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La Revolución de Xinhai de 1911 fue uno de los acontecimientos más trascendentes de la historia política china. Este levantamiento armado derrocó a la dinastía Qing, casa gobernante entre 1644 y 1912 y terminó con el sistema imperial de más de dos mil años de antigüedad.
En la primera década del Siglo XX, los principales grupos de la escena política china eran tres. Los defensores del emperador provenían de los estratos más altos del ejército y la burocracia, y buscaban mantener el régimen dinástico con un emperador que concentrara el poder político. Los reformistas eran intelectuales y antiguos burócratas convencidos de mantener el sistema imperial, pero con la aplicación de reformas políticas que restaran poder al emperador. Los revolucionarios eran intelectuales, mercaderes y miembros de sociedades secretas que proponían el derrocamiento del emperador y el establecimiento de un sistema político diferente. En pocas palabras: los defensores del emperador luchaban por mantener el sistema imperial, los reformistas buscaban una monarquía constitucional y los revolucionarios planteaban una república.
Los reformistas y los revolucionarios surgieron como resultado de la crónica debilidad de China frente a las potencias extranjeras. Cuando perdió la primera Guerra del Opio y firmó el Tratado de Nanjing en 1842, China se convirtió en un botín muy deseado para las potencias europeas y la estadounidense, que obligaron al emperador a firmar tratados altamente lesivos para la economía china. Esta situación generó gran descontento en la población contra la dinastía Qing; pues con cada nueva derrota demostraba que no podía defender el territorio del imperio y a sus súbditos.
Por otro lado, el fortalecimiento de Japón y su victoria en la guerra ruso-japonesa de 1905 fueron interpretados por la intelectualidad china como muestras de la superioridad de la monarquía constitucional ante la monarquía absoluta. Con base en estas conclusiones, varios intelectuales, mercaderes y miembros de las élites provinciales demandaron la aplicación de reformas que fomentaran una monarquía constitucional. Pedían la instalación de una asamblea en cada provincia, el establecimiento de una asamblea nacional y la redacción de una constitución que sentara las bases del nuevo sistema político.
Dada su debilidad, la dinastía no tenía más opción que aceptar las reformas. Sin embargo, el emperador veía cómo las élites provinciales adquirían más poder y sentía amenazada su posición histórica. Como una medida desesperada para reconcentrar el poder en sus manos, el emperador disolvió las asambleas e intentó frenar las reformas. Esta iniciativa llevó a las élites provinciales y a los reformistas a retirarle su apoyo. A partir de ese momento, sus intereses se alinearon con los de los revolucionarios.
Éstos, cuyo principal representante era Sun Yatsen, habían impulsado levantamientos armados en el sur del país por más de 15 años, pero ninguno había prosperado. Para conformar la lucha armada, los revolucionarios habían establecido una alianza con las sociedades secretas, pues éstas tenían organizado un número relativamente grande de personas dispuestas a alzarse contra los Qing, mientras que aquéllos prácticamente no tenían ninguna conexión con el pueblo chino. Al fracasar los levantamientos de las sociedades secretas, los revolucionarios cambiaron su estrategia y optaron por favorecer el trabajo propagandístico al interior del ejército. Fueron los oficiales educados en Japón quienes mejor recibieron esta influencia.
En 1911 los militares revolucionarios se alzaron contra el ejército imperial en la ciudad de Wuchang (actualmente Wuhan) y declararon la independencia de la provincia de Hunan. Las élites de las demás provincias aprovecharon la crisis política y también declararon su independencia. La dinastía reconoció su incapacidad para derrotar a los ejércitos provinciales y el emperador tuvo que capitular. En 1912, en Nanjing, los revolucionarios declararon la fundación de la República de China y eligieron a Sun Yatsen como presidente. En cuestión de meses, Sun cedió la presidencia al general Yuan Shikai, quien se convirtió en el hombre fuerte de China hasta 1916.
La Revolución de Xinhai terminó con un sistema imperial de dos milenios y dio origen al sistema republicano, pero al mismo tiempo inauguró un periodo de inestabilidad política y fragmentación territorial. Sin el emperador, los generales de cada región se erigieron como hombres fuertes y desconocieron a la autoridad política central. Fue necesario que terminara la invasión japonesa y la guerra civil para que China volviera a tener unidad territorial y poder centralizado.
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Escrito por Carlos Ehécatl
Maestro en Estudios de Asia y África, especialidad en China, por El Colegio de México.