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El fotoperiodista tijuanense Alfonso Margarito Martínez Esquivel fue asesinado el 17 de enero con tres disparos a la cabeza y el cuello cuando se hallaba en su automóvil y se disponía a salir de su casa para cubrir un accidente en el que había resultado herida una persona.
La Fiscalía General del Estado (FGE) de Baja California en Tijuana no descarta que su asesinato esté relacionado con su labor periodística y ésta es precisamente una de las líneas de investigación sobre su caso. En diciembre del año pasado, Margarito había solicitado, el apoyo del Mecanismo de Protección a Periodistas (MPP) después de que Ángel Peña, un seudocomunicador, le atribuyera vínculos, a través de Facebook, con el crimen organizado.
Margarito no contaba con esta protección cuando fue asesinado porque el MPP no había sido instalado aún por la gobernadora morenista Marina del Pilar Ávila Olmeda; habían turnado su demanda a la delegación federal, en cuyo papeleo burocrático andaba perdida pese a que, en 2018, Tijuana fue considerada la ciudad más violenta del mundo y en los últimos tres años (2019-2021) ha sido evaluada como la más violenta de México, con más de dos mil homicidios.
Margarito Martínez tenía casi dos décadas cubriendo la fuente policiaca y en ese lapso había sido testigo de la dinámica de violencia delictiva de la metrópoli fronteriza de México. A mediados de 2021 fue entrevistado precisamente para que compartiera su información y puntos de vista sobre sus experiencias como reportero de “nota roja” en la ciudad más violenta del país.
Ésa fue la última entrevista que el fotoperiodista concedió y la versión de la misma, que había permanecido inédita, es ofrecida ahora por buzos a fin de que sus lectores conozcan cómo fue su vida y su labor profesional.
Son más de las 17:00 y esperamos a Margarito Martínez frente a las instalaciones de la Cruz Roja Mexicana, ubicadas en la Segunda Etapa Zona Río de Tijuana, donde nos citó para esta entrevista. “Ya voy en camino. Es que mi esposa me hizo una comida bien sabrosa y no me podía ir sin comer”, dijo en un mensaje de WhatsApp.
Aunque muy profesional, Margarito dejaba todo por su esposa Elena Frausto y su hija Johana. Por esa razón decidimos esperarlo el tiempo que fuera necesario. Sin embargo, minutos después escuchamos su voz característica:
“Qué pasó, parejones, ya estoy por acá”.
Vestía pantalón de mezclilla azul, chamarra verde camuflada y gorra negra, Sonreía, como siempre, y lo primero que quisimos indagar fue por qué nos citó en el estacionamiento del Oxxo que se halla frente a la Cruz Roja.
–¿Tiene algo de especial este lugar, Margarito? – Le pregunté con cierta displicencia.
–Es mi lugar estratégico; mi base de operaciones. Durante más de seis años estuve trabajando en el turno nocturno, que era de las siete de la tarde hasta las seis de la mañana, y descubrí que desde aquí me puedo desplazar a cualquier lugar, respondió.
Sin mapa de por medio, me explicó que en ese sitio confluyen las vías de comunicación citadinas más idóneas –grandes avenidas e incluso atajo– para desplazarse rápidamente a cualquier punto de Tijuana.
–De aquí corres al bulevar Rosas Magallón (en el sur de la ciudad); hacia la Vía Rápida, rumbo a Playas de Tijuana (el norte) y hacia el rumbo de La Presa (el este). Desde aquí puedes cubrir toda la ciudad y no hay fallas. Por eso siempre ha sido mi punto de referencia.
Margarito conocía la ciudad y en su mente estaban cada una de las rutas como si estuvieran trazadas en la palma de sus manos. En una de éstas, por cierto, portaba un anillo con los números 4-4, cifra que sus amigos le aplican como apodo, el cual le gusta y tiene relación con el código policiaco 10-4, que significa afirmativo o entendido.
Su madre fue quien definió su oficio
Los ojos de Margarito brillaban al recordar sus inicios en el periodismo. Fue gracias a su madre, la veterana periodista Englentina Esquivel, quien lo enroló en el reportaje impreso y fotográfico en las calles.
“Me llamó la atención la reporteada, el andar en la calle… lo traigo de mi mamá. Mi mamá es periodista ya de años y ella me compró mi primera cámara para tomar fotografías en eventos. Así me fui involucrando. Cada vez fueron saliendo más eventos y luego agarré la policiaca y no la solté”.
Cuando me estaba diciendo esto en su radio-comunicador sonó la alarma por un presunto hecho delictivo. Sin embargo, los oídos de Margarito estaban preparados para definir cuándo era un suceso importante que debía cubrirse y cuando solo se trataba de “un borregazo”, es decir, un aviso falso.
“Si brinca, te trepas en chinga”, dijo. Para cerciorarse escuchó atento de nuevo el mensaje y nos dijo: “Falsa alarma, parejones, ¿en qué estábamos?”.
La sangre fría y el talante que tenía Margarito era impresionante, pues en promedio reporteaba cinco o seis asesinatos al día, más otros muchos hechos delictivos de los que surgen cotidianamente en una ciudad como Tijuana.
Pero siempre estaba muy tranquilo, sonriente y cordial con sus camaradas; sus muchos años en la fuente policial le habían permitido acostumbrarse a ver como habituales o “normales” las desgracias que se presentaban en su trabajo de campo.
En su camioneta llevaba siempre sus dos cámaras, un cargador de pilas, su radiofrecuencia con su base para dotarlo de energía, un chaleco antibalas con doble malla, un casco Kevlar, rodilleras y guantes, además de un par de botas “para andar más cómodo”.
Es el equipo indispensable para quien cubre la fuente policiaca en una ciudad tan violenta como Tijuana. Aunque nos aclaró con énfasis: “lo más importante en este trabajo es saber cuándo alzar la cámara y cuando es mejor abstenerse de tomar una foto para no exponer ni poner en riesgo la vida.
“Con el tiempo fui aprendiendo las estrategias a implementar en el trabajo de campo. Por ejemplo, dónde alzar la cámara, dónde no usarla, hasta dónde puedo yo como reportero gráfico llegar a documentar un hecho cuando están sucediendo las cosas. Muchas veces se tienen que omitir, por seguridad propia. Es decir, cuándo dejar de levantar la cámara, dejar de sacar gráficos y no documentar los hechos.
“Esto te lo dice o lo sabes cuando entras a zonas peligrosas, cuando llegas y alguien te dice ‘Ey, si alzas la cámara, de aquí no sales’. ¿Eso qué quiere decir? Que por una fotografía no vas a arriesgar tu vida. Eso generalmente viene de la gente involucrada en los homicidios de alto impacto”, dice seguro de lo que habla.
–¿Cómo te das cuenta de ello?
“En mi trabajo hay que saber llegar, saber cuánto tiempo estar, qué reportar y salir, porque una ocasión me pasó: salí solo de allá de la Salvatierra (colonia con altos índices de violencia) y quise salir por Palmeras y me topé una calle cerrada, entonces me rodearon como unos siete u ocho morros, digo morros porque eran de entre 15 y 18 años.
“El mayor, que tenía como 18 años, fue el que me apuntó con una escuadra y me dijo que ‘qué andaba haciendo’. Le dije que venía de trabajar y me preguntó en qué trabajaba. Le respondí que en el periódico Frontera y había ido a tomar fotos de un homicidio, que quería ir al centro y quería ver cómo regresarme porque andaba perdido.
“Saqué mi credencial, vio mi cámara y otro le dijo: ‘¿Qué, se la quitó?’ Y respondió ‘no, no, nosotros no somos tacuaches, el morro está haciendo su jale y nuestro trabajo aquí es cuidar. Viene de chambear, que se vaya, no hay bronca’. Eso pasó hace seis años”.
Evolución de la violencia en Tijuana
¿Cuáles son las zonas más peligrosas en las que te has metido?
“En la Zona Este es donde me he metido y está lo más pesado. Lo que son (las colonias y fraccionamientos) Delicias, Urbi Villas del Prado, primera y segunda sección: Mariano Matamoros, El Florido, Villa Fontana y no se diga La Presa Rural; lo que es Terrazas del Valle, La Presa Este, Valle San Pedro; las comunidades lejanas donde radica la gente foránea y se da más el tráfico de armas, enervantes, psicotrópicos, autos robados… ; todo lo que viene siendo el corredor 2000, donde además se da el tráfico de personas.
“También lo que viene siendo la Sánchez Taboada, San Antonio de Los Buenos, Playas de Tijuana y el área de la Mesa de Otay y Centenario, que es donde se mueve más el dinero y el manejo de los que pasan la droga hacia Estados Unidos”.
–¿Y en todos estos años cómo has visto la evolución de la violencia en Tijuana?
“Anteriormente eran enfrentamientos de bandas contra bandas, en las que muchas veces había víctimas colaterales, desde menores hasta los vendedores de chicles en la esquina. Ahora las pugnas son entre ellos mismos, los conocidos. Van a tu casa, te tocan y te matan, porque ya saben dónde vives, a qué hora llegas, a qué hora sales y dónde te la llevas. Son reacomodos, entre comillas, que ellos hacen; se conocen entre sí y por eso es que ha habido un incremento en asesinatos, pero sin tantas víctimas colaterales”.
¿Y has recibido amenazas últimamente? (esta pregunta se hizo meses antes del conflicto en el que lo involucró Ángel Peña).
“Actualmente solo advertencias de no alzar la cámara, de que si tomo fotos me chingan y puras de ésas. También ha pasado que están trabajando en la escena los elementos policiacos y los mismos maleantes tiran balazos para amedrentarlos, pero uno está expuesto a eso”.
Cuando le pregunté a Margarito si después muchos años de cubrir hechos de alto impacto seguía sintiendo miedo, sin chistar responde que sí, aunque explica que es el miedo lo que le dice cómo y dónde hacer su trabajo, y también si vale la pena meterse o no a cubrir un homicidio.
“El miedo, la incertidumbre, pues, siempre la trae uno en el trabajo. Este trabajo es de riesgo. Llegas a un lugar alejado de la ciudad y ya están trabajando en la escena los elementos de la fiscalía y resguardado por la policía, pero estás en un cañón y, así como ellos están, como autoridades, expuestos a un atentado, uno también como reportero, y más porque yo no traigo más que una cámara y no traigo balas para defenderme.
“Mi trabajo lo cuido en tiempo y forma y solo reporto lo que veo. ‘La persona de sexo masculino murió por impacto de bala, arriba o debajo de su vehículo, en tal colonia, a tal hora y hasta ahí’. Es parte de mi blindaje no investigar quién era, quién fue, por qué o quién es”.
Margarito consideraba que esta actitud es fundamental en su profesión, en la que a su decir tienen que tomarse en cuenta los protocolos, la capacitación y la responsabilidad en el trabajo, tanto en lo personal como en lo relativo a su trabajo de campo.
“Eso quiere decir mucho. Para yo poder estar reporteando en la policiaca he tenido capacitación también, tanto en rescate como en zonas de alto riesgo. Estas capacitaciones las he tenido por parte de agencias nacionales e internacionales y en lugares como Ciudad Juárez, Cuernavaca, Ciudad de México y Guadalajara”.
La ética periodística es primordial
Si algo tenía bien claro Margarito era que, además de capacitación profesional, había que tener responsabilidad en la forma de reportear y transmitir la información. “Es el sentido de la ética” a fin de no afectar a víctimas, familiares y aun a lectores o espectadores.
“Cuando son cadáveres de mujeres, yo no puedo tomar una fotografía de una mujer ejecutada cuando la están procesando los elementos de periciales. Eso ya es automáticamente tema de censura y va contra la ley de comunicación. Son detalles que uno debe aprender en campo porque ahora son otras formas.
“El cuerpo desnudo de una mujer muerta tampoco, y escenas de cuerpos mutilados, descuartizados y todo eso muy expuesto tampoco se trabaja; al menos yo no lo hago, sobre todo porque hay maneras de expresar lo violento. Los homicidios en una fotografía y en las transmisiones también hay que cuidar eso, porque se cae en el criterio negativo y hay que tener cuidado.
“Es cuidar las formas, la línea de trabajo y autoproteger el trabajo, porque se debe también tener respeto a la ciudadanía, el dolor y la moral, aunque también con las instituciones”, dijo tajante, dejando bien clara su labor, el respeto por su profesión y el sentido de humanidad que se requiere para cubrir la fuente policiaca, en la que muchos periodistas pierden los escrúpulos por ganar la nota.
–¿Cómo vislumbras el futuro del periodismo policiaco?
“Para nosotros como reporteros, entre más rápido sea la información en vivo, es más confiable nuestro trabajo porque estamos ahí, en el lugar de los hechos. Pero creo que esto va a cambiar mucho, porque tener un teléfono, una página de Facebook y transmitir en vivo no te hace un reportero o periodista, esto conlleva experiencia, responsabilidad y mucho tacto.
“Esto del periodismo es muy riesgoso, es muy batalloso, porque uno como reportero batalla en lo económico, lo moral, lo físico y lo mental. Yo, que trabajé como seis años en la noche, todavía tenía que tomar mis responsabilidades con mi familia y todo desvelado y con las mal pasadas, todo eso se te junta. También hay que saber nivelar la balanza.
“Yo, con mi señora esposa, voy a cumplir 26 años y ella ha vivido conmigo las altas, las bajas, las dulces y las amargas de lo que es el periodismo y ella ha sido mi complemento, porque tienes que tener un soporte, un apoyo moral, físico y mental también. Y mi señora esposa y mi hija son esa base que a mí me complementa y me nivela la balanza”, dijo Margarito.
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Escrito por Manuel Ayala
Colaborador