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Avanza el siglo XIII y en Francia las formas feudales se debilitan y emerge una incipiente burguesía ligada al comercio en las florecientes ciudades mercantiles cuya actividad, lenta pero inexorablemente, va modificando tanto las relaciones económicas de vasallaje como las diversas formas de la conciencia social. La poesía no escapa a esta transformación social. La lírica cortesana, circunscrita a los palacios y con profunda vocación servil, destinada a cantar las glorias y los méritos de la nobleza, está en franca decadencia; el amor cortés, la idealización de la dama, depositaria de la veneración del poeta ha desembocado en una poesía ampulosa, amanerada, poco sincera.
Colin Muset, de quien se conserva una veintena de composiciones, con su personal, ingeniosa y desenfadada poesía cotidiana, expresa este cambio en el gusto de la época. Destacan sus idílicas descripciones de prados, jardines, fiestas y doncellas que tejen coronas de flores y cantan canciones amorosas. Lejos del ideal caballeresco, en el que la abstinencia de los placeres carnales es una virtud muy apreciada, el gusto por la buena mesa surge aquí y allá en las composiciones de este juglar “aburguesado”, cuyo ingenuo hedonismo preludia los banquetes pantagruélicos en la obra de su coterráneo Rabelais, tres siglos después. Muset se jacta de haber engullido sabrosos patos, capones, faisanes, corderos, quesos, tartas, pasteles, todo ello regado abundantemente con salsas y vinos.
L’en m’apele Colin Muset,
S’ai mangié maint bon chaponnet,
Mainte haste, maint gastelet,
E vergier et en praelet.
Me llamo Colin Muset
He comido muchos y buenos caponcillos,
Muchos asados y muchos pasteles
En jardines y praderas.
Perteneciente a la baja burguesía, Muset se circunscribe a la poesía anti-lírica o no-cortés y su oficio de juglar, errante de corte en corte, no le impide alabar las alegrías de la vida sencilla, de la buena comida y del amor. Esta vida hogareña, el confort burgués, está libre de afectación, su mujer no es ya la dama inaccesible por ser noble y estar casada, a la que había que idealizar, ocultando su nombre; la esposa del poeta, a quien pinta de carne y hueso, tiene la vitalidad de los personajes de la poesía pastoril, aunque ahora el escenario sea la agitada urbe, con su comercio y sus “oficios plebeyos”; en efecto, ella no borda un pañuelo para entregarlo en secreto a un caballero enamorado, sino cose en una rueca géneros para la familia; libre de la etiqueta cortesana, y haciendo patentes las nuevas relaciones civiles, salta al cuello del juglar en cuanto éste entra a casa.
Quant je vieng a mon ostel
et m afame a regardé
derrier moi le sac enflé
et je, qui sui bien paré
de robe grise,
sachiez qu’ele a tost jus mise
la conoille, sanz faintise:
ele me rit par franchise,
ses deux braza u col me plie.
Cuando vuelvo a mi casa
y mi mujer ve a mi espalda
el saco repleto
y que yo voy bien vestido
con ropas grises,
sabed que ella deja estar
la rueca sin disimulo,
me sonríe francamente
y me rodea el cuello con los brazos.
Los poetas han dejado de “pertenecer” a las cortes, pero con frecuencia dependen del mecenazgo de algunos nobles o burguesas enriquecidos, que imitan los modelos aristocráticos, y bajo cuyo auspicio florece un “lirismo aburguesado” del que Muset es representante. Sin alcanzar la acritud de Rutebeuf, Muset se suma a quienes critican a los poderosos que no recompensan generosamente a los poetas y alaba a quienes muestran liberalidad, tópico moralizante de la poesía juglaresca que en él no opaca el alegre sensualismo que lo caracteriza.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.