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Hace casi exactamente 200 años, en febrero de 1821, el comandante realista Agustín de Iturbide se puso de acuerdo con el insurgente Vicente Guerrero, su enemigo. Las pláticas entre estos contrincantes hicieron ganar aliados al primero para su tentativa exitosa de golpe de Estado contra el virrey de la Nueva España. En septiembre del mismo año, una amalgama de exsoldados del rey y antiguos insurgentes entraron triunfantes a la Ciudad de México y, con la promesa de crear un régimen monárquico independiente, establecieron autoridades transitorias que, meses después, establecerían un gobierno de las élites tradicionales en México: el Imperio de Iturbide.
La revolución armada de Independencia de 1810 no terminó con un trastrocamiento social de las cosas, pues de ella no surgió un Estado nuevo dirigido por y para las clases radicalmente diferentes a aquellas que se beneficiaban del statu quo desaparecido en 1821; no entraron a gobernar las clases oprimidas de Nueva España, que con su esfuerzo sostenían la economía del virreinato y que siguieron a Hidalgo, Morelos, etc., cuando éstos se levantaron contra “el mal gobierno”. Más bien fue una revolución política, es decir, fue la desaparición de la clase política y las estructuras administrativas españolas acompañada de la superposición de otras de cuño independiente. Eso ocurrió en términos generales; pero no fue todo.
Dos políticos e intelectuales del Siglo XIX, Carlos María de Bustamante y Lucas Alamán –aquel un comprometido insurgente, éste un nostálgico de los oropeles de los días virreinales– afirman que el nacimiento político del México independiente no fue seguido de la paz y el progreso, sino del caos provocado por los pronunciamientos militares, los golpes de Estado, las invasiones extranjeras, etc. En ese periodo, por lo menos hasta 1854, cada vez que se instauraba un nuevo gobierno, se hallaba inestable prácticamente desde el primer día de sus funciones, y sus integrantes se veían amenazados por una nueva rebelión.
¿Por qué no se podía establecer un gobierno que encausara el desarrollo nacional en sentido positivo? Los autores señalaron como responsable al “espíritu de partido” que prevaleció entre los hombres de la política salidos de la Guerra de Independencia, quienes utilizaron la política pública para favorecer intereses privados de individuos ligados a la élite política posrevolucionaria, y se agruparon en los partidos liberales o conservadores, monarquistas o republicanos. Justamente esta defensa de los intereses particulares, que bien puede leerse como espíritu de clase, impuso una dinámica de competencia por el poder, plagada de tentativas incesantes para “arrancar”, por la fuerza de las armas, “el timón” del Estado de las manos del contrincante e imponer una voluntad diferente.
La llegada de uno u otro político al poder no se convirtió nunca en justicia para el pueblo que permitió el establecimiento del Estado independiente. Tampoco existió una proyección seria, nacional, de la economía. Incluso hubo ocasiones en que el desinterés del gobierno hacia el pueblo se tradujo en “la política del capricho”, como en el último gobierno del antiguo realista Antonio López de Santa Anna (1853), en el que las políticas públicas solo reflejaban los deseos del dictador.
La “Cuarta transformación” (4T) llegó anunciándose como una vía política revolucionaria pero, como ocurrió en aquellos días del Siglo XIX, de su gobierno no ha salido casi nada positivo para el pueblo que la eligió en las urnas. Con más de 170 mil decesos por Covid-19, con la aplicación nula de medidas de seguridad social, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) desarrolla una política ajena a las circunstancias que viven los mexicanos. Por un lado ha nulificado al Sector Salud, por otro persiste en dedicar el erario a proyectos de dudosa viabilidad como el Tren Maya (37 mil millones de pesos), el Aeropuerto de Santa Lucía (42 mil millones de pesos), la Refinería Dos Bocas (136 mil millones de pesos). La 4T hace, pues, cosas ajenas a las necesidades apremiantes del pueblo, ¿se guiará entonces por algún otro “espíritu de partidoˮ?
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Escrito por Anaximandro Pérez
Doctor en Historia y Civilizaciones por la École de Hautes Étus en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia.