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Enajenación, fetichismo y cambio social
El concepto de enajenación, que puede definirse como el resultado de la pérdida que un sujeto individual o colectivo sufre en el proceso de objetivación o realización de sus actividades productivas e intelectivas, ocupa un lugar central en la filosofía ma
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El concepto de enajenación, que puede definirse como el resultado de la pérdida que un sujeto individual o colectivo sufre en el proceso de objetivación o realización de sus actividades productivas e intelectivas, ocupa un lugar central en la filosofía marxista.

Tanto la religión como el dogmatismo son formas de enajenación porque, a través de estas propuestas ideológicas, las personas reifican, es decir, atribuyen realidad a las creaciones de su propia actividad mental llegando incluso a dejarse dominar por ellas. 

La propiedad privada de los medios de producción, que están bajo el dominio de unas cuantas personas, es otra forma de enajenación; la gran mayoría de los trabajadores que realmente hacen funcionar la economía produciendo bienes y servicios no puede apropiarse satisfactoriamente del fruto de su trabajo y la riqueza que produce le es ajena. 

Aplicado al ámbito del conocimiento, la teoría del fetichismo es otro caso particular de enajenación. Un fetiche es un objeto al que se atribuyen propiedades que no posee; por ejemplo, un amuleto con supuestos poderes mágicos o el dinero visto como fuente de valor propio o intrínseco y no como un instrumento de valor de cambio. Los fetiches son resultado de las simplificaciones que las personas hacen cuando confunden las causas aparentes de un fenómeno natural o humano con sus causas reales.

Los fetiches son objetos perceptibles con los que la gente interactúa directamente y en la mente de ésta se ofrecen con propiedades que en la realidad no tienen. Por ello aparecen cuando las personas tratan de aproximarse a fenómenos complejos y difíciles de ver, ya sea por su extensión temporal y espacial –como los procesos históricos– o porque son fenómenos inaprensibles para los sentidos, como ocurre con las ideologías o con los procesos psicológicos que sustentan la conciencia. El mundo de los fetiches es el mundo de las creencias pseudoconcretas que se vuelven sentido común y gobiernan la vida de muchas personas. 

Para los revolucionarios, el marxismo es una guía para la acción, cuyo objetivo último es alcanzar la libertad más plena posible; es decir, cuando el ser humano se libera de sus ataduras materiales y espirituales. Para lograr este objetivo, las personas deben crear una nueva forma de conciencia social desfetichizada y, al mismo tiempo, edificar las condiciones de apropiación material que permitan sostener esa conciencia. En pocas palabras, deben erradicar las diversas formas de enajenación que existen. Pero al intentarlo se enfrentan con un gran problema: muchas de sus creencias son también fetiches que en la vida cotidiana parecen ser verdad, pero no lo son.

¿Cómo cambiar el mundo cuando se tiene una visión equivocada? Indudablemente, la sociedad cambia, se quiera o no. Sin embargo, para acabar, por ejemplo, con la desigualdad, hay que buscar sus causas efectivas y no quedarse con las aparentes y condenarse con ello a diagnósticos equivocados que llevarían a soluciones igualmente equivocadas. 

Aquí es donde aparece la importancia revolucionaria de educar al pueblo. No basta atacar las carencias materiales, por muy necesario que esto sea. Hay que elevar la comprensión de la gente para que supere los fetiches que nublan su mente y limitan su acción. Por eso Marx dedicó tantos esfuerzos a desfetichizar la naturaleza social del capital; por eso Lenin enfatizaba tanto la necesidad de construir conciencia de clase.

Lamentablemente, los falsos ídolos siguen nublando hoy nuestra vista, condición que los arribistas aprovechan para encaminar el descontento popular. Los análisis políticos y económicos están plagados de fetiches, como el individualismo metodológico, que al atribuir autonomía volitiva al individuo, lo erige como causa y solución de los fenómenos sociales. 

En política, esta misma deformación se manifiesta en análisis personalistas o voluntaristas que atribuyen los problemas sociales a la maldad intrínseca de tal o cual político o partido, diagnóstico que consecuentemente propone la alternancia como solución y que, en todo momento, oculta la naturaleza sistémica de los problemas económicos y sociales. Los marxistas debemos advertir este error y persistir en la educación popular; de lo contrario, no será posible un verdadero cambio social para México.


Escrito por Pablo Bernardo Hernández

Licenciado en psicología por la UNAM. Maestro y doctor en ciencia social con especialidad en Sociología por el Colegio de México.


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