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El “trabajadorˮ presidencial
El Presidente peca de cinismo cuando se compara con un trabajador; él ni ninguno de sus familiares trabaja a cambio de un salario; no gana menos de 141 pesos, como los más de 10 millones de trabajadores en esta situación ni forma parte del 60% de quienes
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Los trabajadores usan sus manos e intelecto para hacer de la materia inerte, lo mismo, simples mercancías y servicios que los más impresionantes palacios u obras de infraestructura. Los trabajadores generan la riqueza, pero en el reparto de ésta, son excluidos. El valor económico de cada una de sus creaciones está impregnado de sudor y agotamiento. Ya en el mercado, las mercancías parecen cobrar vida propia y ocultan que son producto del trabajo humano. Por su utilidad, calidad y maquillaje, se venden al mejor postor, pero no muestran la explotación de que es víctima el trabajador. Por más que éste se levanta temprano y se esfuerza cada minuto de su vida en salir adelante, la pobreza lo persigue, lo acorrala y lo devora hasta el tuétano. Para que el patrón sea cada vez más rico, es condición necesaria que los trabajadores acentúen su pobreza. El bajo salario que les paga apenas alcanza para que recupere su energía y vuelva al trabajo al día siguiente. Pero la pobreza no solo lo devora física y mentalmente, sino también lo enajena de su agobiante realidad y termina degradándolo moralmente, pues para que sea una buena pieza del sistema económico, debe adaptarse y ser servil, ya que solo así puede aceptar el rol que le toca desempeñar, incluso debe agradecer a sus opresores la oportunidad que le ofrecen para seguir explotándolo.

La llegada de la pandemia a la vida de los trabajadores ha sido como sal en herida abierta. En todos los países, los resultados son funestos para la clase trabajadora; pero en México, las consecuencias han superado, con mucho, las escenas dantescas del Infierno. Un verdadero horror: las pestes del Covid-19 y del gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T) han cobrado la vida de más de 400 mil mexicanos. Esto coloca a México como la nación con más decesos y la letalidad más alta en el mundo. Muchos nos preguntamos ¿por qué gente joven de 35 y 50 años muere, cuando en otros países, los de Europa, por ejemplo, los decesos se dan en personas mayores de 70 años? La respuesta es sencilla y cruel: los miserables salarios que pagan los empresarios en nuestro país, en contubernio con el gobierno, dan como resultado la existencia de una población con bajas defensas físicas que constantemente se enferma. La gente en edad productiva muere en su casa porque los hospitales públicos están saturados; aunque a veces así lo prefieren porque en éstos no hay garantías de que los pacientes regresen a sus hogares. Cuando los contagiados se internan, la mayoría de las veces sus familiares solo reciben cenizas. No hay para dónde hacerse, las autoridades de salud saben que esto ha llegado a un nivel terrorífico y que ya no pueden ocultarlo. Sin embargo, seguirán insistiendo a la gente que se quede en casa. Pero, además, a un año de pandemia, semana tras semana, mes con mes, han anunciado, criminalmente y sin ningún reparo, que la pandemia está domada. Por ello resultó indignante escuchar en voz del Presidente estas palabras: “¿Por qué me contagié? Porque tengo que trabajar como millones de mexicanos. Ni modo que me quedara todo el tiempo encerrado, no se puede vivir encerrado. Me cuidé, guardé mi sana distancia pero me tocó. Afortunadamente, salí adelante”.

Pero, señor Presidente, ¿no le pesan en la conciencia los 400 mil muertos que su gobierno niega? ¿No le pesa que estos mexicanos hayan sido menos afortunados que usted? El Presidente peca de cinismo o es un bribón cuando se compara con un trabajador; pero ni por tantito se parece a éste. Ni él ni ninguno de sus familiares trabaja a cambio de un salario como el que reciben millones de mexicanos; tampoco gana menos de 141 pesos, como los más de 10 millones de trabajadores en esta situación; ni mucho menos forma parte del 60 por ciento de quienes laboran en el sector informal. Él, como muchos de su especie, ha vivido de la política y ahora sus ingresos y sus “negocios” lo ubican como uno de los hombres más ricos del país. El Presidente no come alimentos de tercera, ni se atiende en hospitales públicos. ¿Por qué, entonces, se atreve a comparar su vida con la de millones de mexicanos que no han tenido su suerte? Por si fuera poco, ni siquiera es un trabajador en el sentido estricto de la palabra. El trabajador construye y el gobierno de la 4T, en dos años, solo se ha dedicado a destruir. 


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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