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Compadre Mon, una epopeya antiimperialista (II de III)
El poeta es capaz de encerrar el espíritu de todo un pueblo en la jaula de un ave tropical y hacer que de las barbas del héroe mítico salgan volando colibríes como disparos.
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Epopeya moderna para el pueblo dominicano, en la primera parte de Compadre Mon, de Manuel del Cabral (1907-1999) es imposible obviar las sorprendentes coincidencias con otro gran poema nacional, La suave patria, del mexicano Ramón López Velarde (1888-1921), quien haciendo a un lado, por un momento, la poesía lírica en la que ya se había consagrado, decidió, unos meses antes de su muerte, y con motivo del primer centenario de la Independencia de México, alzar la voz “a la mitad del foro/ a la manera del tenor que imita/ la gutural modulación del bajo/ para cortar a la epopeya un tajo”.

El 24 de abril de 1924, el poeta jerezano terminaba su conocido poema, en el que ensalza a la patria con brillantes metáforas, reelaborando su significado a partir de las tradiciones y virtudes de su pueblo, del grandioso paisaje mexicano y de la figura del mítico héroe Cuauhtémoc –a quien llama “joven abuelo” y “único héroe a la altura del arte”–.

En 1940, el bardo de El Cibao realiza el mismo proceso de idealización, pero otorgando forma humana a su patria en la figura de Don Mon. Comparte con López Velarde la perfección de los endecasílabos y la originalidad de las metáforas con las que ambos poetas reelaboran la realidad hasta alcanzar dimensiones atemporales.

La naturaleza toda, los animales salvajes y domésticos, los árboles, las piedras y toda herramienta se supeditan a la fuerza telúrica de Mon. El poeta es capaz de encerrar el espíritu de todo un pueblo en la jaula de un ave tropical y hacer que de las barbas del héroe mítico salgan volando colibríes como disparos, mientras en prodigiosa sinestesia triple le dice “oye crecer los árboles tu olfato”.

 

Ni la aldea que cabe en el perico

llegado en la provincia de su jaula

con robados refranes en el pico.

Ni la veta del ocio con caminos

que van sacando el mar de las guitarras.

Tú tienes algo más: jefe de trinos.

Y allá, Compadre Mon, tu voz de abuelo

sale desde tus barbas como salen

de la selva los pájaros con cielo.

Allá los colibríes cimarrones

que paraban de pronto tus orejas,

porque zumbaban como municiones.

Tú que me dices que la piedra canta

oye crecer los árboles tu olfato,

y a los duendes que sudan en la planta.

Qué bien estás para que de repente

ni un retazo de campo se te vaya.

Metido el tiempo en tu mirada, calla...

pero con un silencio acorralado...

silencio de los ojos de los toros...

silencio de cuchillo no guardado.

                             (Poema 5).

 

En la métrica y el ritmo, en el bien logrado encabalgamiento de sus versos, en la originalísima construcción del héroe y en la asombrosa alegoría creada por Del Cabral resuenan los ecos del modernista poema velardeano; pero la fuerza telúrica del personaje, ante la que el paisaje empequeñece, su dimensión a la vez mítica y humana, hizo de Compadre Mon el arquetipo del patriota y del prócer y explica la trascendencia de esta obra maestra y su profundo arraigo en el imaginario popular dominicano.

 

Hoy el filón de tu aventura saca

más oro de refranes que la mina

de la haraganería de la hamaca.

Compadre Mon, y en ti, buscan el día...

¡Voy a creer que de tus manos sale

más furiosa de azul la geografía!

Ya en el corral de tu guitarra siento

que muge el huracán, es que tú sueltas

de los alambres del corral el viento.

Y como si de pronto te lavaras

el corazón, o le sacaras trapos,

salen por la guitarra tus harapos.

                             (Poema 7)

 

“Oigo lo que se fue, lo que aún no toco/ y la hora actual con su vientre de coco”, dice López Velarde casi al final del Proemio; desde el presente poético, el vate es capaz de atisbar el futuro. Y Del Cabral no se queda atrás y en el Poema 8 le habla a su propia tierra con elevada exaltación.

 

Tierra que naces de guitarra ardiendo.

Viene familia de tu carne el aire.

Tierra que estás en una voz creciendo.

Oigo tu clima y toro desatados;

el aguacero preñador de ríos;

el huracán: escoba de nublados.

Huye tu nombre en la cabalgadura

que se va de los cerros a los mares

por ver en la sal verde tu llanura.

Oigo también en tu guitarra olores

con los pasos de chivo del verano:

gobernador de venas y de amores.

Tierra que estás en la guitarra haciendo

el tumbado equilibrio de las nubes

porque ya en tu guitarra está lloviendo.

Ni en el verde sin tregua que te agarra,

ni en tu cielo huidizo de neblinas

hay más verde y azul que en tu guitarra.

Patria desenterrada a grito lento:

hoy que Compadre Mon te riega al aire,

debes saber por qué me duele el viento.

                             (Poema 8)


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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