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(1431–1463). Diversas fuentes indican que su verdadero nombre fue François de Montcorbier, pero al ser educado por el capellán Guillaume de Villón empezó a usar dicho apellido. Luego de estudiar brevemente, se dedicó al amor y a la aventura, siendo encarcelado en varias ocasiones, tras la última de las cuales fue condenado a la horca pero absuelto en enero de 1463, fecha en la que no volvió a saberse de él. Plagada de sátira y burla, a la vez que de reflexión y angustia, su obra se centra en el El Testamento (1461), que se considera la ampliación de El Legado (1456), a las que se suma La balada de los ahorcados (1463); la primera y la última reflejan su preocupación por la pena de muerte.
Epitafio de Villón o balada de los ahorcados
Hermanos hombres que viváis más tarde,
con duro corazón no nos juzguéis.
Si de nosotros compasión tenéis,
que Dios después con su piedad os guarde.
Aquí estamos colgados cinco o seis.
El cuerpo, que nutrimos demasiado,
ya está medio podrido y devorado.
Bien que a ser polvo nuestra carne vuelva,
mas no os burléis del mal que nos es dado.
Rogad, más bien, a Dios que nos absuelva.
Dejad que hermanos nuestros os llamemos,
aun cuando hayamos sido condenados
por la justicia a perecer ahorcados,
pues buen sentido todos no tenemos.
Y disculpadnos, ya que fallecemos,
ante el hijo sin mancha de María:
que del fuego nos libre en este día
y, sin cesar, su gracia nos envuelva.
Hemos muerto: ninguno de esto ría.
Rogad, más bien, a Dios que nos absuelva.
Ya la lluvia lavó nuestros despojos
y el sol ennegreció nuestras entrañas.
Los cuervos nos sacaron ya los ojos
y arrancaron la barba y las pestañas.
Jamás inmóviles, a los antojos
nos movemos del viento que nos guía,
más que un dedal picados noche y día
por las aves del campo y de la selva.
No entréis jamás a nuestra cofradía.
Rogad, más bien, a Dios que nos absuelva.
¡Oh Príncipe Jesús, cuyo gobierno
se extiende a todo el mundo, haz que en infierno
Satanás no nos vea entre sus manos!
¡Que huya Satán y que tu gracia vuelva!
No es aquí el caso de reír, hermanos:
rogad, más bien, a Dios que nos absuelva.
Balada sobre mínimos temas
Conozco en la leche cuando cae el mosco,
conozco a lo lejos el hombre que asoma,
conozco el buen tiempo y el malo conozco,
conozco el manzano si veo la poma,
conozco los árboles sacando su goma,
conozco al maestro y al vago asimismo,
conozco las flores cantando su aroma,
lo conozco todo… excepto a mí mismo.
Conozco el vestido si el cuello conozco,
conozco en el vuelo perdiz y paloma,
por el criado al amo siempre reconozco,
conozco al tramposo cuando oigo su idioma,
al monje en el hábito y al pillo en la broma,
conozco en el velo la monja asimismo,
y el vino en el vaso cuando otro lo toma,
lo conozco todo, excepto a mí mismo.
Conozco asno manso y caballo hosco,
conozco la carga que cada uno toma,
a Beatriz, a Laura y a Isabel conozco,
conozco el abismo y también la loma,
conozco el reposo y el sueño asimismo,
conozco las faltas de averroísmo
conozco los grandes poderes de Roma,
lo conozco todo, excepto a mí mismo.
Envío
Lo sé todo, Príncipe, en serio y en broma,
conozco al que es pálido y al rojo asimismo,
conozco la muerte que todo lo toma,
lo conozco todo, excepto a mí mismo.
Balada de la bella armera a las jóvenes cortesanas
Pensad pues, tú, bella Guantera
que mi alumna solías ser
y tú, Blanca la Zapatera,
que a vivir debéis aprender.
Tomad a izquierda y a derecha
–hombre que pase, Dios lo puso–
que a la vieja se la desecha
como moneda fuera de uso.
Y tú, bellísima Fiambrera
que danzando quitas el sueño,
y Guillerma la Tapicera:
¡los caprichos haced del dueño!
Pronto este tiempo se irá lejos,
feas seréis como un lechuzo,
no serviréis ni a curas viejos,
como moneda fuera de uso.
Tu, Juanita la Sombrerera:
que ningún amor te detenga;
tú, Catalina la Bolsera:
no desprecies a aquel que venga;
pues aunque yo, por recordarme,
les sonrío a veces y azuzo
sé que nadie vendrá a tomarme,
como moneda fuera de uso.
Sabed, muchachas, que si estallo
en tan triste llanto y profuso
es que quien me requiera no hallo,
como moneda fuera de uso.
Balada de buena doctrina
Pues ya bulas apócrifas trafiques
o vivas de ir trampeando con los dados
o monedas corrientes falsifiques
como los que terminan escaldados,
delincuente sin dios ni rey, bandido,
así estafes o robes o adulteres,
¿en qué termina tu oro mal habido?
Todo se va en tabernas y en mujeres.
Rima, zahiere, pulsa un instrumento
como los locos que el disfraz protege,
hazte el payaso, el mago, inventa un cuento
y representa donde se te deje
escarnios, farsas y moralidades,
gana a las cartas: todo lo que adquieres
–escucha atentamente y no te enfades–
todo se va en tabernas y en mujeres.
¿Que ante tales infamias tú reculas?
Entonces ve a labrar campos y prados,
almohaza caballos, asnos, mulas
si no te cuentas entre los letrados
y ganarás bastante. Mas si acaso
de los que el cáñamo trituran eres,
¿no es verdad que el producto de tu brazo
todo se va en tabernas y en mujeres?
Calzas, jubones, bragas, capa
y todos los vestidos que tuvieres
llévalos –¡vámos! ¡que la edad se escapa!–
a las tabernas pronto, a las mujeres.
Epitafio
Yace y duerme en este desván
–con sus flechas lo mató Amor–
un estudiante simple y pobre
que llamaban François Villon.
Nunca tuvo un palmo de tierra.
Sabido es que todo lo dio:
su mesa, su pan, su panera.
Rezad así, cual él pidió.
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Escrito por Redacción