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El arte actual, que se hace en sincronía con nuestra propia cotidianidad, es resultado histórico de una línea que se vislumbra con toda claridad desde principios del siglo XX, hace más de 100 años.
Avancemos en orden cronológico. El origen de las estéticas de hoy tiene sus antecedentes en el movimiento de las llamadas vanguardias (primeras décadas del siglo XX); se trata de propuestas artísticas que marcaron una ruptura profunda con los modelos estéticos del gusto clásico-romántico cultivado hegemónicamente en los siglos XVIII y XIX. La ruptura se manifestó a través de múltiples ismos (dadaísmo, cubismo, impresionismo, futurismo, surrealismo), dentro de los cuales se gestaron varias de las obras maestras del siglo XX.
Este camino se profundizó rápidamente y, tras varias décadas, el llamado arte moderno dio paso al arte contemporáneo. Los linderos cronológicos de ambos son difíciles y se desdibujan. En todo caso, una propuesta sensata plantearía una fecha cercana a los años 60 del siglo pasado.
El arte contemporáneo –a pesar de los debates en torno al concepto– tiene ya una fuerte connotación de actual, de algo que sucede en nuestros mismos días (aquí se sustenta la asociación de los conceptos arte contemporáneo y arte posmoderno como similares). A diferencia de los artistas modernos, los contemporáneos están vivos hoy o han muerto hace pocas décadas. Como línea estética general, el arte contemporáneo continúa y profundiza el mismo sendero que el arte moderno.
¿Qué sendero? Es cierto que la pluralidad de lenguajes y búsquedas en el arte de hoy es de una variedad tal, que podría parecer un panorama caótico y confuso en una primera impresión. Pero, como en todo fenómeno, hay unidad en lo diverso. La base estética subyacente –al menos en el discurso dominante– sigue siendo la de una ruptura más o menos radical con los estilos del siglo XVIII, desarrollados y profundizados por el XIX. Así, conceptos técnicos centrales de cada disciplina son valorados como anacrónicos por las estéticas actuales (rima en poesía, melodía en música, dibujo en artes plásticas), al mismo tiempo que se profundiza en temas cada vez más abstractos, menos figurativos.
Esta caracterización pretende ser desprejuiciada. En sentido estricto, ni la sustitución de principios técnicos (motor antiquísimo de las revoluciones artísticas), ni los virajes temáticos deberían conducir necesariamente a un arte de mala calidad, que es como se suele etiquetar, casi siempre resultado de la desinformación, al arte actual.
Ya un pensador advertía, con nutridos ejemplos, que de una sociedad agotada no debe derivarse linealmente un arte decadente. El arte burgués –en el sentido histórico del término, es decir, el arte que expresa el momento revolucionario de la burguesía– se prefigura en el Renacimiento y agota sus últimos recursos con el romanticismo.
No es casual la simultaneidad de la Primera Guerra Mundial, horrorosa declaración de la descomposición del mundo capitalista, con el radicalismo de las vanguardias artísticas mencionadas. Para entonces, los intereses de la clase dirigente no son ya, ni de lejos, los intereses del conjunto social; el impulso de la sociedad, sus anhelos, sus expresiones, y con ellos su arte, pierden su carácter homogéneo para comenzar una búsqueda desesperada de renovación y de cambio.
Se ha repetido que el arte es una expresión de la sociedad de su tiempo. Es cierto, aunque a veces se olvida aplicar ese principio general a nuestra sociedad particular de hoy. Las expresiones del arte actual, con sus aparentes extravíos y abusos, indagan exactamente en el mismo dilema que la sociedad entera: la renovación o el cataclismo.
Escrito por Aquiles Lázaro
Licenciado en Composición Musical por la UNAM. Estudiante de la maestría en composición musical en la Universidad de Música de Viena, Australia.