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El llamado cine “independiente” es una variante de esta industria en México porque la realización de sus filmes no puede clasificarse como “comercial”, “convencional” u “oficial”. Además, sus propuestas se apartan de lo trillado y de la cinematografía que solo busca la obtención de ganancias monetarias. A pesar de que muchos de estos filmes no alcanzan altos niveles de calidad debido a que sus bajos presupuestos les impiden acceder a condiciones actorales y escenográficas óptimas, los temas que abordan, la lozanía de sus tramas y la espontaneidad de las actuaciones suplen con creces tales carencias. Un filme que está llamando mucho la atención del público es Ya no estoy aquí (2019), de Fernando Frías de la Parra, quien nos cuenta la historia de un joven adolescente de 17 años, Ulises (Juan Daniel García), quien nació en Monterrey y cuya vida –narrada en tono documental y representada por actores no profesionales– es similar a la de los millones de adolescentes y jóvenes que habitan en las grandes ciudades de México. Ulises tiene su propia pandilla llamada Los Terkos; sus integrantes son asiduos aficionados a escuchar y bailar la música que se conoce como “cumbia rebajada”, subgénero surgido en Monterrey a mediados del Siglo XX y que es una versión mexicana de la cumbia colombiana, pero que se toca con menos pulsaciones por minuto.
Pero la “cumbia rebajada” y los bailes de los actores en sus reuniones marginales solo son el escenario para narrar una historia que refleja la cruel realidad de millones de jóvenes mexicanos que viven en los barrios populares y carecen de estudios, empleo y de cualquier oportunidad para alcanzar un nivel económico y cultural digno. Un mundo que orilla a esa juventud a enfrentar los vicios, el hacinamiento y el peligro de ser ejecutados por Los Zetas u otros grupos delincuenciales. Después de estar a punto de morir, con tres de sus compañeros, a manos de sicarios que llegan en motocicletas y les disparan con sus armas letales, Ulises sale de México y migra a Nueva York, Estados Unidos (EE. UU.); ahí padece la explotación laboral y la terrible soledad que implica vivir en un lugar donde no puede hablar su idioma ni hacer lo que siempre le ha gustado. Intenta bailar en el metro y en otros sitios la música “Colombia”, pero una y otra vez es expulsado, ya sea por vagabundos o por policías. Ulises trabaja para un comerciante chino, que le encarga las tareas de limpieza del negocio. Conoce ahí a la hija del comerciante chino (Angeline Chen) con quien entabla amistad. Ulises le muestra, a través de videos y fotografías –vía Internet– la forma en que vivía en Monterrey, pero no puede adaptarse a la vida de la gran urbe estadounidense. La hija del comerciante chino lo invita a una fiesta de adolecentes neoyorquinos, donde sufre su más fuerte choque cultural con los jóvenes gringos, porque los bailes y flirteos de éstos lo asquean y lo obligan a marcharse y buscar refugio en la casa de una prostituta colombiana, a la que conoció en un bar cuando recién llegó a Nueva York. Finalmente, Ulises regresa a Monterrey, a pesar de que su madre le había dicho: “si regresas ya no tendrás ni madre ni familia, pues si regresas te van a matar”. Lejos de ser una apología de la música de los “cholos” regiomontanos, Ya no estoy aquí es una historia cuya atmósfera es opresiva porque reseña con objetividad la vida de millones de adolescentes y jóvenes en el mundo sin mañana, que la sociedad capitalista ha construido en México.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA