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“Mi madre es inmortal”: Horacio Armani
El tema de la memoria que puede fijar permanentemente un instante feliz se aborda en su poema Voz bajo una parra, hermosa forma de expresar el amor filial y de hablar en presente del tiempo ido.
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Toda poesía es vana si no sabemos poner en la palabra

un estallido del dolor de todos.

Horacio Armani

 

(Sin arte poética, en Para morir, para vivir)

Periodista, traductor de la poesía italiana, narrador, ensayista y multipremiado poeta argentino, la obra poética de Horacio Armani (1925-2013) comprende Primer libro de poemas (1946); Esta luz donde habitas (1948); La música extremada (1952); Para vivir para morir (1969); La vida de siempre (1958); El sueño de la poesía (2008); El gusto de la vida (1974); Recreos del tiempo (1978) y Veneno lento (2002). Su coterráneo, el ensayista y crítico literario Enrique Ánderson Imbert lo ubica en la generación de la posguerra y dice “a pesar de su pesimismo temperamental y tal vez metafísico, (Horacio Armani) cree que es posible encontrarle a la vida un propósito. Él lo encuentra en la poesía, en el amor y en la justicia. Con sinceridad, con ternura, con clásica pureza celebra lo valioso del mundo: la belleza de la propia tierra, la risa de la mujer amada, la solidaridad con los débiles, la memoria que nos rescata a los muertos y la comunicación que nos salva de la soledad y la tristeza”.

 

El tema de la memoria que puede fijar permanentemente un instante feliz se aborda en su poema Voz bajo una parra, hermosa forma de expresar el amor filial y de hablar en presente del tiempo ido. Si al comienzo la acción parece ocurrir mientras el poeta la enuncia, pronto queda claro que “todavía” se refiere a que las imágenes desfilan en su mente, y que la madre, muerta, ha alcanzado la inmortalidad mientras él la recuerde. No son versos lacrimosos y la emoción se ha purificado hasta convertirse en una imagen luminosa que existe todavía aunque el árbol, el patio y la mujer de ojos verdes hayan desaparecido, porque vuelven a la vida al llamado del recuerdo.

 

Mi madre está en el patio y canta todavía

mientras lava la ropa. Ha empezado el verano

y la parra la envuelve con su sombra liviana

que baja hacia los brazos felices. Por las hojas

se filtra el sol a veces hacia sus ojos verdes

donde el rayo se irisa cuando la espuma salta

en pompas de aire lúcido. Y canta todavía.

Mi madre es inmortal. Un día hundía los brazos

en el agua del tiempo, tan fresca como el tiempo

que llevaba su vida más allá del espacio

a un país inocente. Y la heredad secreta

que anida en las penumbras fluyentes del recuerdo

llamaba desde islas inasibles, le abría

otra región de olvido para mirarnos siempre.

¡Ah, la envolvente ráfaga mortal

que la arrastró en su vórtice! Los días

están quietos en el ayer y empañan

la memoria de un patio que ya no es más, que tiembla

bajo las ruinas del recuerdo.

¡Canta, madre, en tu patria desértica, bajo la lluvia de oro

de los grandes racimos fantasmales

donde están nuestros rostros

brillando entre las pompas irisadas!

Un día fuimos eso: tu voz bajo una parra.

Y todavía nos faltaba amarte

más allá del recuerdo, del olvido.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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