-19, para llegar a un universo de 31.3 millones de personas ocupadas en esta condición” (El Economista, Capital Humano). En México, el 12 por ciento de los trabajadores están subocupados (contra ocho por ciento hace dos años); laboran jornadas más cortas de las que pueden o necesitan. En septiembre pasado, en la informalidad se ocupaban 56 por ciento de los trabajadores (contra 50 por ciento en abril de 2020).
Los trabajadores mexicanos padecen niveles extremadamente altos de estrés laboral: “La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 75 por ciento de las personas trabajadoras en el país padece los efectos de un estrés laboral crónico, el nivel más alto de todo el mundo” (El Economista, nueve de julio). Para comparar, el promedio mundial es de 39 por ciento (Gallup World Poll). Tales niveles se asocian en un alto porcentaje también al miedo a perder el empleo y la fuente de sustento familiar; a los bajos salarios, prolongadas jornadas, acoso sexual. El estrés laboral se manifiesta en ansiedad y depresión; genera actitudes negativas y conflictividad psicosocial y familiar; ocasiona desarreglos del sueño, falta de energía y de interés, altos niveles de agotamiento, reducción de la productividad y frustración profesional. Mas no solo es el estrés laboral.
Advierte la ONU que, en el mundo: “… en 2016 más de 745 mil personas murieron por cardiopatías isquémicas y accidentes cerebrovasculares. Lo que tenían en común, además de sus padecimientos, es que trabajaban más de 55 horas a la semana. La investigación, realizada en 194 países, incluyendo a México, concluye que las largas jornadas laborales son el factor de riesgo ocupacional con la mayor carga de enfermedad atribuible”. Karoshi llaman los japoneses a la “muerte por exceso de trabajo”, fallecimientos al final de la jornada o suicidios por presiones laborales. En México no se publican estadísticas exactas de este fenómeno, que en el contexto expuesto deben ser elevadas.
Naciones Unidas México, en boletín del 17 de mayo de este año publica: “La OMS y la OIT alertan de que las jornadas de trabajo prolongadas aumentan las defunciones por cardiopatía isquémica o por accidentes cerebrovasculares (…) trabajar 55 horas o más a la semana aumenta en un 35% el riesgo de presentar un accidente cerebrovascular y en un 17% el riesgo de fallecer a causa de una cardiopatía isquémica con respecto a una jornada laboral de 35 a 40 horas a la semana (…) una tendencia que da lugar a un incremento en el número de personas que corren riesgo de sufrir discapacidades o fallecer por motivos ocupacionales”. Al respecto, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS dice: “Es chocante ver cómo tantas personas mueren literalmente a causa de su trabajo (…) Nuestro informe es una llamada de atención a los países y las empresas para que mejoren y protejan la salud y la seguridad de los trabajadores cumpliendo sus compromisos de proporcionar una cobertura universal de servicios de salud y seguridad en el trabajo” (El Economista, 16 de septiembre). Pero nada de esto hace el gobierno mexicano, ni antes, ni ahora, con la “Cuarta Transformación”.
Se esperaría asimismo que los sindicatos asumieran la defensa efectiva de los trabajadores, pero el sindicalismo auténtico no existe; muchas veces ni en el papel: “… de los 20 millones de trabajadores formales que tiene México, solo cinco millones son parte de un sindicato privado y tres millones de uno público, mientras que el resto no pertenece a ninguno. A ello hay que sumarle los 30 millones de trabajadores informales que hay en el país” (Infobae, 12 de abril de 2019). Ello no es casual. Está perfectamente calculado. Para su adecuado funcionamiento y reproducción, el modelo económico neoliberal necesita impedir que los trabajadores se organicen; y para ello, además, corrompe o somete a los líderes.
El modelo económico vigente destruye no solo el cuerpo, sino la mente de los trabajadores, enloquece, desintegra familias. Y en México esta enfermedad social recibe como tratamiento una dosis diaria de… verborrea, mientras se deja intacta la estructura económica laboral, se sujeta a los sindicatos y se coarta la libertad de organización. Numerosas instituciones llevan el adjetivo de “bienestar”, argucia de idealismo semántico para confundir a la gente, por mera repetición. Pero lo aquí expuesto muestra que es solo retórica; en la realidad, la clase trabajadora vive cada día más lejos del bienestar social. Claro, el Presidente siempre tendrá “otros datos”. Mientras los afectados no levanten la voz, se organicen y protesten, estarán condenados a seguir padeciendo una vida de ilotas… y oyendo discursos soporíferos.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.