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El 26 de julio se cumplen 68 años del Asalto al Cuartel Moncada, acción con la que un grupo de jóvenes cubanos iniciara la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista. Ante la superioridad de las fuerzas del gobierno, la acción derivó en una derrota militar, la muerte de la mayoría de los insurrectos y la prisión de los sobrevivientes, entre los que se encontraba Fidel Castro Ruz, cuyo alegato durante su propio juicio es conocido con el título de La Historia me absolverá. La gesta heroica de 1953 serviría de impulso para la posterior lucha de todo un pueblo que daría paso a la Revolución Cubana de 1959 y a la admirable transformación de La Isla en los renglones de justicia social, salud, educación y deporte.
Pero el pueblo cubano ha tenido que enfrentar 60 años de un bloqueo genocida impuesto por el imperialismo norteamericano y sus satélites. Hace mucho que las sucesivas administraciones estadounidenses, a pesar del clamor mundial, prohíben el comercio con Cuba y han provocado una crisis humanitaria cuyo fin es rendir por hambre a los valientes y firmes cubanos y a su partido, que hoy se enfrentan a un nuevo episodio de este inhumano asedio. Al Partido Comunista Cubano, forjador de una ejemplar, generosa y solidaria Patria, canta el escritor, poeta y crítico literario Cintio Vitier (1921-2009) en el soneto Esto te doy.
Te doy mis manos, estas torpes manos
de escribano perdido en su escritura;
te doy mi pensamiento, mi estatura,
te doy mis ansias de sembrar veranos.
Te doy mi corazón, los cotidianos
recintos en que habita su ternura,
y te doy esta noble desmesura
de andar caminos y contar hermanos.
Por manos, pensamiento y estatura
te brindo lo que soy por lo que he sido:
mi corazón poblado de ternura.
Que en tu bandera de Rubí aguerrido
quiero dejar mi humilde añadidura,
a tu honor, legendario, mi Partido.
En Los conquistadores, el poeta Regino Pedroso (1896-1983) desenmascara el neocolonialismo yanqui –siempre al acecho de los cubanos–, con la miseria, la injusticia y la violencia contra los más débiles característicos de una conquista que solo en el exterior se diferencia de la española, aunque venga revestida de una defensa de los “derechos humanos” y la “democracia”.
Por aquí pasaron. Mezquinas epopeyas
llameaban en sus ojos ebrios del mar Atlántico
y del Pacífico. Venían con férreas botas;
el largo fusil sobre los hombros,
y el continente bárbaro.
¿Qué verdad predicaban a los hombres?
¿Qué evangelio de dichas al sufrimiento humano?
¿Qué salmo de justicia, por las tierras inmensas,
alzaban a los cielos sus cañones blindados?
En nombre del Derecho y de la Paz venían.
Iban hacia los pueblos llamándolos hermanos:
y, como en la Escritura, la América fue el Cristo
que los vio repartirse sus tierras por vestidos,
y echar suerte en la túnica libre de su destino.
Por aquí pasaron.
Venían con un nombre de democracia nueva:
¡y hasta las altas cumbres de los andes durmieron
bajo un pesado sueño brutal de bayonetas!
Por aquí pasaron.
Con nuevos postulados de libertad venían:
y hasta la vieja tierra de Li Tai Pe llegaron
sobre los rascacielos flotantes de sus dreadnoughts
entre un clamor de débiles pueblos despedazados.
Por aquí cruzaron.
Ahora hacia sus cuarteles de Wall Street:
el fardo de dólares al hombro,
y el continente bárbaro.
El poeta y periodista Sergio Hernández Rivera (1920-1996), en Revolución es también eso, fustiga a los partidarios del imperialismo que, embozados como serpientes venenosas, esperan la menor oportunidad para negar los triunfos de una Revolución construida en 62 años por un pueblo orgulloso, combativo y soberano.
¿Reuniones, asambleas, actas de compromiso
en la oficina o en la fábrica?
¿La construcción? ¿El surco?
¿Los círculos de estudios, la guardia de milicia?
¿Charlas?
¿Más charlas, conferencias y mítines relámpagos?
¿Revolución es solo eso? –me preguntas
con tu voz enroscada de víbora silbante.
Observo y comparo
el tono de tu voz con el de otras voces inconfundibles
y reconozco en ti al emboscado de siempre,
amargado de siempre,
resentido de siempre.
No quiero contestarte, porque por mí responde
la alegría espumante del carnaval de julio;
el millón de jubilosos cubanos volcándose en la Plaza
en los días de las grandes celebraciones;
el goce puro del deber cumplido
en la tarea cotidiana;
el garboso empaque de nuestras mujeres,
bellas igual con el fusil que con el libro o con la azada
(tan distintas a las arrugadas cacatúas
de aquella vieja sociedad que tanto añoras);
su andar gracioso y leve entre gomígrafos y tintas,
la niebla del taller o la campiña mañanera.
Porque Revolución es también eso,
(eso que hace mi hoy acerado cuerpo
invulnerable a tu sutil veneno).
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.