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El hedonismo de Abén Guzmán y su falso arrepentimiento
La poesía de Abén Guzmán es un fiel reflejo de su vida y su tiempo; alegre, desenfadada, libre de las ataduras de la poesía clásica árabe
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Un acuerdo de la RAE, fechado en febrero de 1885, da cuenta del descubrimiento de un manuscrito en San Petersburgo. Se trata, nada menos, que del Dīwān o cancionero de Abén Guzmán: “El Sr. Almagro, nuestro Correspondiente en Granada, usó de la palabra para manifestar que existe en aquella ciudad un notable manuscrito arábigo de la Biblioteca imperial de San Petersburgo, facilitado al Sr. Simonet por seis meses, el cual lleva por titulo El Diván de Abén-Guzmán, y se halla escrito en árabe popular, asemejándose el carácter de sus poesías al de las castellanas de la Edad Media. La Academia acogió con interés la manifestación del Sr. Almagro, y aprovechando su buena disposición le encargó sacase una copia fiel del mencionado manuscrito.”.

“Sabemos por él mismo –dice de Ibn Quzman el arabista español Emilio García Gómez en Cinco Poetas Musulmanes (*)– que era alto de talla, rubio y de ojos azules, libertino y mal casado, que fue encarcelado y maltratado por su poca escrupulosidad religiosa; que no sabía nadar ni había visto el mar. Sus canciones y las antologías literarias nos lo muestran , como a tantos españoles de su tiempo, correteando de una en otra ciudad, ganándose la vida e interviniendo en lances festivos y bufonescos. Su existencia, encuadrada entre los años finales del siglo XI, en que debió nacer, y 1160, en que muere, coincide con la época más crítica del Islam español. Han pasado los reyezuelos liberales y magníficos. Los cristianos aprietan. Los beréberes han hecho del Islam español una provincia de África.”.

La poesía de Abén Guzmán es un fiel reflejo de su vida y su tiempo; alegre, desenfadada, libre de las ataduras de la poesía clásica árabe, construye sobre la base de la preceptiva existente una nueva estética y revoluciona la lírica popular andalusí. Los temas en su poesía también indican su amor por los placeres mundanos, un alegre hedonismo que contradice el ascetismo islámico;

"Penitencia", el faquí dice.

¡Vaya necio impertinente!

¿Cuándo ríen los jardines

y la brisa huele a musco?

 

Sus banderas abril alza,

como rey que vuelve en triunfo;

se enjoyaron los frutales;

cantan pájaros encima.

El poeta vive de su arte; buena parte de su producción poética refleja su comercio. A diferencia de los poetas cortesanos, obligados a componer, a cambio de reconocimiento y dinero, almidonados panegíricos para el protector en turno, Abén Guzmán, no se avergüenza de intercambiar sus poemas por las más prosaicas mercancías; en los 149 zéjeles de su Dīwān abundan alusiones a estos intercambios: “vino, capas, camisas, vestidos, leña, harina, el alquiler de la casa, dinero para cortarse el pelo, forraje para el caballo, joyas para sus amigas… almendras, bellotas, castañas, higos, pasas, frutas y torta… un carnero para hacer sopa de la cabeza, comer asado y bofes fritos, y colgar tajadas en la azotea”.(**)

Vino, manjares, música, mujeres, en un escenario primaveral y luminoso, son imán suficiente para que el poeta se niegue a cambiar dicha y placeres por una vida religiosa.

Si a dejarla hay quien me invita,

fíjate lo que le digo:

Nada temo, amigo mío.

No me aburro, amigo, nunca. 

Di: ¿por qué dejar todo esto?

¿Hablas de verdad y en serio?

Ya conocemos el viejo tópico, vuelve una y otra vez, atraviesa los siglos ebrio, cubierto de pámpanos; viene desde la antigüedad y cobra fuerza cuando encuentra el momento propicio: entonces los poetas nos recuerdan que la vida es breve, que inevitablemente vendrá la muerte y que antes hay que disfrutar los placeres terrenales.

El quedarse sin vinillo

para mí es lo más odioso.

¡Por Mohammad, encomedadme,

porque Allah perdón me otorgue!

Tal es cual lo ves el mundo.

Gana tiempo, pues, y aviva.

No hay día ni hay noche

que tu fiesta no celebres.

Sacia en él tus apetitos

antes que la muerte llegue.

¿No tendrías por desgracia

tú morir, viendo el mundo?

Cuenta la leyenda que Abén Guzmán se arrepintió al final de sus días y abrazó la vida religiosa del Islam; quienes sostienen esto se basan en el siguiente fragmento del Zéjel CXLVII:

Abén Guzmán se arrepintió.

¡Bueno será para él si persevera!

Sus días pasados eran fiestas entre los días.

Pero después del sonar de atabales y adufes

y de arremangarse para el baile

Ahora sube y baja por la torre del almuédano.

Se ha hecho imam en la mezquita

Y reza prosternándose e inclinándose.

Pero habría que comparar este “arrepentimiento”, con la siguiente perla poética, manifiesto de su ruptura con los abstemios predicadores musulmanes, y prueba fehaciente de la rebelde orientación popular del célebre zejelero.

Gasto mi caudal y empeño ropas

por el vino añejo.

No te dé cuidado que no beba,

pues tengo el beber por obligado.

Si alguien te contó que me arrepiento,

cosa es que jamás se me ha ocurrido. 

 

¿Genio he de mudar con penitencia?

No seré yo, amigo, quien tal haga.

Arrepentimiento, ¡vaya necio!

Iba a decir que... ¡Mejor callarse!

 

Tiende el porrón tu mano diestra,

y, si uno rezó de tus censores:

«¿Tal, Abû Fulano, es lo que haces?»,

le has de decir: «Sí, tal es lo que hago»

 

Temen al faquí los inexpertos.

Yo, respétole, pero lo huyo.

¡Puta la madre es de los abstemios,

aunque al frente lleven a Gazzâli!

 

*Emilio García Gómez. Cinco poetas musulmanes. Editorial Espasa Calpe, Argentina, 1945.

**. Id.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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