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El precio de la verdad
El filme narra la lucha de un abogado que conoce a un granjero, cuyo ganado está muriendo por la contaminación del agua provocada por una de las empresas más grandes de la industria química del mundo: la DuPont.
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En el afán de obtener y concentrar cada vez más riqueza, la clase capitalista invierte en productos muy dañinos, tanto para la naturaleza como para los seres humanos. Son muchos los datos que nos dicen que el planeta está sufriendo cambios en la biósfera, en la atmósfera, en los océanos, etc., lo que llamamos “calentamiento global del planeta”.

El sobrecalentamiento se traduce en sequías e incendios en extensas regiones del planeta; el capitalismo no solo depreda al hombre, depreda y aniquila el hábitat de los seres vivos. Después de estos comentarios me interesa abordar una cinta norteamericana que trata de cómo esta contaminación afecta a la naturaleza y a los seres humanos, se trata de El precio de la verdad (2019) del realizador Todd Haynes, que narra la lucha de un abogado que conoce a un granjero, cuyo ganado está muriendo por la contaminación del agua provocada por una de las empresas más grandes de la industria química del mundo: la DuPont.

DuPont es un poderoso corporativo gringo que obtiene jugosos beneficios de la explotación de químicos no controlados; tan solo en 2015 obtuvo ingresos por 25 mil 268 billones de dólares con beneficios netos por cantidad de mil 953 billones de dólares. Actualmente cuenta con más de 60 mil trabajadores en todo el mundo. Durante décadas ha creado, producido y comercializado productos químicos como vespel, nylon (fibra textil sintética), neopreno (caucho sintético), lycra, plexiglás, keviar, nomex. Uno de sus productos más famosos es el teflón, cuyo nombre químico es politetrafluoroetileno –PFOA– (un formula en la que los átomos de hidrogeno han sido sustituidas por átomos de flúor) y cuyo uso genera seis “condiciones médicas” graves: cáncer de riñón, cáncer de testículo, colitis ulcerosa, enfermedad de la tiroides, hipercolesterolemia (colesterol alto) e hipertensión inducida por el embarazo, como demostraron varios epidemiólogos.

La cinta se centra en la demanda que entabló el abogado Robert Bilott (Mark Ruffalo) en contra de la empresa química cuando su abuela le pide que ayude al pequeño ganadero de Pakersburg, Wilbur Tennant (Bill Camp), que tiene su granja a un lado de una planta de DuPont en el estado de West Virginia. Bilott pertenece a un bufete jurídico de cierto renombre y se da cuenta inmediatamente que el asunto jurídico es mucho más difícil de lo que se había imaginado, por lo que durante varios años sigue bregando para ganar la demanda. El abuso de los químicos no solo mató a las vacas de Wilbur, sino que provocó cancér en él y su esposa. Durante años, Bilott sigue su lucha, su prestigio como abogado cae y es catalogado como un perfecto fracasado; su esposa (Anne Hathaway) llega a cuestionarlo fuertemente pues esta larga y desgastante lucha jurídica solo les ha acarreado problemas económicos y familiares.

Sin embargo, el abogado no se deja vencer y cambia su estrategia; mediante una encuesta busca demostrar los daños que está provocando DuPont en la comunidad; el estudio constata que son miles los afectados por el PFOA, que se comercializa en forma de teflón. Finalmente, después de varios años de demandas y juicios, Bilott logra que DuPont comience a indemnizar a algunos afectados por seis mil 707 millones de dólares (ni el uno por ciento de sus ganancias en un año); la lentitud de los juicios y la gran cantidad de demandantes amenazan con que esa forma legal de ganarle terreno a la poderosa empresa dure muchas décadas.

El filme trata de inducirnos a creer que un David ha logrado vencer a un Goliat; la verdad es que Bilott nunca podrá decir que realmente obligó a DuPont a pagarle a los norteamericanos los costos de la utilización de PFOA, aunque haya ganado esos juicios; al final del cortometraje, el director señala que el 95 por ciento de los norteamericanos tienen en su cuerpo, en diferente grado, residuos de PFOA, y este dato arroja la pregunta: ¿cuántos millones de personas en el mundo han desarrollado enfermedades mortales –sobre todo crónicas– dado que los grandes corporativos capitalistas han envenenado las aguas, el aire, las plantas y alimentos que consumimos o utilizamos? ¿Es posible que pequeños Davides puedan vencer a los gigantes monopólicos y principales responsables de la degradación ambiental? Mi opinión es que la humanidad no requiere pequeños Davides, requiere a gigantes, requiere a pueblos organizados y conscientes.


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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