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La relación entre el deporte y la estética ha ido cambiando a través de la historia. En la antigua Grecia, por ejemplo, era posible apreciar en el deporte formas bellas que en el observador producían satisfacción.
Para corroborarlo, basta citar algunas esculturas: el Discóbolo de Mirón, que retrata el momento en el que un atleta se prepara a lanzar el disco y Púgil en reposo, donde un luchador descansa con los guantes, aún puestos, y la cabeza herida. En estas piezas de arte, incluso es posible advertir que el objetivo principal de sus autores no fue la descripción de una escena deportiva, sino mostrar la belleza del cuerpo humano como fruto de la disciplina y la constancia en el deporte.
La unión entre deporte y arte se observa también en los trazos de pinturas o bajorrelieves en las vasijas griegas: carreras de caballos, luchas, atletas corriendo o lanzando discos y lanzas.
Podemos ir más allá de lo que muestra el arte griego y apelar a la filosofía platónica o socrática, en la que constantemente se habla del cuidado y el embellecimiento del cuerpo humano, pero no por razones de vanidad sino de salud física, mental y espiritual.
El contenido estético en el deporte no es común en nuestros días; en primer lugar porque se ha convertido –como casi todo en los dominios del capitalismo– en un negocio solo accesible para quienes tienen dinero; en segundo lugar, porque, en muchas personas, la principal motivación del cuidado físico suele ser la vanidad desproporcionada y, en tercer lugar, porque se nos ha enseñado a disfrutar el deporte como espectadores o consumidores y no como una actividad con la que podemos gozar, educarnos y aun proporcionar cierta satisfacción a otras personas.
Para fortuna de nuestra sociedad, hay quienes se niegan a consecuentar al deporte-mercancía y que promueven las actividades deportivas como parte de la formación educativa, cultural, social y estética de las personas, porque su práctica aporta disciplina, constancia, belleza corporal, trabajo en equipo, cooperación y solidaridad; es decir, muchas virtudes que no ofrece el individualismo capitalista.
Uno de estos actores es el Movimiento Antorchista, que desde hace dos décadas organiza una justa deportiva a la que ha llamado Espartaqueada; tal justa deportiva tiene lugar cada dos años, en honor a Espartaco, el esclavo griego que se rebeló contra el imperialismo romano y buscó la igualdad entre los hombres.
En las Espartaqueadas –existe otra destinada a las disciplinas artísticas, también bianual–, se promueve el trabajo conjunto; la valoración estética del deporte y la participación de niños, jóvenes y adultos provenientes de las colonias más pobres del país en competencias de atletismo, volibol, natación, basquetbol, futbol, ciclismo, etc.
Las Espartaqueadas son gratuitas y los asistentes adquieren una visión del deporte como propuesta educativa, cultural y estética. Con esta clase de eventos, el Movimiento Antorchista busca que la actividad deportiva contribuya a forjar seres nuevos, bellos y fuertes, con valores en todo diferentes a la mercantilización y al elitismo.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.