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Nació en Madrid, España, el 17 de enero de 1600 y murió en esta misma ciudad el 25 de mayo de 1681. Es el más egregio representante del teatro barroco español. Educado con los jesuitas, adquirió una sólida formación filosófica y teológica que se transparenta en su obra. A los 25 años de edad pasó a servir como soldado, primero en Milán y luego en Flandes, de donde fue llamado a Madrid y destinado a escribir dramas para las fiestas reales. A los cincuenta se ordenó de sacerdote y llegó a ser capellán de honor en la casa real. De Calderón se conservan 120 comedias, 80 autos sacramentales y 20 entremeses. Calderón emplea en su teatro, de gran hondura filosófica, un lenguaje conceptista y exige para su representación una suntuosa y complicada escenografía. Sus poesías líricas hay que buscarlas en sus obras teatrales.
A la Muerte
Décimas
¡Oh tú, que estás sepultado
en el sueño del olvido,
si para tu bien dormido,
para tu mal desvelado!
Deja el letargo pesado,
despierta un poco, y advierte
que no es bien que desa suerte
duerma, y haga lo que hace
quien está desde que nace
en los brazos de la muerte.
Da lugar al pensamiento
para que discurra, y veas
y que lo más que tú deseas
no es más que soplo de viento.
No labres sin fundamento
máquinas de vanidad,
pues la mayor majestad
en un sepulcro se encierra,
donde dice, siendo tierra:
“Aquí vive la verdad”…
Mira cómo pasó ayer,
veloz como tantos años:
evidentes desengaños
del limitado poder.
Lo que fue dejó de ser,
y no quedó dello más
del ha sido: tú, que vas
por este mundo inconstante,
mira que el que va adelante
avisa al que va detrás.
La corona y la tiara
que tanto el mundo estimó
¿qué se hizo?, ¿en qué paró
sino en lo que todo para?
¡Oh mano del mundo avara!
Si tanto bien nos limitas,
¿para qué, di, nos incitas
a aspirar a más y más,
si lo que despacio das
tan de prisa nos lo quitas?
Si te engaña el propio amor
para que no veas el daño,
la muerte, que es desengaño,
sirva de despertador.
Hoy nace la tierna flor
y hoy su curso se termina;
todo a la muerte camina:
la estatua del más bizarro,
como está fundada en barro,
la deshace cualquier china.
¿En qué piensas o a qué aspiras
cuando tras tu gusto vas,
pues dél no te queda más
que enemigos que conspiras?
Si es que adelante no miras,
mira la vida pasada,
que si en tan corta jornada
lo más pasa desa suerte,
hasta llegar a la muerte,
¿qué te queda? Poco o nada.
Desde el nacer al morir
casi se puede dudar
si el partir es el parar,
o el parar es el partir.
Tu carrera has de seguir:
y pues con tal brevedad
pasa la más larga edad,
¿cómo duermes y no ves
que lo que aquí un soplo es
es allá una eternidad?
Mira el tiempo volador
cómo pasa, y considera
cómo va tras la carrera
desde el menor al mayor.
El esclavo y el señor
corren parejas iguales,
que como nacen mortales,
iguales van a la hoya,
de cuya deshecha Troya
aún no quedan las señales.
La juventud más lozana
¿en qué paró?, ¿qué se hizo?
Todo el tiempo lo deshizo
y anocheció su mañana,
la muerte siempre es temprana
y no perdona a ninguno:
goza del tiempo oportuno,
granjea con tu talento,
que aquí dan uno por ciento
y allí dan ciento por uno.
¿Qué eternidades te ofrece
la más dilatada vida,
pues que apenas es venida
cuando se desaparece?
Hoy piensas que te amanece
y es el día de tu ocaso.
¡Término breve y escaso!
Mas ¿qué mucho, si volando
te va la muerte buscando
cuando tú vas paso a paso?
La dama más celebrada,
lazo en que todos cayeron,
ella y ellos, di, ¿qué fueron
sino tierra, polvo y nada?
¡Oh limitada jornada,
oh frágil naturaleza!
La humildad y la grandeza
todo en nada se resuelve:
es de tierra y a ella vuelve,
y así, acaba en lo que empieza.
¿De qué te sirve anhelar,
por tener y más tener,
si eso en tu muerte ha de ser
fiscal que te ha de acusar?
Todo acá se ha de quedar;
y pues no hay más que adquirir
en la vida que el morir,
la tuya rige de modo,
pues está en tu mano todo,
que mueras para vivir.
A San Isidro
Soneto
Los campos de Madrid, Isidro santo,
emulación divina son del cielo,
pues humildes los ángeles su suelo
tanto celebran y veneran tanto.
Celestes labradores, en cuanto
son amorosa voz, con santo celo
vos enviáis en angélico consuelo
dulce oración, que fertiliza el llanto.
Dichoso agricultor, en quien se encierra
cosecha de tan fértiles despojos,
que divino y humano os da tributo,
no receléis el fruto de la tierra,
pues cogerán del cielo vuestros ojos,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.
Escrito por Redacción