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El sector agropecuario sigue postrado en materia de desarrollo tecnológico, situación que le coloca en gran desventaja competitiva. Salvo en muy localizadas regiones de agricultura próspera, el campo sufre un gran atraso que condena al desempleo, la pobreza y la emigración de millones de campesinos a las ciudades (“descampesinización” le han llamado); asimismo, provoca un aumento en las importaciones agrícolas, de maíz, por ejemplo; una verdadera paradoja, por ser México su centro de origen y donde ocupa hoy el primer lugar en población dedicada a su cultivo y en superficie cultivada: según la Encuesta Nacional Agropecuaria 2012, el 38.9 por ciento del total, aunque el 82 por ciento en condiciones de temporal. El rendimiento promedio por hectárea es de 2.8 toneladas, contra 10.3 en Estados Unidos (EE. UU.).
Visto en conjunto, nuestro nivel de tecnificación agrícola está muy a la zaga del de economías desarrolladas. Algunos ejemplos. En infraestructura y tecnología de riego, solo el 2.3 por ciento de las unidades usan microaspersión; aspersión (8.51) y riego por goteo (9.6), aunque pueden ser los mismos productores. Seis de cada 10 agricultores usan herbicidas e insecticidas, en contraste con el 75 por ciento de la superficie cultivada en EE. UU. En México, solo uno de cada 100 productores emplea sensores de humedad y de nutrición. En cuanto a mecanización agrícola, indicador clave del desarrollo capitalista, una cuarta parte de nuestros productores emplea todavía tracción animal; solo cuatro de cada 100 por ciento usan tractor y apenas en una cuarta parte de las unidades se usan cosechadoras; en EE. UU. el 84 de las unidades agrícolas o pecuarias tienen al menos un tractor.
La cría de bovinos es otro ejemplo. En términos de la proporción de la población de reses en las que se aplica cada elemento tecnológico, solo en 1.5 por ciento se utiliza transferencia de embriones; aplicación de hormonas (2.6), inseminación artificial (9.9). En contraste, en EE. UU. en 2010, el 80.1 por ciento de las granjas lecheras usaba inseminación artificial; Hogeland (1990) afirma que el 70 por ciento del hato ganadero lechero fue obtenido mediante esta técnica. En México (Encuesta Nacional Agropecuaria 2012), solo un tercio de los productores suministra alimento balanceado y un 58.5 por ciento aplica baños contra parásitos en la piel del ganado. Como consecuencia, tenemos una baja calidad en la producción y una limitada competitividad: del total del ganado, 26 por ciento se produce para la venta, pero de ahí, 0.4 por ciento se exporta; y, muy relacionado con ello, y en detrimento de sus utilidades, más de tres cuartas partes de los productores venden a intermediarios. Así, el rezago tecnológico se asocia con la reducción en la productividad, en la competitividad y, por ende, en la rentabilidad del sector (con las excepciones ya señaladas), y frena la inversión, no solo la pública, que se da por descontada, sino la privada. Según el Inegi, el 7.6 por ciento de las unidades productivas obtienen algún crédito, a lo cual contribuyen como disuasivo las elevadas tasas de interés. Únicamente el 20.8 por ciento de los productores tiene acceso al crédito.
La limitada productividad del sector agrícola se manifiesta también en que en el año 2001 daba ocupación al 22.6 por ciento de la fuerza laboral, pero solo producía el cinco por ciento del producto interno bruto (PIB); en EE. UU. empleaban al 2.1 por ciento y producían el 1.8 del PIB; a esto contribuye poderosamente el diferencial tan amplio en desarrollo tecnológico, sobre cuya importancia, en general, nos ilustra la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO): “La quinta etapa (mecanización motorizada V), que comenzó hace más de 10 años, ha comportado la utilización de tractores de tracción a las cuatro ruedas de más de 120 CV, lo que ha permitido ampliar a más de 200 hectáreas la superficie que puede ser atendida por un solo trabajador (…) Análogamente, en 1950, un trabajador podía ocuparse de ordeñar una docena de vacas dos veces al día, cifra que se duplicó cuando empezó a utilizarse la máquina de ordeñar portátil, aumentó a 50 animales con la sala de ordeño en espina de arenque equipada con un depósito de leche, pasó luego a 100 vacas con la cinta transportadora y es ahora de más de 200 vacas desde que se utiliza la sala de ordeño totalmente automatizada (…) De esta manera, en cada una de las etapas del proceso de mecanización motorizada ha aumentado la superficie o el número de animales por trabajador, y los progresos alcanzados paralelamente en la industria de los productos químicos agrícolas y el mejoramiento genético han permitido aumentar los rendimientos por hectárea o por animal” (FAO, Los efectos sociales y económicos de la modernización de la agricultura, 2000).
Pero el atraso tecnológico es efecto, a su vez, de otro fenómeno: la fragmentación en la propiedad de la tierra, fuente de pobreza entre los productores agrícolas y que constituye un obstáculo a la absorción de tecnología avanzada: 57 por ciento de las unidades de producción tienen una superficie de tres hectáreas o menos (VIII Censo Agrícola, Ganadero y Forestal). En una publicación oficial, Financiera Rural indica que: “Mientras en 1991 el 66.3 por ciento de las unidades de producción agrícola tenían menos de cinco hectáreas, para 2007 esta cifra aumentó a 72.6 por ciento”; cuán diferente es la situación, por ejemplo, en Argentina, donde 65 por ciento de las unidades tienen una superficie superior a 25 hectáreas.
En virtud de lo expuesto, para superar la crisis agrícola se requiere de una reorganización en términos de sus escalas productivas, que permita elevar la productividad, producir a menores costos, en menos tiempo, para aumentar la competitividad y revertir la desorbitada importación de alimentos. Producir a gran escala permitirá asimismo absorber tecnología avanzada, introducir mejor infraestructura y elevar la inversión. Ciertamente, la proletarización del campesinado es un proceso histórico objetivo, expresión de leyes del desarrollo capitalista, pero sus devastadores efectos sociales en desempleo, aglomeración en los grandes cinturones de miseria urbanos, etcétera, pueden enfrentarse con una política que incluya organización de productores agrícolas, crédito, asistencia técnica y capacitación. Pero también debe atenderse a quienes ya han abandonado el campo, para lo cual es necesario desarrollar los sectores secundario y terciario de la economía para que puedan absorber a quienes arribaron ya a las ciudades en busca de sustento, ofreciéndoles empleos decorosos y condiciones de vida dignas.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.