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El segundo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca está suscitando todo tipo de reacciones. Interpretar correctamente el fenómeno Trump es una tarea que debemos hacer para entender nuestro presente histórico. Tenemos que echar mano de todas las herramientas disponibles para ubicar las razones para que un sujeto como él esté a cargo del país económicamente más importante y preguntarnos, a la inversa, ¿cómo un país como Estados Unidos (EE. UU.) puede elegir a un sujeto como Trump para tomar las riendas de su nación? Estamos, pues, erguidos sobre un terreno pantanoso, en terra incognita y es por eso que urge entender dónde estamos parados.
Aunque a nosotros nos pueda parecer bochornosa y hasta ridícula su figura y por más peligroso que nos resulte su discurso y las consecuencias de sus políticas, no debemos pasar por alto el apoyo que tuvo y que tiene en muchos sectores de la sociedad estadounidense. Dentro de las capas medias y altas, Trump es visto con extrema simpatía y tenemos que reconocer que también es idolatrado por una parte de la clase trabajadora norteamericana. En las familias de los núcleos urbanos y rurales de muchos estados es imaginado como un ciudadano ejemplar, un hombre próspero, hecho a sí mismo y capaz de dirigir las riendas de la nación. De hecho, uno de los indicadores más claros que presagiaban una segunda victoria fue que muchos individuos, aparentemente apolíticos, como cantantes, deportistas, actores y figuras públicas le dieron su apoyo haciendo el bailecito ridículo con el que se le llegó a identificar. Esas contorsiones grotescas fueron replicadas por gente de todo tipo, de todo color de piel y provenientes de distintas geografías. Así fue Trump conquistando a la sociedad estadounidense.
El hecho de que los estadounidenses hayan sucumbido ante la seducción de un individuo tan peculiar y tan peligroso tiene que ver también con el estado del capitalismo y del neoliberalismo actual. Trump representa, quizá mejor que nadie, el homus economicus arquetípico de la razón neoliberal. Desde luego que Trump es un ejemplar del norteamericano emprendedor, un ejemplo del hombre de negocios exitoso, un self-made men capaz de lograr todo lo que se proponga sin importar los contratiempos ni las adversidades que se encuentran en el camino. Y eso lo dota de una legitimidad importante frente a una sociedad infestada de la lógica cultural del neoliberalismo donde el sentido común está signado por un “programa moral” que ha resultado victorioso en la batalla cultural. Si observamos, actualmente por todos lados se difunde incansablemente un paradigma similar sobre el ethos del individuo exitoso en el universo moral del neoliberalismo que, como advertía Fernando Escalante, está caracterizado por el espíritu de empresa, la confianza en uno mismo, la autoestima, la capacidad de sacrificio, el cálculo egoísta y, añadiría, la terrible crueldad de conseguir todo sin importar su precio.
Y desde luego, Trump puede ser perfectamente interpretado desde esta óptica como un héroe de la cultura neoliberal. Para muchos de sus votantes, Trump es el paradigma y la imagen de un norteamericano “cristiano, miembro inveterado de la abrumadora mayoría que fundó la nación e hizo la revolución y conquistó la naturaleza salvaje y subyugó a los indios y esclavizó a los negros y emancipó a los negros y segregó a los negros, uno más entre los millones de buenos, limpios, trabajadores cristianos que se establecieron en la frontera, cultivaron los campos, construyeron las ciudades, se sentaron en el Congreso, ocuparon la Casa Blanca, amasaron la riqueza, poseyeron la tierra y las acerías, y los clubes de beisbol y los ferrocarriles y los bancos, que incluso poseían y supervisaban el lenguaje”, Trump es visto como “uno de aquellos invulnerables nórdicos y anglosajones protestantes que dirigirán para siempre Norteamérica, uno de tantos generales, dignatarios, magnates que tendrán siempre la última palabra”.
Pero no nos detengamos en eso. El programa político de Trump traspasa las barreras del orden neoliberal y ha puesto sobre la mesa un proyecto abiertamente fascista. Aunque no queramos verlo y nos limitemos a conceptualizar el fascismo como un movimiento histórico concreto en la Italia del siglo pasado, lo cierto es que Trump y sus secuaces ya han comenzado a impulsar un gobierno con características fascistas. Eso lo tenemos que aceptar como una realidad histórica actual y actuar en consecuencia.
¿Qué le espera, entonces, a EE. UU. con un gobierno, un partido y un individuo con esas características? ¿Qué pasará con la sociedad norteamericana convertida en un régimen parecido al Tercer Reich? Una de las herramientas que es útil, a mi entender, para desenmarañar el fenómeno Trump es la historia y la literatura; el pasado y la ficción. Aunque pudiera parecer improbable usar la ficción para entender la realidad, hay momentos en que lo imaginado, lo pensado o lo soñado, se anticipa a la realidad. Y eso ocurrió con la novela La conjura contra América, del escritor judío estadounidense Philip Roth, el científico del alma.
Philip Roth, en su texto, escribe una novela de ficción; es decir, imagina cosas que no ocurrieron pensando en cómo habría sido la historia si una serie de acciones hipotéticas hubieran ocurrido. Escribe un libro de ficción, pero trabaja con un archivo histórico. Es por eso que su Conjura contra América funciona muy bien como un ejercicio de mántica o, si se prefiere, de historia contrafáctica. El punto de partida de su libro se sitúa en un momento en que la pesadilla nazi se apoderó de Europa. A finales de 1939 e inicios de 1940 surgió en EE. UU., en la Universidad de Yale concretamente, un movimiento conocido como America First que comenzó a propagar los postulados fundamentales de la ideología nazi como la superioridad aria o el exterminio del pueblo judío. Dicho movimiento tuvo bastante aceptación en las capas altas y medias de la sociedad estadounidense y encontró su liderazgo en Charles Lindbergh, un piloto bastante afamado dentro de los círculos blancos y burgueses de Norteamérica; y en Henry Ford, el magnate que se hizo millonario con la producción en masa del modelo T de su empresa automotriz y a quien Hitler consideraba como “el líder del movimiento fascista en América”.
El Trump y el Musk de los años 40
En 1940, el senador republicano por Idaho William E. Borah alentó a Lindbergh a presentarse como candidato a la presidencia de EE. UU., en un momento en que era pública y notoria su simpatía por el régimen nazi de Adolf Hitler, su amistad personal con este último, sus declaraciones abiertamente antisemitas y un descarado y peligroso supremacismo blanco. En septiembre de 1939, después de la invasión de Hitler a Polonia, el Lindbergh histórico escribió en su diario “debemos protegernos del debilitamiento de EE. UU. a causa de razas extranjeras y la infiltración (en EE. UU..) de sangre inferior”. Para establecer un perfil claro de este aviador famoso, lo podemos conjugar con algunas declaraciones en las que mencionó que hay demasiados judíos en EE. UU.
A pesar de que el apoyo directo al fascismo en Norteamérica fue sustituido por el nacionalismo de Roosevelt, cuando finalmente entraron a la guerra y Charles Lindbergh y America First perdieron relevancia, lo cierto es que el movimiento se popularizó bastante y llegó a congregar a decenas de miles en espacios públicos. Por esa razón, en un ejercicio de ficción, Philip Roth imagina un hipotético gobierno abiertamente fascista en EE. UU.
El libro de Roth tiene la gran virtud de anticiparse a la realidad para describir un escenario que ahora parece estar apareciendo frente a nuestros ojos. En la América fascista de Roth existen pogromos contra los judíos, experimentos de limpieza étnica, movilizaciones forzosas, deseos expansionistas, securitización de las fronteras y guerras contra los países vecinos. Si hacemos el ejercicio de comparar, caemos en cuenta que el gobierno de Trump está siguiendo el mismo patrón y hay aberrantes similitudes entre la ficción y la realidad.
Estamos en el umbral de un episodio peligroso y oscuro de la historia humana. El peligro que corren los subalternos y los grupos vulnerables; los trabajadores en especial, es potencialmente mortal. El consenso que ha logrado la visión neoliberal de la vida es impresionante. Esas ideas de disciplina, sacrificio personal, individualismo, falta de solidaridad y de salir adelante a cualquier precio sin importar la vida de los demás, se difunden como moneda corriente y dentro de la mente de los jóvenes ya se ha asentado y consolidado. Es por eso que el peligro es doble. El horror no será perpetrado únicamente por el dominio de los poderosos; no se instaurará un régimen represor y autoritario para obligar a las personas a hacer aquello que no quieren hacer. No, el horror estará diseminado en las sociedades y se solidificará en los consensos más autoritarios. Progresivamente, las afrentas contra los grupos vulnerables serán más visibles y las familias de la “gente de bien” apoyarán estas acciones represivas. La cultura y la vida cotidiana se impregnarán de un punitivismo recrudecido y los más afectados, como siempre, serán los pobres. Lo que hoy nos parece inadmisible, precisamente por inadmisible, eventualmente dejará de parecer tan cruel y así, el cinismo, la desvergüenza y el oportunismo se apoderarán de la vida en común.
En esta coyuntura es necesario repensar muchas de las “certezas” que se tenían cuando se analizaba el tema de Trump. Muchas personas, incluso dentro de la izquierda, echaron las campanas al vuelo cuando se dio a conocer la victoria electoral de tan siniestro personaje; celebraban que este movimiento aceleraría el descontento popular y desembocaría en una revolución proletaria. Esa tesis bobamente optimista excluye el sufrimiento de muchas personas, la segregación, la persecución y el asesinato de disidentes políticos, culturales o sexuales en nombre de un futuro que parece escasamente probable.
Sin embargo, no todo está perdido. En momentos como éste es cuanto más se acelera el aprendizaje colectivo y cuando emanan las fuerzas más revolucionarias para intervenir en el proceso, para luchar con el enemigo y para consolidar una visión del mundo más humana. Es cierto que el horror llegó para quedarse, pero también es cierto que existe la posibilidad de organizarnos. Finalmente, una de las lecciones más reconocidas y difundidas que dejó Philip Roth sobre la literatura fue que “la única manera de hablar de lo inefable es a través de la ficción”. Es decir, para hablar de lo sublime no hay nada como lo pensado, lo imaginado. La belleza alcanza su grado máximo descrita por lo increíble. Pero la realidad ahora le ha dado vuelta al asunto. La única manera de hablar de lo terrible es a través de la ficción.
Para finalizar, hay que recordar algo que mencionaba Hebert Roth, un personaje ficticio de la novela en cuestión. Él decía que a los fascistas no hay que darles ningún tipo de concesiones porque comienzan con cosas que parecen inocuas y terminan en verdaderas hecatombes. El ascenso gradual del fascismo en EE. UU. puede tener su alegoría en la identificación con Trump de sus votantes y de sus aliados. Primero era un bailecito ridículo el que imitaban; ahora, después de su encumbramiento como presidente, sus acólitos hacen impunemente el saludo nazi.
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Escrito por Aquiles Celis
Maestro en Historia por la UNAM. Especialista en movimientos estudiantiles y populares y en la historia del comunismo en el México contemporáneo.