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Es cierto que las mujeres en una sociedad con valores tradicionales muy rígidos no llevan la mejor parte. Esto se debe a que la sociedad está llena intrínsecamente de injusticias y las mujeres las sufren al doble. La familia tradicional, en la que la mujer permanecía en casa ocupando las 24 horas del día, dando soporte y consistencia al hogar, ha venido cambiando gradualmente. Atrás quedaron los tiempos en que un solo salario, generalmente del hombre, alcanzaba para el sostenimiento de la familia.
En la época actual es necesario que para que el hogar subsista la mujer se incorpore al mercado del trabajo. Lo que para las feministas y toda esa extraña pléyade de defensores del “género” es un triunfo, en la lupa objetiva del investigador se ofrece como un retroceso, porque el frío sistema productivo no se conforma con exprimir al padre sino también lo hace con la madre y con los hijos.
La mujer que trabaja por un salario sufre mayor explotación porque, al igual que a los niños, se le paga considerablemente menos. No es que a los hombres se les pague más; el problema no es ése; el problema es que a la mujer se la explota más que al hombre. La mujer asimila desde temprana edad el papel que le toca jugar y en muchas ocasiones se rebela.
Ahí es donde entran estos grupos feministas que aparentemente luchan por los derechos de las mujeres; pero sus aparentes buenas intenciones solo sirven como un distractor, porque la rebeldía que debe dirigirse hacia el sistema económico, que es el verdadero culpable de crear estos contrastes, la orientan hacia una lucha estéril contra los hombres y contra las personas más cercana a ellas, que son sus parejas. Y así la emancipación de la mujer solo es letra muerta.
Los hombres educados de forma humanística brindan cariño y respeto a la mujer, pero la gran mayoría se ve inmerso en condiciones egoístas e individualistas que crea el modelo económico, donde la satisfacción personal está por encima del de su pareja y, sobre todo, encima del colectivo. La ignorancia, que muy a propósito se fomenta en las masas populares, no permite discernir entre la realidad que nos agobia y la ficción de un mundo de estereotipos construidos por la televisión. El éxito de este medio está precisamente en la difusión de historias simples en las que se explotan los peores vicios y defectos humanos sobre los que resulta innecesario pensar porque se les ofrece como algo digerible para cualquier cerebro.
La violencia también asuela a las mujeres; los mentados feminicidios son el resultado de un modelo económico en crisis, donde el dolor y el sufrimiento humano poco importan, porque éstos son la materialización social de la descomposición económica. Cuando el ser humano solo tiene opciones de reproducción y su vida se reduce a satisfacer sus apetitos, degrada su espíritu y su capacidad creadora. El ser humano debe ir más allá del ciclo biológico porque, si bien es cierto que éste rige a todos los seres vivos, en el caso del hombre no puede limitarse a solo nacer, crecer, desarrollarse y esperar la muerte.
Por eso para trascender, las mujeres deben entender que su femineidad y su belleza no dependen de la cantidad de maquillaje o de los mejores vestidos, sino de la profundidad de su pensamiento. La belleza física y la lozanía tienen funciones específicas y son tan efímeras que terminan muy pronto. Las mujeres mexicanas se reconfortan con el cariño de los hijos una vez que creen que ya han cumplido con su deber. Pero el deber nunca termina y menos ahora. Se ha vuelto vital que sigan siendo el corazón de los hogares mexicanos, aun con sus múltiples papeles de madre, esposa y mujer; y no hay duda de que en ello han fincado todo su esfuerzo.
Las nuevas tareas que les impone la realidad, como esposas y madres sin importar la edad, es que inculquen en sus vástagos sueños de libertad. Deben enseñarles que es posible construir un mundo mejor, para que en un día no muy lejano exijan la vida decorosa que les han arrebatado. Las cosas se complican cada vez más y se requieren de seres humanos valientes y buenos que hagan frente a la situación que se avecina, porque aquella sentencia bíblica que decía “bienaventuradas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron”, se ve tan cercana que debemos de prepararnos. Su tarea será tan importante como la de Pelagia, el personaje central de la novela de Máximo Gorki, que en su humildad mostró su grandeza. Si la mujer cumple con ello, trascenderá sin darnos cuenta.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA