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Hijo natural de un hacendado y una lavandera negra, la infancia del poeta, dramaturgo y traductor colombiano Candelario Obeso (1849-1884) transcurrió en medio de la precariedad en su natal Mompox, dos años antes de la abolición de la esclavitud en su país (1851); la pobreza y el racismo influirían sin duda en su obra, inscrita en el Romanticismo, y que se planta como un grito en el panorama literario de su patria para cantar los dolores y desdichas de su raza, reproduciendo el habla de los bogas (remeros) y de los campesinos de la ribera del río Magdalena, a través de temas, ritmos y vocablos de los negros, a quienes convierte en personajes centrales, abriendo paso a toda una corriente que continuarían grandes poetas del Siglo XX.
Luego de publicar diversas traducciones y poemas propios en el diario El Rocío y en los suplementos literarios de diversos periódicos colombianos, en 1877 dio a la imprenta el poemario por el que hoy se le conoce como precursor de la poesía negra, negrista, mulata o indomulata: Cantos populares de mi tierra; adelantada a su tiempo, esta breve pero impactante obra, compuesta por 16 poemas, no provocó sino indiferencia en una sociedad que no estaba preparada para la novedad y el profundo amor con que retrata los sentimientos, las penurias y el habla de los afrodescendientes colombianos. Pasión, fidelidad, amor filial, abnegación maternal y rechazo a la discriminación en una sociedad excluyente, son algunos temas que se abordan en este poemario, que antecede por varias décadas a las vanguardias latinoamericanas, en las que el tema de la negritud cobraría gran impulso.
Dedicada al señor Constancio Franco Vargas –historiador, periodista y dramaturgo colombiano del Siglo XIX–, su Canción del pescador (Cancion der pejcaro) es un bellísimo testimonio de los sufrimientos y los afanes de todo un pueblo, descritos con aparente sencillez, pero que tocan las alturas de la lírica universal. Detrás de la imitación dialectal asoma inconfundible la academia en la rítmica construcción de los tercetos de pie quebrado: poesía popular y culta en perfecto equilibrio a bordo de un bote que se desliza por el Magdalena al ritmo cadencioso que le imprime el boga.
Ahí viene la luna, ahí viene
Con su lumbre i clarirá;
Ella viene i yo me voi
A pejcá….
Trite vira e la der probe,
cuando er rico goza en pá,
er probe en er monte sura
o en la ma.
Er rico poco se efuécza,
i nunca le farta ná,
toro lo tiene onde mora
póc remá.
Er probe no ejcanza nunca
pa porecse alimentá;
hoi carece de pejcao,
luego é sá.
¡No sé yo la causa re eto,
yo no sé sino aguantá,
eta conricion tan dura
i ejgraciá!
Ahí viene la luna, ahí viene
a rácme su clarirá;
su lú consuele la penas
re mi amá!
Ahí viene la luna, ahí viene
con su lumbre y claridad;
ella viene y yo me voy
A pescar…
Triste vida es la del pobre,
cuando el rico goza en paz,
el pobre en el monte suda
o en la mar.
El rico poco se esfuerza
y nunca le falta nada,
todo tiene donde mora
por demás.
El pobre no descansa nunca
para poderse alimentar;
hoy carece de pescado,
luego de sal.
¡No sé yo la causa de esto,
yo no sé sino aguantar
esta condición tan dura
y desgraciada!
Ahí viene la luna, ahí viene
a darme su claridad…
¡Su luz consuele las penas
De mi amada!
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.