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El sadomasoquismo en Sor Juana Inés de la Cruz
“Expuso el fenómeno amoroso quizás con el propósito de explicar sus tendencias masoquistas”; y aporta como prueba de lo dicho
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Presidente del Frente de Afirmación Hispanista y director de la Revista Norte, el humanista y crítico literario Fredo Arias de la Canal sostiene en su introducción a la Edición Facsimilar de Inundación Castálida, obra de Sor Juana Inés de la Cruz, que el Fénix de América “expuso el fenómeno amoroso quizás con el propósito de explicar sus tendencias masoquistas”; y aporta como prueba de lo dicho, en primer lugar, el romance Darte, Señora, las Pascuas, dedicado a su amiga María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, quien le ayudó en Madrid a editar la obra en 1689.

 

De veras, mi dulce amor;

cierto que no lo encarezco:

que sin ti, hasta mis discursos

parece que son ajenos.

porque carecer de ti,

excede a cuantos tormentos

pudo inventar la crueldad

ayudada del ingenio.

A saber la tiranía

de tan hermoso instrumento,

no usara de las escarpias,

las láminas ni los hierros:

Ocioso fuera el cuchillo,

el cordel fuera superfluo,

blandos fueran los azotes

y tibios fueran los fuegos.

Pues, con darte a conocer

a los en suplicio puestos,

dieran con tu vista gloria

y con tu carencia infierno.

Mas baste, que no es de Pascuas

salir con estos lamentos;

que creerás que los Oficios

se me han quedado en el cuerpo.

 

Nacida el 12 de noviembre de hace 368 años en San Miguel Nepantla, Estado de México, la más grande poetisa mexicana expresa claramente su amor sadomasoquista –dice Arias de la Canal– en uno de sus más conocidos sonetos, cuyo título completo es Prosigue el mismo asunto, y determina que prevalezca la razón contra el gusto. Dos versos, destacados en la siguiente transcripción, parecen confirmar tal tesis, a la que habría que añadir la evidente protesta contra los estándares opresivos que Juana de Asbaje combatió desde las letras y que en este caso la hacen preferir el que considera el mal menor.

 

Al que ingrato me deja, busco amante;

al que amante me sigue, dejo ingrata;

constante adoro a quien mi amor maltrata;

maltrato a quien mi amor busca constante.

 

Al que trato de amor hallo diamante;

y soy diamante al que de amor me trata;

triunfante quiero ver al que me mata

y mato a quien me quiere ver triunfante.

 

Si a éste pago, padece mi deseo:

si ruego a aquél, mi pundonor enojo:

de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo por mejor partido escojo

de quien no quiero, ser violento empleo,

que de quien no me quiere, vil despojo.

 

Muchos críticos han intentado abordar la exquisita obra de la gloria del Siglo de Oro mexicano desde distintos enfoques, y el psicoanalítico no es la excepción. Obras de arte en toda la extensión de la palabra, el alma de esta sin par poetisa se volcó verso a verso; pero ateniéndonos a que el arte, como forma de la conciencia social, es mucho más que el reflejo exacto de la personalidad de su creador, la elaborada forma que Sor Juana diera a su pensamiento no puede encasillarse en la simple clasificación de “amor sadomasoquista”, aunque tenga razón el erudito Fredo Arias de la la Canal cuando señala que “quien mejor intuyó la relación del amor con el placer masoquista fue Juana Inés de Asbaje”:

 

Con el dolor de la mortal herida,

de un agravio de amor me lamentaba;

y por ver si la muerte se llegaba,

procuraba que fuese más crecida.

 

Toda en su mal el alma divertida,

pena por pena su dolor sumaba,

y en cada circunstancia ponderaba

que sobraban mil muertes a una vida.

 

Y cuando, al golpe de uno y otro tiro

rendido el corazón, daba penoso

señas de dar el último suspiro,

 

no sé por qué destino prodigioso

volví a mi acuerdo y dije: –¿qué me admiro?

¿Quién en amor ha sido más dichoso?


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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