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Se dice poco y, en algunos lugares del mundo, no se dice nada, pero la sociedad actual está dividida en clases sociales antagónicas. Profundamente dividida entre las masas inmensas que producen la riqueza y los cada vez más pocos, poquísimos que se quedan con ella. Son de escándalo las cifras que de vez en cuando se publican en torno a la concentración de la riqueza. Las más recientes que conozco son de mediados del pasado mes de enero y las publicaron varios medios de comunicación. La Jornada consignó el 17 de enero: “El mundo vive por primera vez en un cuarto de siglo el aumento simultáneo de la riqueza y la pobreza extremas, al grado de que el uno por ciento de la población más acaudalada ha acaparado casi dos terceras partes de la riqueza generada en los años que lleva la pandemia de Covid, mientras más de 820 millones de personas, aproximadamente una de cada 10 en el planeta, pasan hambre, denunció Oxfam. La acelerada desigualdad es tal, que la fortuna de los multimillonarios aumenta dos mil 700 millones de dólares cada día, mientras los salarios de al menos mil 700 millones de trabajadores, más que la población de India, crecen por debajo de la inflación”.
Conservemos cuidadosamente los datos: el primero a no olvidar es, “el uno por ciento de la población más acaudalada ha acaparado casi dos terceras partes de la riqueza generada en los años que lleva la pandemia de Covid” y el segundo es “la fortuna de los multimillonarios aumenta dos mil 700 millones de dólares cada día”. ¿Cómo es esto posible? Las viejas explicaciones ya hace mucho tiempo que son ridículas y están absolutamente desprestigiadas, eso de que los ricos son ricos porque estudiaron y son muy listos nadie lo cree y eso de que son ricos porque son muy trabajadores, porque se levantan muy temprano y se acuestan muy tarde, es tema de muchas burlas.
Grandes revolucionarios y científicos de la sociedad de quienes en muchas universidades y escuelas prefieren no acordarse si no es para vituperarlos y difamarlos, ya hace también muchos años que descubrieron una verdad que pese a todos los callos que en la historia ha pisado, nadie ha podido refutar: solo el trabajo humano crea riqueza. Pocos se quieren fijar en que ha habido y hay explotaciones mineras, agrícolas, industriales y comerciales, sin patrones, pero nunca, en ninguna parte, ha habido nada de eso sin trabajadores. Toda la riqueza social, pues, la produce la mano de un obrero o una obrera y, cuando esa mano se ayuda de una moderna y poderosa máquina, atrás de ella, cuando se fabricó, estuvo igualmente la mano modesta, pero hábil y diligente, de un obrero o una obrera.
Así de que la apropiación de “dos terceras partes de la riqueza generada” por parte de solo “el uno por ciento de la población más acaudalada”, no es, no puede ser más que una escandalosa apropiación de trabajo no pagado. El salario del obrero equivale a lo que necesita para vivir (lo prueba de manera fehaciente que dura trabajando 40, 50 y hasta más años), pero no es, ni con mucho, y menos en las condiciones modernas de muy alta productividad, igual a la riqueza que produce, que es inconmensurablemente más grande, como lo demuestra el hecho de que solo el uno por ciento de la población se lleve las dos terceras partes de la riqueza producida. Plusvalía, le llamó Carlos Marx. Categoría económica y nombre propio que aterran a los privilegiados de la tierra y a sus representantes.
Desde que apareció la propiedad privada de los medios de producción, en aquella época del descubrimiento de la agricultura y la caída del matriarcado y, por tanto, aparecieron los desposeídos y los poseedores de esos medios de producción, es decir, los que producían la riqueza y los que se quedaban con ella, surgió la ganancia privada y, junto con ella, la necesidad vital de garantizarla. Surgió, por tanto, un grupo de seres humanos que tendrían que encargarse de que esa realidad no cambiara, surgió el Estado, cuya función era velar celosamente, si era necesario por métodos violentos, por la conservación de la explotación del trabajo ajeno.
El Estado no es consecuencia de contratos y pactos para la armonía social, es un aparato brutal de dominación. Requiere de elementos de la clase dominante que se dediquen y se especialicen en la opresión de clase, mediante la herramienta del Ejecutivo, la del Legislativo o la del Judicial, o de todas juntas, porque se complementan. Pero, y aquí viene lo que está sucediendo en Ucrania, este sector de la clase dominante necesita ser generosamente recompensado, no solo para pagar sus servicios, sino para garantizar su fidelidad. Y, para eso, no pocas veces, no alcanzan ni el sueldo ni las prestaciones registrados en la nómina, hace falta más, mucho más, así se explica, plena y cabalmente, la llamada corrupción oficial. Es, pues, parte de las recompensas que la clase dominante otorga a sus comisionados, la corrupción en la sociedad dividida en clases es esencial para la existencia y funcionamiento eficiente del Estado. Es estructural.
Veamos: “El gobierno del Presidente Volodímir Zelenski está sumido en una intensa crisis. El martes, altos funcionarios, entre ellos el principal asesor de Zelenski, seis ministros diputados y cinco gobernadores regionales dimitieron o fueron destituidos por el Consejo de Ministros en medio de acusaciones generalizadas de corrupción”. (World Socialist Web Site del 27 de enero). Adam Taylor, articulista del influyente diario norteamericano Washington Post, escribió el 26 de enero: “Que Ucrania tiene un problema de corrupción no es noticia. Ha sido apodado el país más corrupto de Europa. En el Índice de Percepción de la Corrupción más reciente de Transparencia Internacional, el país ocupó el puesto 122 de 180 países”.
Hay más. El periódico The Guardian, de Londres escribió el seis de febrero de 2015 (mucho antes de la guerra con Rusia, que comenzó en febrero de 2022), lo siguiente: “Desde 1991, funcionarios, parlamentarios y empresarios han diseñado planes complejos y altamente lucrativos para saquear el presupuesto estatal. El robo ha paralizado a Ucrania. La economía era tan grande como la de Polonia cuando la independencia ucraniana, ahora es un tercio de su tamaño. Los ucranianos comunes han visto estancarse sus niveles de vida, mientras que un puñado de oligarcas se han convertido en multimillonarios… funcionarios de la oficina del fiscal general, que fueron entrevistados por Reuters, afirmaron que entre 2010 y 2014, los funcionarios estaban robando cada año una quinta parte de la producción nacional del país”.
La riqueza en cuestión la producen con el sudor de su frente los ucranianos y todas las clases trabajadoras de los países de la OTAN que han sido obligadas por los plutócratas de Estados Unidos a participar en una mortífera guerra para proteger sus intereses en el mundo. Son montañas de dinero, o sea, millones de millones de horas de trabajo no pagado. “El respaldo foráneo a Ucrania (armamento, entrenamiento de soldados, recepción y reubicación de millones de refugiados, ayuda humanitaria a población civil, créditos al gobierno, entre otras modalidades)… este año representará para Estados Unidos un gasto de 48 mil millones de euros y, para sus aliados europeos, de 52 mil millones de Euros”. (La Jornada, 26 de enero). Al mismo tiempo y como obligada consecuencia, ocho de los 39 millones de habitantes que tenía Ucrania antes de la guerra han salido a trabajar a Europa y a otros países; y otros ocho millones han emigrado internamente buscando trabajo. En Ucrania, 11.4 millones de personas tienen un “consumo insuficiente de alimentos”, según el Programa Mundial de Alimentos y más de uno de cada cinco niños del país (22.9 por ciento), padece malnutrición crónica. Todo para que los oligarcas se harten de riqueza.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".