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El ascenso económico de China se ha convertido en una preocupación de la clase política estadounidense y sus centros académicos. ¿Qué hacer con China? Para algunos, basta con políticas lo suficientemente agresivas para frenar al país asiático y mantener la superioridad de Estados Unidos (EE. UU.): guerra comercial, tecnológica, mediática y militar, están entre sus opciones. Por otro lado, hay académicos que analizan la correlación de fuerzas entre China y EE. UU. aparentemente con mayor objetividad; entre éstos se halla John Ikenberry, prestigiado politólogo de la Universidad de Princeton. Para Ikenberry, el principal problema que enfrenta EE. UU. no es cómo mantener su hegemonía (la cual, afirma, se acerca irremediablemente a su fin), sino cómo preservar el orden internacional liberal cuando China haya desplazado a EE. UU. como potencia hegemónica[1].
De acuerdo con Ikenberry, la hegemonía de China significaría el fin del orden internacional liberal cimentado por las potencias occidentales en el Siglo XIX, que hoy sigue vigente. Según el politólogo, el orden internacional liberal se puede entender de dos maneras: 1) Como un marco mundial que permite el florecimiento de la democracia y 2) Como un conjunto de tres principios: a) El comercio y el intercambio son benéficos para todas las sociedades. b) La interdependencia económica es mejor si los Estados cooperan entre sí y c) Las reglas e instituciones pueden facilitar la cooperación internacional. Este orden internacional logró mantenerse después de que el Reino Unido perdió la hegemonía mundial gracias a que EE. UU., la nueva potencia hegemónica, era también una democracia liberal. Pero esta vez, el orden internacional liberal se encuentra amenazado, pues China se encamina a la hegemonía y su sistema político no es una democracia liberal.
La tesis de Ikenberry parece consistente. Sin embargo, no resiste con solidez frente a la realidad. Si se revisan los tres principios del orden internacional liberal definidos por él, es claro que China no está tratando de subvertirlos. En lo comercial, Xi Jinping se ha convertido en uno de los principales defensores del libre mercado y busca alcanzar pactos comerciales cada vez más ambiciosos. Sobre la cooperación internacional, el desempeño de China durante la pandemia para apoyar a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la investigación sobre el origen del virus y el apoyo brindado a otros países con material médico y profesionales de la salud, son pruebas de una cooperación internacional mucho más sustantiva que la practicada por EE. UU. Sobre el respeto a la institucionalidad existente, China participa en todos los niveles de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) e incluso ha ratificado más tratados de derechos humanos que EE. UU.
Sin embargo, queda en pie el argumento de que China no es una democracia liberal, lo cual es cierto. Pero basta revisar la actuación de las democracias liberales en el orden internacional para esclarecer cuales son las verdaderas amenazas. No es China el país que tiene bases militares en los cinco continentes; el Estado que ha invadido países como Irak, Siria o Afganistán; ni son los chinos quienes han impulsado golpes de Estado para asegurarse el monopolio de los mercados e instalar gobiernos supeditados a sus intereses. En los últimos 30 años, este rol ha pertenecido primordialmente a EE. UU., y antes que ellos Inglaterra y Francia. En los últimos dos siglos, los principales agresores contra el orden internacional liberal han sido precisamente las democracias liberales que, supuestamente, son las únicas que pueden garantizar su estabilidad.
Ante el fin de la hegemonía estadounidense, Ikenberry propone conformar una coalición de democracias liberales que le haga frente a China en aras de preservar el orden internacional vigente. En el fondo, Ikenberry, los think tanks proimperialistas y la clase política estadounidense no temen el fin de un sistema que “permite el florecimiento de la democracia”; sencillamente se niegan a aceptar la pérdida de la hegemonía yanqui y llaman a las potencias occidentales a cerrar filas para el combate.
China no es una potencia revisionista. No plantea destruir el orden internacional liberal y en su lugar construir otro orden marcado por el totalitarismo. Lo que sí promueve es que la institucionalidad internacional refleje mejor la diversidad social y cultural del mundo y no solo la occidental. No busca exterminar la democracia liberal. Busca ser incluida en igualdad de términos y respeto en un orden mundial diseñado por británicos y estadounidenses donde China fue subordinada, sin atender a su soberanía y a su libre autodeterminación. China no combate a la democracia liberal en el plano mundial; quiere un orden internacional más plural donde los Estados históricamente no hegemónicos reciban un trato más igualitario.
[1] John Ikenberry, ¿El fin del orden internacional de la posguerra? (conferencia, El Colegio Nacional, 19 de marzo de 2021).
Escrito por Carlos Ehécatl
Maestro en Estudios de Asia y África, especialidad en China, por El Colegio de México.