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Una de las tantas conclusiones que se obtienen de la Encuesta Nacional sobre Hábitos y Consumos Culturales 2020, efectuada por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es que las personas que cuentan con capital cultural por arriba del promedio pertenecen a la clase media, tienen estudios profesionales –sobre todo en el nivel de licenciatura– y sus ingresos se hallan por arriba del ingreso más bajo. Estos resultados parecen confirmar lo planteado por el sociólogo francés Pierre Bourdieu cuando afirma que tanto los conocimientos adquiridos en instituciones educativas como su nivel socioeconómico permiten a las personas desarrollar ciertas habilidades culturales; que existe una relación evidente entre su grado de estudio y su interés hacia la cultura; y que entre menos escolaridad tiene, menos importancia concede a ésta.
Además, la encuesta reveló que los jóvenes conciben la cultura como algo del pasado y que no atañe a su generación porque se trata de una antigualla. El interés cultural –como todo componente de la cosmovisión– depende de las condiciones sociales en las que se desarrolla el individuo; es decir, de los mensajes recibidos de medios, del discurso desde las élites, de la información familiar, en la escuela y del ambiente, etc. Con base en esta circunstancia forma su concepción vital y define qué es bueno, malo, bello, útil, etc. En nuestra época vemos crecer la poderosa influencia del mercado en la formulación de estos conceptos; es decir, la omnipresente voz de los dueños de los medios de comunicación masiva, no ya solamente en los típicos (televisión, radio, etc.), sino también en los digitales y en los teléfonos móviles. Los primeros anclaban al consumidor a sus horarios y los segundos son versátiles y se ajustan al horario deseado (y más allá). La encuesta referida nos informa, asimismo, que el uso de teléfonos móviles tiene una cobertura casi universal; es decir, incluye a todas las clases sociales y es casi absoluto entre los jóvenes.
Ahora bien, si los medios de comunicación son aprovechados hegemónicamente por los dueños del mercado, el discurso con frecuencia apunta a justificar el estatus social vigente y con ello manipula al resto de la población para generar mayores ganancias pecuniarias. Lo que se comunica en los medios digitales pasa por el prisma del beneficio económico; y en el mundo de los negocios resulta una obviedad afirmar que no existe responsabilidad social cuando se presta un servicio educativo o cultural. Las empresas buscan su empoderamiento económico, no el “aculturamiento” masivo; se adecuan a la demanda del público; y el público es moldeado al gusto mercantil. Y si agregamos que la cultura es producto de la inteligencia y que casi siempre se ofrece con esquemas complejos, intelectualmente hablando, o bien con información explícita sobre su contenido social e histórico para su mejor disfrute, entonces es natural comprender por qué su goce se limita a un sector minoritario. Pese a todo esto, aún existe público para la cultura en su sentido más clásico, aunque éste sea cada vez menos popular y juvenil.
Pero lo peor es que el Gobierno Federal se ha declarado indiferente al problema. Del presupuesto destinado a la cultura en 2022, de acuerdo con el análisis de Sara S. Pozos, cerca del 25 por ciento se aplicará a la ampliación del bosque de Chapultepec, gasto que debería hacerse para mejorar los servicios urbanos y no en cultura; también al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), que en el sexenio anterior otorgó 10 por ciento más becas con un monto promedio 30 por ciento superior al de las becas que ahora entrega la actual administración. Es preocupante la tendencia a reducir cada vez más el gasto en cultura; y si a los recortes federales se suman los estatales, el problema es aún mayor porque, en unos años, la educación y la difusión cultural en nuestro país serán solo para los ricos y los más ricos.
Como vemos, a los sectores mayoritarios no solo se les castiga con la miseria material, sino también con la cultural, y es en esta última donde se halla la esperanza de encontrar un camino hacia un cambio en la situación deprimente del país; pues el sentido crítico solo se adquiere y aguza con las prácticas culturales y viceversa. Sin ellas, el conformismo y la estrechez de miras permanecen o se intensifican.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista