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El mundo tendrá tiempo para reflexionar cuando llegue la calma, si es que alguna vez llega, y el Covid-19 sea un triste recuerdo. Como para los oligarcas estadounidenses el virus se originó en Wuhan, China, es un hecho que los culpables de su propagación fueron los chinos; aunque tal afirmación no se halla demostrado. Otras hipótesis apuntan a que fueron los murciélagos, platillo tradicional de algunos pueblos de China, o que el virus es producto de los daños ambientales provocados por el cambio climático.
La primera hipótesis, que sostiene que el mal escapó de un laboratorio chino, obedece a la fuerte disputa comercial entre el floreciente gigante asiático y el imperio estadounidense, que se halla cada vez más arrinconado en la esfera internacional. Acerca de esta versión, en uno de sus artículos de 2020, el diario El País describió la tensión entre ambas superpotencias como una nueva Guerra Fría que pone en vilo al mundo, con la variable de que la China de hoy, a diferencia de la fenecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), no solo es un país con una ideología y sistema económico diferentes, sino una gran potencia económica que, a cada acción comercial de Estados Unidos (EE. UU.) en su contra, responde con una reacción del mismo tamaño, porque ahora está en la posibilidad de cumplir con la máxima marxista de que quien tiene el poder económico tarde o temprano lucha por el poder político. Y puede hacerlo porque mientras EE. UU. crece al dos por ciento y el Covid-19 lo ha puesto en jaque, China crece más del cinco por ciento aun en plena contingencia sanitaria.
La hipótesis de que el Covid-19 tiene que ver con la cuestión ambiental y que la pandemia es una respuesta a esta degradación sirve más como una justificación y como una forma de distraer a la gente de otro virus mucho más mortal y causante de fondo de éstos y otros grandes problemas que hoy enfrenta la humanidad: el sistema económico del capitalismo. Por ello, en la primera etapa de la pandemia pudo observarse que los medios de comunicación internacionales reclamaron ampliamente el “descanso del planeta”, y acompañaron a las grandes masas a aceptar el confinamiento como algo justo y necesario para alcanzar el equilibrio ecológico. Esos mismos medios, sin embargo, han ocultado el apetito voraz y desenfrenado de las grandes empresas trasnacionales. Desde el Siglo XVIII, en los tiempos de Adam Smith, quedó claro que a los burgueses no los mueve solo el afán de satisfacer las necesidades de la población –una teoría aún defendida por los economistas subjetivos– sino obtener la máxima ganancia con la venta de sus productos.
Ninguna empresa puede prescindir de los trabajadores, pues son los verdaderos creadores del mundo en que vivimos, mediante su desgaste físico o intelectual. Lo que sí hacen las grandes empresas es contratar aquellos estrictamente necesarios y, como su afán no es generar empleos, los suplen con tecnología, sin ningún recato ni remordimiento, en la medida en que se lo permiten sus procesos productivos.
Es decir, las grandes firmas utilizan todos los medios legales e ilícitos –como las campañas de publicidad mentirosas y avasalladoras, los conflictos políticos y las guerras– con tal de dominar el mercado. Por ello, si hablamos de hipótesis no es descabellado suponer que para superar la cada vez mayor saturación de mercancías –cuya colocación en el consumidor final representa enormes costos– la pandemia haya sido la solución a su problema.
Es probable que los grandes halcones del dinero prepararan en el escenario actual, primero mediante el uso de diferentes simulaciones de negocios, y crear esta monstruosa realidad con el apoyo de la investigación científica y sin ética alguna. Por ello, el comercio global es dominado por las grandes firmas que tienen la posibilidad de vender sus productos alimenticios, farmacéuticos, servicios de laboratorio, etc., como pan caliente; y que lo hacen mediante el uso de tecnologías de información digital, el comercio electrónico, la telefonía, la televisión de paga y los servicios de Internet. Para estas trasnacionales no ha habido pérdidas sino crecientes ganancias. ¿Casualidad? En el mundo de los hombres nada es casual.
El problema de este experimento se encuentra en que si resulta exitoso, en el corto plazo seremos testigos de nuevos escenarios, donde las victimas serán otra vez las clases trabajadoras. Por ello es urgente que las masas se unan, se organicen y se eduquen políticamente, porque solamente los pueblos organizados pueden dar un giro a la historia antes de que sea tarde.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA