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MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA. Poeta, periodista y ensayista mexicano nacido en la Ciudad de México y fallecido el tres de febrero de 1895 a la edad de 35 años. Realizar un análisis profundo de su obra no es tarea sencilla ni podría abarcarse por completo en este espacio; por fortuna, importantes críticos e historiadores de la literatura universal se han ocupado de ello con maestría; coinciden en algunas ideas, entre las que destaca el afrancesamiento del poeta, su inclinación, en la madurez, hacia el simbolismo y el parnasianismo y por haber abierto las puertas al modernismo en México.
Enrique Anderson Imbert, en su Historia de la Literatura Hispanoamericana (F.C.E. México, 1957), dibuja la figura del poeta con pinceladas magistrales, algunas de las que nos tomaremos la libertad de transcribir:
“…fue, de todos los renovadores del verso, el primero en hacer resonar las notas de elegancia, de gracia, refinamiento, ligereza que Rubén Darío seguirá orquestando. Con los sentimientos preferidos por los románticos –sobre todo con los que Musset y Bécquer preferirían: de tristeza, amor imposible, misterio y muerte, dolor- …en esa autocontemplación el poeta se complace no tanto en sus sentimientos sino en las imágenes con que los está vistiendo. De aquí que aún los temas elegíacos tengan un brillo, un colorido, un atavío placenteros… Esteticismo, ni frío ni frívolo… que juega con la vida hasta darle una figura de pura belleza… La vida se hace monumento artístico. Imágenes plásticas bien contorneadas para que las veamos; pero algunas también sugieren visiones sin mostrarnos las cosas concretas que esas visiones ven, en una especie de vago lenguaje musical. En su poema La Serenata de Schubert exclama envidiosamente: “¡Así hablara mi alma… si pudiera!” Envidia a la música por su virtud insinuante, actitud nueva en nuestra literatura. En Non Omnis Moriar, Gutiérrez Nájera, recoge el tema de Horacio y lo reelabora con la oposición de Hombre-Poeta, tan cara al esteticismo: el poeta expresa lo inefable del hombre. Por aquí el romanticismo hispanoamericano (como antes el europeo) empieza a distanciarse del público y el poeta acabará por creerse un atormentado por elección de Dios. Gutiérrez Nájera –el Duque Job era su más famoso seudónimo- no se siente elegido pero sí aristócrata: era más duque que Job. Justo Sierra le atribuyó “pensamientos franceses en versos españoles” (como Valera le atribuiría a Darío un “galicismo mental”). En francés leyó no solo a los franceses (en poesía de Lamartine a Baudelaire; en prosa, de Chateaubriand a Flaubert y Mendés), sino traducciones de la literatura: nexos con escritores mexicanos anteriores no los tenía. Visto desde América, era un solitario que, en el camino, encontraría a otros como él y constituirían todos juntos un grupo: el de la llamada “primera generación modernista”. En España no había poesía así, con tanta gracia, distinción, finura (por eso, Gutiérrez Nájera deslumbrará allá: Villaespesa, menos poeta, será uno de los deslumbrados). Sus imágenes, desconcertantes para los lectores de entonces, estaban concertadas entre sí en una melodía de perfecta unidad; imágenes ordenadas como una mirada que se va desplegando hacia planos cada vez más profundos, enriqueciéndose con descubrimientos de bellezas; y, a pesar de la composición coherente, esas imágenes desfilan como ágiles cuerpos individuales. La selección que el oído de Gutiérrez Nájera hace de las palabras –las más armoniosas, las que mejor se entrelazan en ritmos y rimas– coincide con la que hacen sus ojos –los objetos más lujosos, más bonitos, más exquisitos– . El prosista Gutiérrez Nájera fue también excelente: Cuentos Frágiles (1883), crónicas, notas de viajes por México, crítica literaria. Era consciente de los peligros de la prosa poética: uno, el guardar en cofre (decía) las perlas sueltas, en vez de hilvanarlas en collar de acciones; otro, el romper la gramática española a fuerza de intercalarle formas francesas (el remedio, apuntaba, es leer a Jovellanos, buen administrador de la lengua)”.
MIS ENLUTADAS
Descienden taciturnas las tristezas
al fondo de mi alma,
y entumecidas, haraposas, brujas,
con uñas negras
mi vida escarban.
De sangre es el color de sus pupilas,
de nieve son las lágrimas,
hondo pavor me infunden... yo las amo
por ser las solas que me acompañan.
Aguárdolas ansioso, si el trabajo
de ellas me separa,
y búscolas en medio del bullicio,
y son constantes
y nunca tardan.
En las fiestas, a ratos se me pierden
o se ponen la máscara,
pero luego las hallo, y así dicen:
–¡Ven con nosotras!
Vamos a casa.
Suelen dejarme cuando, sonriendo,
mis pobres esperanzas
como enfermitas ya convalecientes
salen alegres a la ventana.
Corridas huyen, pero vuelven luego
y por la puerta falsa
entran trayendo como nuevo huésped
alguna triste,
lívida hermana.
Abrese a recibirlas la infinita
tiniebla de mi alma,
y van prendiendo en ella mis recuerdos
cual tristes cirios
de cera pálida.
Entre esas luces, rígido tendido,
mi espíritu descansa;
y las tristezas, revolando en torno,
lentas salmodian,
rezan y cantan.
Escudriñando el húmedo aposento
rincones y covachas,
el escondrijo do guardé cuitado
todas mis culpas,
todas mis faltas,
y hurgando mudas, como hambrientas lobas,
las encuentran, las sacan,
y volviendo a mi lecho mortuorio
me las enseñan
y dicen: Habla.
En lo profundo de mi ser bucean,
pescadores de lágrimas,
y vuelven mudas con las negras conchas
en donde brillan gotas heladas.
A veces me revuelvo contra ellas
y las muerdo con rabia,
como la niña desvalida y mártir
muerde a la arpía
que la maltrata.
Pero en seguida, viéndose impotente,
mi cólera se aplaca.
¿Qué culpa tienen, pobres hijas mías,
si yo las hice
con sangre y alma?
Venid, tristezas de pupila turbia,
venid, mis enlutadas,
las que viajáis por la infinita sombra
donde está todo
lo que se ama.
Vosotras no engañáis; venid, tristezas,
oh, mis criaturas blancas
abandonadas por la madre impía,
tan embustera,
por la esperanza!
¡Venid y habladme de las cosas idas,
de las tumbas que callan,
de muertos buenos y de ingratos vivos...
Voy con vosotras,
vamos a casa.
MARIPOSAS
Ora blancas cual copos de nieve,
ora negras, azules o rojas,
en miríadas esmaltan el aire
y en los pétalos frescos retozan.
Leves saltan del cáliz abierto,
como prófugas almas de rosas
y con gracia gentil se columpian
en sus verdes hamacas de hojas.
Una chispa de luz les da vida
y una gota al caer las ahoga;
aparecen al claro del día,
y ya muertas las halla la sombra.
¿Quién conoce sus nidos ocultos?
¿En qué sitio de noche reposan?
¡Las coquetas no tienen morada!...
¡Las volubles no tienen alcoba!...
Nacen, aman, y brillan y mueren,
En el aire, al morir se transforman,
y se van sin dejarnos su huella,
cual de tenue llovizna las gotas.
Tal vez unas en flores se truecan,
y llamadas al cielo las otras,
con millones de alitas compactas
el arco iris espléndido forman.
Vagabundas, ¿en dónde está el nido?
Sulanita, ¿qué harén te aprisiona?
¿A qué amante prefieres, coqueta?
¿En qué tumbas dormís, mariposas?
¡Así vuelan y pasan y expiran
las quimeras de amor y de gloria,
esas alas brillantesdel alma,
ora blancas, azules o rojas!
¿Quién conoce en qué sitio os perdisteis,
ilusiones que sois mariposas?
¡Cuán ligero voló vuestro enjambre
al caer en el alma la sombra!
Tú, la blanca, ¿por qué ya no vienes?
¿No eres fresco azahar de mi novia?
te formé con un grumo del cirio
que de niño llevé a la parroquia;
eres casta, creyente, sencilla,
y al posarte temblando en mi boca
murmurabas, heraldo de goces,
“¡Ya está cerca tu noche de bodas!”
¡Ya no viene la blanca la buena!
¡Ya no viene tampoco la roja,
la que en sangre teñí, beso vivo,
al morder unos labios de rosa!
Ni la azul que me dijo: ¡poeta!
¡Ni la de oro, promesa de gloria!
¡Es de noche... ya no hay mariposas!
¡Ha caído la tarde en el alma!
Encended ese cirio amarillo...
¡Las que tienen las alas muy negras
Ya vendrán en tumulto las otras,
y se acercan en fúnebre ronda!
¡Compañeras, la pieza está sola!
Si por mi alma os habéis enlutado,
¡Venid pronto, venid mariposas!
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Escrito por Redacción