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El reciente asesinato del ex Primer Ministro Shinzo Abe advirtió al mundo que la crisis política interna de Japón existe, que se ha ocultado por décadas y que los nacionalistas en el poder cuidarán su relación con Estados Unidos (EE. UU.); pues coincide con el militarismo que aquél defendió. Esta ideología extremista subyace en la actual alineación nipona con la geoestrategia de EE. UU. en el Pacífico contra la República Popular China. En esa lógica regional, la diplomacia de México debe ser sagaz para no exponer los 125 años de relación con Japón, ni su creciente asociación con Beijing.
Después del ocho de julio, Shinzo Abe se convirtió en un héroe trágico no solo en su país, Japón, sino en gran parte del mundo. Por décadas fue el rostro del estadista más popular –y más poderoso– en la vida cotidiana de millones de japoneses. Hábil jugador en la escena interna y global, Abe era un halcón por su visión estratégica y actuación extrovertida, una rareza entre los nipones.
Fue el político que, en el Siglo XXI, encaminó a Japón, ese archipiélago de seis mil 852 islas, con 125.6 millones de habitantes, en una superficie de 377.9 mil km2, territorio contrastante con el millón 964 mil km2 de México. Es la tercera economía mundial por su Producto Interno Bruto (PIB) y menor desempleo; aunque carga con la segunda deuda global. El Covid-19 le causó 10 millones de casos y 32 mil decesos. Hoy registra un alza en el ultranacionalismo.
Derrotado en la Segunda Guerra Mundial y ocupado por EE. UU., Japón fue considerado el laboratorio más exitoso del capitalismo avanzado y un paradigma mundial del “capitalismo sabio”. Para restaurar su rol como potencia entre los 50 y 80, la cúpula política impulsó su industria, concentrada en la productividad y la educación tecnológica.
Prohibidos en la posguerra por ser monopólicos, los zaibats resurgieron, organizados con base en costos y calidad. Estas corporaciones –Mitsui, Mitsubishi, Fuyo, Sanwa, Sumitomo e Ichican– dominaron la economía industrial, comercial y financiera vinculada siempre con los keiretsus: organismos de pequeñas y medianas empresas subsidiarias o subcontratados.
Ciclo dramático
1960. Es asesinado el líder socialista Inejiro Asanuma por un estudiante ligado a la extrema derecha.
1995. La secta Verdad Suprema ataca con gas sarín en el metro de Tokio, causando 14 muertos y seis mil 300 intoxicados. Hasta 2018 fue ejecutado el líder del grupo.
2005. Legisladores pelean a golpes en el Parlamento por el rechazo del Partido Democrático (opositor) a la nueva ley del ejército, que suprimiría al pacifismo de Japón.
2011. Tras el terremoto que provocó el accidente nuclear en Fukushima, los medios de prensa criticaron la inseguridad de la planta.
2020. Juegos Olímpicos, que sirvieron “para elevar la autoestima y orgullo nacional”, según Abe.
Ocho de julio de 2022. Shinzo Abe es asesinado.
10 de julio de 2022. El PLD obtiene mayoría.
Ese periodo se conoció como el de “Las Tres Joyas” (salario por antigüedad, empleo de por vida o a largo plazo y sindicalización) y que priorizó la innovación. Sin embargo, con el estallido de la burbuja financiera que en los años 90 frenó el crecimiento, la economía decayó. La globalización empeoró la situación y trajo el estancamiento que aún persiste.
A la par, aunque los trabajadores gozan de amplias garantías, la sociedad japonesa no ha logrado combatir el problema estructural del extremismo de derecha, causa de serios conflictos sociopolíticos. Occidente elude criticar a Tokio por este lastre, pues se beneficia de este socio clave en el Pacífico para atizar las diferencias con China.
Élite y poder
Tras derrotar a Japón hace 77 años, EU. UU. impuso su noción de democracia. La propaganda, de lo que Occidente llama “cultura del honor” de su aliado oculta los fuertes altercados entre partidos políticos; y evidencia que el sistema político japonés solo es pluripartidista y competitivo formalmente.
Como evidencia, basta ver que desde 1955 –salvo en dos periodos: 1993-1994 y 2009-2012– el Poder Ejecutivo lo ha ejercido siempre el conservador Partido Liberal Democrático (PLD), al que perteneció Shinzo Abe. La puja política entre 1988 y 2012, que coincidió con crisis económicas, marcó tal inestabilidad, que Japón tuvo 24 primeros ministros.
El artífice de la estabilidad fue Junichiro Koizumi (2001-2006). El también maestro de Shinzo Abe, lanzó audaces medidas: liberalizó la economía (privatizó servicios básicos) y se relacionó con los sectores más conservadores y nacionalistas de la sociedad.
A ese Japón más encaminado hacia el futuro llegó Abe, que legitimó su liderazgo político apelando a la histórica figura de su abuelo: Nobusuke Kishi. Este polémico personaje fue viceministro de Manchuria –la región ocupada a China en 1931– y dos veces ministro.
Cuando EE. UU. ocupó Japón, apresó a Kishi, aunque luego lo reivindicó. El hábil personaje logró ser Primer Ministro (1957-1960) y artífice del Tratado Mutuo de Seguridad entre Washington y Tokio, que aún rige la relación bilateral.
De ese abuelo, Shinzo Abe absorbió el nacionalismo y vínculos con la extrema derecha. De ahí que, en su primer gobierno, intentara reformar el artículo 9° de la constitución para recuperar un ejército. Además reformó la ley de educación, que resalta el patriotismo en la historia del país.
En su segundo gobierno, Abe impulsó sus reformas económicas. Para atraer a la población, ofreció una mezcla de tradición e innovación con la parábola de las “Tres flechas”: cada una podía partirse fácilmente, pero juntas, no. Así lanzó la Abenomics: política fiscal, monetaria y estructural a la que sumó la incorporación de la mujer al mercado laboral.
Abenomics fue posible porque Abe formó un equipo de primer orden. En 2014 creó la Oficina de Asuntos de Personal, que nombró a 600 altos funcionarios y situó a políticos de confianza en cargos fundamentales de todos los ministerios. Su operador fue el calificado jefe de gabinete Yoshihide Suga.
El exPremier se rodeó con un “nuevo triángulo de hierro”: una red de asesores, empresarios y expertos de alto nivel. Y aunque sus opositores criticaron los efectos negativos de sus reformas en la agricultura, el gobierno corporativo, la energía y el mercado laboral, analistas de EE. UU., como Phillip Y. Lipscy afirman que transformó la política de Japón.
Abe se obsesionó con la idea de reconstruir a Japón como una potencia. Pero ese anhelo fracasó por los efectos negativos de la globalización y el imparable crecimiento de China. Por ello se resignó a fortalecer su alianza con EE. UU. para redibujar a Japón en el mapamundi.
Con ello en mente, Abe fue el primer jefe de Estado en visitar a Donald John Trump tras su elección; se reunió en 16 ocasiones con Vladimir Putin y, en el año 2018, se encontró en Beijing con Xi Jinping para celebrar el 40 aniversario del Tratado de Paz y Amistad bilateral.
Extremismo soterrado
Más allá de los logros y desafíos del exPremier, el análisis examina las causas de su asesinato; y ahí se encuentran los efectos dramáticos del soterrado extremismo en Japón, que nutre al nacionalismo y la añeja cultura militarista. Así lo ilustra la tragedia del tres veces nominado al Premio Nobel de Literatura, Yukio Mishima.
El 25 de noviembre de 1970, este escritor asaltó el Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa en Tokio, tomó como rehén al comandante e intentó lanzar un golpe de estado para restituir en el poder al emperador. Tras fracasar, Mishima cometió seppuku (harakiri).
Tras el asesinato de Abe, se recuerda el drama de Mishima y que el militarismo exacerbado está latente en Japón. Este fenómeno gana espacios en un contexto geopolítico regional que podría jugar a su favor, apunta el analista Juan Antonio Sanz.
Militarismo y ultranacionalismo se expresan abiertamente en universidades, grandes corporaciones, grupos religiosos y en las fuerzas armadas japonesas. Todos rechazan el desarme y pacifismo que les impuso la ocupación estadounidense. El propio Abe buscó abolir el pacifismo y eludió la responsabilidad de Japón en masacres como la de Nankin, China, que costó la vida de 300 mil personas.
El objetivo de Abe consistía en transformar a las Fuerzas de Autodefensa (unos 250 mil elementos) en un ejército convencional y enviarlo “allá, donde fuera necesario”. Por ello aumentó el presupuesto de defensa, envió a esas fuerzas a Irak para “ayudar” a EE. UU. y al conflicto de Nepal.
El lado oscuro
Shinzo Abe fue asesinado en una calle de la ciudad de Nara, en el último minuto de un acto de campaña para elegir a miembros de la Cámara Alta. El exPrimer Ministro recibió un disparo en la espalda por el desempleado Yamagami Tetsuya, de 41 años, quien usó una pistola de doble cañón que él fabricó.
El tirador sorprendió a la policía, pues Japón tiene leyes de control de armas de las más estrictas del mundo; y la propaganda sostiene que la sociedad japonesa es muy pacífica, escribió el analista Kosuke Takahashi.
El perpetrador Tetsuya sirvió tres años en la Marina de las Fuerzas de Autodefensa y acusó a Abe por la quiebra financiera de su madre, a la Iglesia de la Unificación, asociada al líder surcoreano Sun Myung Moon, quien a su vez era cercano al abuelo de Abe y el PLD.
Para algunos, la investigación del crimen revelará el lado oscuro en la relación entre política conservadora y religión. Entre 1996 y 2013 se fortaleció el movimiento ultranacionalista Uyoku dantai que, según la Agencia Nacional de Policía, reúne a miles de agrupaciones.
Estos grupos son un gran problema. Le dan al patriotismo un muy mal nombre. La irónica, y casi cómica verdad es que muchas organizaciones de derecha en Japón tienen descendientes coreanos. Esto ha sido así por años, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Esto es una de las más extrañas cosas en Japón. También es una pena que den razones a los sentimientos antijaponeses en Corea o China. Me pregunto cuáles son sus objetivos reales, escribió en un chat público Kentaro Chiba, estudiante de ciencia política y economía de la Universidad Waseda.
Así como el exPremier se alineó con la geoestrategia de EE. UU. en el Pacífico, también lo hizo con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En la Cumbre de Madrid, entre el 29 y 30 de junio, Abe respaldó que Japón participara en los ejercicios que realice esta alianza en la cuenca del Pacífico y el Índico.
De igual forma, a tres días de la Operación Militar Especial de Rusia para desnazificar Ucrania, Abe declaró que debía reconsiderarse la posibilidad de que Japón albergara armas atómicas estadounidenses. Y agregó que si Kiev hubiera dispuesto de estas armas, “jamás habría sido atacada por Moscú”.
Shinzo Abe también caracterizó a China como un desafío. La acusó de usar la fuerza sobre las islas Diaoyutai –que Japón llama Senkaku– en el Mar de Japón; y cuya soberanía reclaman ambos países. También acusó a Beijing por animar “actos agresivos” de Norcorea contra Surcorea y Japón.
Así como Abe complació a EE. UU., hoy Biden está muy cómodo con Fumio Kishida. Ante la próxima reunión bilateral, que analizará la Estrategia Nacional de Seguridad, expertos del Centro para Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS) se preguntan: ¿hasta qué nivel se comprometerá Tokio con Washington en el fin del orden unipolar? La respuesta está en el aire.
Ocupación y poder
Desde hace ocho décadas, la presencia militar de EE. UU. en Japón es omnipresente. Las instalaciones son el legado no deseado de la ocupación. Se habla de 54 mil tropas dispersas en varias ciudades; solo el 70.3 por ciento de sus bases (con 32 instalaciones) se asienta en Okinawa.
En la localidad de Fussa opera la base aérea de Yokota, con unos 14 mil efectivos y fue muy útil en la Guerra de Vietnam. Ahí, y en todo el país, los ciudadanos repudian los delitos, abusos y contaminación asociados a ese despliegue masivo de tropas que van desde escándalos en los bares hasta la caída de helicópteros sobre jardines infantiles.
“No se van a ir de aquí si no los corremos”, admiten miembros de organizaciones que protestan contra esas bases, como el pastor Takehiro Kamiya. Esta oposición obligó a cambiar de sede la base de Futenma a otra zona más aislada, pero situada en Henoko, un área costera cuya ecología ya degradó la obra.
“Construir una base militar para matar gente es absurdo; nos oponemos”, denuncian ante la televisión occidental los habitantes. Apenas en enero, el gobierno japonés pidió a Washington restringir movimientos en sus bases para contener los contagios masivos de Covid-19.
La ocupación estadounidense fue autorizada por la cúpula política japonesa, cuyos miembros pertenecen a una sofisticada jerarquización. El exPremier Shinzo Abe y 27 de los 30 primeros ministros surgidos después de la Segunda Guerra Mundial provinieron de familias de esa casta política.
Ahora mismo, de tres de los candidatos más probables para suceder a Abe, al menos uno estuvo ya en el gobierno; y cinco grandes figuras de la próxima generación –Abe Yuko Obuchi, Shinjiro Koizumi, Tatsuo Fukuda, Gaky Hasimoto y Yasu-taka Nakasone– son hijos y un nieto de primeros ministros, puntualizan los expertos Oriol Farrés y Xavier Peytibi.
Entretanto, el respaldo social que ganó el gobierno con el asesinato de Abe, permitirá al actual premier Fumio Kishida consolidar su liderazgo en el poder, sin la sombra de aquél. Solo resta definir qué hará Kishida con Nishi Nobuo, ministro de Defensa, hermano menor de Abe.
El 1° de julio, ambos protagonizaron una escaramuza cuando Kishida reemplazó al viceministro de Defensa, Susuki Atsuo, por el ex comisionado de la Agencia de Logística en Adquisición y Tecnología de ese ministerio, Shimada Kazuhisa. Molesto, el ministro Nishi, pidió postergar la designación de Shimada hasta fin de año, cuando se revisarían los puestos, según la Estrategia Nacional de Seguridad.
El Premier se mantuvo y el Ministro cedió. En su próximo gabinete, Kishida debe decidir si conserva o remueve a Nishi; también si reemplazará al jefe de política del PLD, Takaichi Sanae, el más cercano ayudante de Abe. Si los releva, el Primer Ministro fortalecerá su base de poder, y dispondrá de tres “años dorados” antes de las elecciones para gobernar a su gusto, explica el experto militar Kosuke Takahashi, de Janes Defense.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.