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Los crímenes de odio contra mujeres y la ordinaria agresión que éstas sufren se explican, en el amplio sentido de la palabra y entre otras cosas, por el rol que la cultura burguesa les asigna que por mandato religioso deben estar supeditadas a la voluntad masculina, ser receptoras pasivas del placer masculino y estar siempre ancladas al hogar como madres y esposas. Este último rol es promovido tanto en el cine estadounidense y los cursis melodramas de las telenovelas mexicanas como en las redes sociales, mediante el sentimentalismo falaz de un matrimonio feliz con muchos hijos.
En los países capitalistas de Occidente, las necesidades de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) propiciaron que las mujeres ya no fueran exclusivamente amas de casa; sin embargo, su situación cultural no varió demasiado. Así lo atestiguan dos filmes de reciente aparición: La hija oscura (Maggie Gyllenhaal, 2021) y Madres paralelas (Pedro Almodóvar, 2021). La primera es una adaptación del libro homónimo de Elena Ferrante, en el que, mediante un monólogo interior, se cuenta la lucha que una mujer sostiene por asumirse como madre, lo que no significa que el personaje, encarnado magistralmente por Olivia Colman, esté impedida para la maternidad sino porque, para ella, la condición de madre simplemente no es tan natural ni lógica. El accidentado camino hacia la maternidad, ¿es un designio divino para la mujer o una construcción cultural?
Pedro Almodóvar es menos frontal, pero no menos certero. Es conocida su predilección por contar historias de mujeres fuertes que enfrentan la maternidad como un desafío y que muestra con rasgos autobiográficos, ya que las madres de sus filmes se sobreponen con heroicidad y no poco sufrimiento a la situación política. Ambas obras confirman que este tema no es una moda pasajera, sino una contradicción manifiesta en nuestra cultura.
En los tiempos de don Miguel de Cervantes Saavedra, la misoginia era abierta. En 1605, cuando aparece la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en más de una ocasión se ofrecen posturas críticas sobre esta cuestión: Leandra, Zoraida, Marcela y Doña Clara de Viedma son personajes que, aunque tienen personalidades e historias diferentes, coinciden en que son jóvenes hermosas, que poseen voluntad propia e inteligencias sobresalientes y, sobre todo, que asumen actitudes atípicas respecto a su circunstancia histórica.
Entre ellas destaco a Marcela, joven inteligentísima, proveniente de una familia acomodada. Atiborrada de propuestas galantes, de hombres “valiosos” con dote y renombre, prefiere la soledad de los bosques y la vida pastoril. Esta bella mujer huye de su destino: un matrimonio “feliz”. Marcela es una heroína porque no busca el matrimonio, porque defiende su concepto de plenitud espiritual fuera de éste y porque lo defiende con asombrosa elocuencia. Es inculpada por el suicidio de Crisóstomo, hombre ideal, educado y rico. Aunque ella nunca le dio motivos, es vituperada por su comunidad, incluidas las mujeres. Y cuando ocurre el sepelio de aquél, ella increpa a sus detractores:
“Vengo (...) para que sepáis que yo no soy culpable de la muerte de Crisóstomo. Atended todos. El cielo me hizo hermosa, y todo lo hermoso merece ser amado, pero no sé por qué he de verme yo obligada a amar a quien me ama. Yo nací libre, y para vivir libre escogí la soledad de los campos, donde he luchado por conservar mi honestidad, que es el adorno más hermoso del alma. A los que he enamorado con la vista, los he desengañado con mis palabras. Jamás di esperanzas a nadie, (...) Yo no estaba obligada a corresponderle. (...) Si él insistió en navegar contra el viento, ¿qué culpa tengo yo de su naufragio? Que nadie me llame cruel ni homicida (...) Yo soy libre y no quiero sujetarme a nadie”.
No podríamos calificar a Cervantes como feminista porque, además de ser un concepto anacrónico, sería inexacto, ya que su obra no se ocupa únicamente de esta historia. Lo valioso del relato de Marcela consiste precisamente en que lo reseña frente a un contexto generalizado de injusticia y desigualdad que prevalecía entonces. El autor de El Quijote, como los artistas de hoy, no consideraba un problema menor esta inequidad. Solo algunos entendimientos borricos, como el de nuestro Presidente, califican al feminismo como un problema pasajero y fútil.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista