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El despliegue de Europa. 1648-1688, de John Stoye (I de II)
Para sobrevivir al hambre, el desempleo, el alza de tributos y epidemias, los más pobres de la segunda mitad del S. XVII de los países más desarrollados de Europa tuvieron que buscar otros medios de vida, afirma el historiador británico.
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Este historiador británico afirma que en la segunda mitad del Siglo XVII la población rural y urbana marginal de los países más desarrollados de Europa (Inglaterra, Alemania, Francia, Holanda, Bélgica, Austria, Suecia y Dinamarca) debió buscar otros medios de vida y “hacer bien su trabajo” para sobrevivir al hambre, el desempleo, el alza de tributos, los reclutamientos forzados y las continuas epidemias porque en ese periodo (1648-1688) las monarquías modernas y semifeudales se desentendieron de los problemas internos e intensificaron sus problemas fronterizos con Rusia y el Imperio Otomano y sus disputas coloniales en América, África y Asia.

En el prefacio de la obra –inicialmente publicada en 1969 y editada por primera vez en español en 1974– Stoye hace una reflexión de agudo contenido crítico hacia las oligarquías europeas: “Me he quedado con una impresión de grandeza, de diversidad y de riqueza en una organización profundamente injusta. Es fácil, pero importante, decir que el mundo no es sencillo ni pequeño”. Denuncia en particular una regresión histórica de contenido autárquico en los casos de Luis XIV de Francia y la restauración monárquica en Inglaterra después del gobierno de Oliver Cromwell. También critica la íntima asociación de intereses económicos que existió entre las monarquías europeas y las iglesias católica, luterana, calvinista y anglicana.

Dice que en ese lapso de 40 años, que trastornó la estructura general de Europa, hubo sin embargo una relativa estabilidad social y política que propició –salvo la emergencia de algunas rebeliones populares– lo que podría denominarse un “periodo de historia sin cambio”. Resalta asimismo un enorme crecimiento en el análisis científico y filosófico que sobre todo se debió al cuestionamiento que René Descartes en Francia y John Locke en Inglaterra hicieron contra el idealismo, con el que además contribuyeron a que surgiera un materialismo incipiente que propició la investigación de laboratorio, el uso de las matemáticas en economía y astronomía y cambió la percepción del tiempo.

Al astrónomo inglés Isaac Newton lo describe como un científico remolón y rijoso con sus colegas de la Real Sociedad de Ciencias y renuente a aceptar la contrarreforma católica en Inglaterra; sin embargo, el historiador dedica un buen número de páginas en reconocimiento a su teoría de la gravitación universal y revela que el escepticismo con que ésta fue recibida inicialmente se debió a que sus críticos pensaban que “había postulado una fuerza casi oculta que actuaba misteriosa a través del espacio vacío, mientras que otros veían que Leibnitz introducía en las matemáticas un simbolismo que oscurecía el cálculo exacto.

“Aquellos nuevos misterios no eran menores que los de la religión revelada y eran más difíciles de aceptar, pero al fin los críticos de Newton, con Leibnitz entre ellos, y los adversarios newtonianos del cálculo diferencial, tendrían que ceder”.


Escrito por Ángel Trejo Raygadas

Periodista cultural


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