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El león del desierto (primera de dos partes)
El león del desierto (1981) es una excelente cinta del realizador sirio Moustapha Akkad, quien vivió avecindado en EE. UU. y  murió asesinado en 2005 en Amman
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El odio que el gobierno de Estados Unidos (EE. UU.) siente hacia Julián Assange, el creador de Wikileaks y periodista recientemente detenido en la embajada de Ecuador en Londres, Inglaterra, se debe, entre otras cosas, a que ha evidenciado ante el mundo la forma bestial en que Washington ha masacrado a miles de civiles en las guerras de invasión contra Irak y Afganistán y torturado a presos políticos en las cárceles imperialistas de Guantánamo y Abu Grahib, muchos de los cuales optaron por el suicidio para no seguir soportando a sus represores asesinos. Assange vivió refugiado en esa embajada desde 2012, año en el que aún gobernaba a esa nación Rafael Correa, presidente progresista que trató de salirse del modelo económico neoliberal para elevar los niveles de vida de las mayorías trabajadoras de su país. Pero la traición de quien fue su vicepresidente, Lenin Moreno, quien hoy gobierna Ecuador y se pasó al campo de la derecha continental capitaneada por el gobierno imperialista de EE. UU., fue el factor determinante para que el “ciberactivista” hoy esté en manos de los alfiles del imperialismo. El destino de Assange es incierto, pero lo más seguro es que sea extraditado y juzgado con saña por sus perseguidores. Las filtraciones de Assange han sido utilizadas por los grandes diarios estadounidenses, británicos y de otros países como arietes políticos para que los grandes capitostes del imperialismo yanqui se golpeen entre sí en sus disputas por el control político de la superpotencia, como recientemente cuestionó Rafael Correa: ¿Quién de los grandes medios de comunicación gringos y europeos es perseguido por dar a conocer las filtraciones? Nadie que se sepa. Y mientras ahora escribo esto, amigo lector, el intervencionismo estadounidense sigue muy activo y agresivo en todo el globo, de la mano de sus acólitos locales, como ocurre en este momento en Venezuela.

Para desgracia del mundo, esas intervenciones han provocado guerras intestinas en los pueblos agredidos, millones de muertes, incremento de la miseria en poblaciones enteras, agudización de la insalubridad, epidemias, baja calidad educativa y desplome de los niveles de bienestar de las personas, etc. El caso más paradigmático de esas agresiones militares fue el de Libia, país del norte de África, que desde finales del siglo pasado –cuando gobernó Muamar El Gadafi– había logrado convertirse en la nación más desarrollada de África (y aun de otros continentes) por sus altos índices de bienestar social, desarrollo humano, salud, educación, vivienda, y empleo. Pero en 2012, el imperialismo de Occidente, la Primavera Árabe y las fuerzas militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) decidieron que Libia era un mal ejemplo para los otros pueblos africanos y destrozaron al gobierno de Gadafi para volver a dividirlo internamente, controlarlo y robarle sus recursos naturales.

El león del desierto (1981) es una excelente cinta del realizador sirio Moustapha Akkad, quien vivió avecindado en EE. UU. y  murió asesinado en 2005 en Amman, Jordania, a manos de sicarios de Al Qaeda. El filme se basa en hechos históricos de Libia y exhibe los pormenores más recientes de las agresiones imperiales contra esta nación por cuenta de las aves de rapiña coloniales de antaño y hogaño. El león del desierto tiene la virtud de retratar a los colonialistas occidentales (europeos y gringos) y su estrategia geopolítica hacia las naciones pobres y atrasadas.


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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