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Este libro es un inventario documental y estético que muestra cómo desde hace 40, 50 mil años, el trabajo manual, la observación y la imaginación han inducido al hombre a crear objetos, sonidos y expresiones verbales que no tienen uso práctico o utilitario pero que lo distraen, le generan placer porque le permiten expresar sus emociones y le revelan los tesoros ocultos que hay en la naturaleza y su entorno social. La Historia del arte está integrada por cinco tomos que reseñan lo mismo las primeras tallas de piedra y las pinturas rupestres de la época de las cavernas, las esculturas de mármol de la Grecia clásica y el arte medieval, que el renacimiento y el arte moderno europeo del Siglo XVIII al segundo decenio del XX.
Elie Faure (Saint Foy la Grande 1873, París 1937) fue un acreditado médico francés que en sus ratos libres se dedicó a investigar y evaluar la creatividad artística del continente Euroasiáticoafricano. En la Introducción de la primera edición (1909), en el Prólogo de la segunda (1921) y en las reseñas de su primer tomo (Arte antiguo), Faure incluye breves informes que evidencian sus amplios conocimientos de arte e historia en general. Tal es el caso de un apunte en el que afirma que el arte griego –heredero del de Egipto, Oriente Medio (Caldea, Sumeria, Asiria, Babilonia) y Asia Menor– “es el menos místico del academicismo occidental” mismo que se inició con los escultores griegos Fidias y Praxíteles.
Otra de sus conclusiones en extremo interesantes dice: “El arte es la llamada a la comunidad de los hombres. Nos conocemos unos a otros por los ecos que el arte despierta en nosotros que trasmitimos a los demás por el entusiasmo y que repercuten en una acción viva durante generaciones enteras, sin que éstas a veces ni siquiera lo sospechen. Si algunos de nosotros escuchan solitarios esta llamada, en momentos de incomprensión y abatimiento general, es porque ellos representan, en tales momentos, el esfuerzo idealizado que reavivará el adormecido heroísmo de las multitudes.
“Se ha dicho que el artista se basta a sí mismo. No es cierto. El artista que afirme tal cosa es víctima de un orgullo reprobable. El artista que lo cree no es un artista. Si no hubiese necesidad del más universal de los lenguajes, el artista no lo hubiera creado. En una isla desierta cavaría la tierra para hacer crecer en ella su pan. Nadie necesita en mayor medida que el artista de la presencia y la aprobación de los hombres… su función consiste en proyectar su ser, en dar cuanto le es posible su vida a los demás, en pedir a todas las vidas que le entreguen el máximo de ellas y en realizar con ellas, mediante una colaboración oscura y magnífica, una armonía tanto más emocionante cuanto mayor sea el número de otras vidas que en ella vengan a participar. El artista, a quien los hombres entregan todo, devuelve cuanto de ellos ha tomado”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural