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La nostálgica serenidad es una constante en la obra del gran poeta modernista mexicano Luis G. Urbina (1864-1934); y también el paisaje vespertino, nocturno, otoñal; el crepúsculo enmarca gran parte de su producción, la sombra que avanza preludia el final de la vida, la develación del misterio de la muerte, esa gran incógnita que ha estremecido a tantos poetas.
Profundo, reflexivo, conmovedor, es el poema En memoria de mi perro Baudelaire, publicado originalmente en su primer libro, titulado Versos (1890) y luego incluido en Ingenuas (1902). La sencillez del asunto, los instantes finales en la vida de un añoso perro, podrían hacer parecer menor la importancia de la composición; y sin embargo, ¡qué hondos sentimientos despierta en el lector menos entrenado, la reflexión que encierra!
Del raído jergón en que yacía
mi perro moribundo, alzó la testa,
la gran testa escultórica, orgulloso
y altivo, como un dios agonizante.
En sus ojos, profundos y febriles,
súbitamente se encendió un relámpago
de amor inmenso. Mi tristeza entonces
quiso asomarse a mis pupilas para
dar un adiós a aquel amor sublime.
La bestia, estremecida con temblores
de ternura, miró caer mi llanto
y con un rudo y soberano gesto
de angustia y de dolor –¡Gracias!– me dijo
Después, con lentitud doliente y grave,
tras la fatiga del supremo empuje,
como en un cabezal, reclinó el perro
la gran testa escultórica en el muro.
Pero sus ojos tristes, tristes, tristes,
me siguieron hablando:
"Es la primera
vez que no te obedezco, no me llames
ya te voy a dejar, amado mío.
El poeta plantea desde el principio que Baudelaire (nombre que da al can y que fue suprimido en la recopilación de Ingenuas) es un “dios agonizante”, portador de un amor sublime. Después de esbozar con magistrales pinceladas el cuadro del hombre despidiéndose del antiguo compañero, da voz a la criatura moribunda, quien después de disculparse por no poder ya ponerse en pie para recibirlo, hace una síntesis de todas las cualidades que hacen a su especie una de las favoritas del género humano desde su domesticación: apego, docilidad, gratitud y lealtad; pero va más allá: agrega cualidades muy difíciles de encontrar en los hombres: generosidad, sacrificio…
“Viví de ti, por ti, para atraerme
todas las emociones de tu alma,
tus goces, tus pesares y tus sueños;
para buscarte en todo, porque eras
mi única aspiración. A una caricia
de tu mano, a un acento, a una apacible
mirada, se dormían mis instintos,
y un ser inteligente, amable, dócil,
generoso, leal, siempre dispuesto
al sacrificio, fui, bajo el encanto
de tu voz, tu caricia o tu mirada.
¿Quién te amó más que yo, sin un instante
de duda, de desdén y de abandono;
sin una ingratitud, sin un olvido,
sin dejar de ser tuyo, siempre tuyo?
Y así, sin que el lector se haya predispuesto, el discurso del perro moribundo aborda ancestrales preocupaciones humanas. Soy, dice el perro, quien te ha acompañado en cada etapa de la vida; cuando la esperanza y la gloria parecían cerca y también cuando todo lo perdiste.
Fui el compañero insomne de tus penas,
un guardián en el peligro. Fui tu siervo
en el placer, tu amigo en el quebranto,
tu jovial camarada en la alegría.
Acuérdate: se fueron los efímeros
amores, la ilusión y la esperanza;
cantando se alejó la nave de oro
y nos dejó en la orilla obscura y sola.
¿Qué te quedó del Universo, oh pobre
soñador de remotos ideales?
Arriba, mucho cielo, el impasible;
abajo, mucha tierra, la infecunda.
Y yo que era la piedad; un átomo
de vida unido a ti por misteriosos
lazos. Y marchamos. ¿Hacia dónde?
¿al Bien?, ¿al Mal? No importa; íbamos juntos.
Yo fui el festejador de tus sonrisas,
el cantor de tus negras soledades,
yo vigilé tus tristes pensamientos,
yo comí el pan mojado con tus lágrimas.
En el silencio del hogar sin lumbre
yo consolé tus noches de delirio,
y clavando mis ojos con los tuyos
te pregunté ¿qué tienes? ¿por qué lloras?
Ya se ve, en este punto, que la muerte del fiel Baudelaire es apenas el detonador de una reflexión tan honda que es capaz de estremecer al espíritu menos predispuesto contra tales “sensiblerías”. Urbina enumera en este poema las que considera virtudes superiores que debe cultivar el ser humano y que personifica en su leal, amoroso y divino perro Baudelaire; y en la despedida, el poeta pone en el hocico de este amable ser una lista de los peores vicios humanos, mientras lamenta no poder seguir acompañándolo en esta vida.
Ya ves, me voy, te dejo; me entristece
pensar en que no habrá quien te acompañe
por el camino, como yo, besando
tus huellas en el polvo del sendero.
Te quedas con los hombres, los que olvidan,
los que traicionan, los que engañan, solo,
mirando hacia los cielos impasibles,
en pie sobre la tierra despiadada.
Mi muerte no es la tuya; tú sucumbes,
y, transformado, asciendes a otros mundos;
yo fui materia que te amó, no tengo
alma con que esperarte en otra vida.
Tú eres un inmortal; sueñas que, errante
por ese mar azul y luminoso
buscarás, de astro en astro, la imposible
quimera de tu espíritu. Yo vuelvo
a pudrirme en el fango del que salen
el monstruo y el reptil, flores y estrellas.
Mas... cree en el amor, existe, mira,
soy una prueba de que existe: toma
aliento y fe de mi postrer mirada...”
Y un último relámpago en sus ojos
el amor encendió. Gracias, le dije
y me incliné a besar la moribunda
cabeza de aquel dios agonizante.
Los tardíos luceros de la noche
se desleían; un helado viento
como un soplo de muerte, recorría
la llanura en tinieblas; y en el fondo,
tras un alcor, un árbol se agitaba
como un dedo que niega.
Lentamente
sobre el negro ataúd del horizonte,
un crespón blanco apareció en la sombra
y se extendió como triunfal bandera
por el contorno azul de la montaña.
Yo, arrodillado en el jergón raído
en que mi perro agonizaba, estuve
por instantes sin fin, absorto en una
honda meditación. Un gran misterio
rodeábame...
Y uno de mis niños
se asomó a la ventana de la alcoba
y me gritó: Papá, ¡muy buenos días!
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.