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El limes constituía el sector fronterizo del imperio romano. Los romanos denominaban limitanei a los habitantes del limes, quienes resguardaban y defendían el imperio con las armas y se dedicaban a cultivarlo. En dicha franja había un doble trabajo: el militar y la agricultura.
Más allá de los lindes vivía la amenaza perpetua de los bárbaros o extranjeros, atraídos por ese lugar cultivable y habitable donde cada sujeto del imperio gozaba una condición civilizada y, según los antiguos, se encontraba “el mundo”.
En éste habitaba la gente culta, conocedora de la razón y las leyes. En cambio, pasando el limes, se hallaban los silvestres sin ley y con la razón desvariada. El limes, entonces, era un espacio donde se juntaban lo racional y lo irracional, lo civilizado y lo silvestre, que frecuentemente se veía amenazado por los extranjeros.
El imperio de Bizancio, a partir de su gran emperador Heraclio (al inicio del Siglo VII, según Ostrogorsky), fue organizado a imagen y semejanza de la delimitación ya descrita: con fronteras entre el núcleo burocrático-estatal y ciudadano; un imperio tan poderoso, con diez siglos de duración, que se forjó en virtud de sus habitantes, verdaderos limitanei.
Este preludio sirve como metáfora de México frente a naciones extranjeras que, históricamente, nos han colonizado en los ámbitos económico y cultural. A partir de la globalización (Siglo XV, según Wallerstein) se construye la idea de que debemos asumir un multiculturalismo mundial que erradica el racismo, el chovinismo y el “supremacismo”.
La globalización no es otra cosa que un proceso que promueve la apertura y la ampliación de las relaciones económicas y sociales en el mundo; es decir que rompe las fronteras entre los países.
Es así como comúnmente, los medios de comunicación exaltan la tolerancia multicultural, describen como añejos los nacionalismos y las pugnas entre clases sociales y que, por el contrario, “reconocen” distintos estilos de vida y aprecian, por igual, diversas cosmogonías sin cuestionar las causas de cada estilo de vida. Es entonces cuando romantizan la pobreza u otorgan concesiones a las clases altas: todo es correcto, todo es bueno y todo debe ser respetado.
Ésta es la perspectiva dominante en nuestro país; por eso no es extraño ver que se pierdan nuestras raíces culturales y, cada vez sea menor el límite que la población opone ante la cultura extranjera, que impone sus modas.
El multiculturalismo “despotilizado” es precisamente la ideología del sistema neoliberal que disfraza la explotación sufrida por 100 millones de mexicanos, observados como piezas autóctonas cuyas costumbres debemos “valorar”, pero que el dueño de la empresa nunca considera como algo cercano, sino más bien como una pieza de museo que le brinda servicios.
El respeto a la multiculturalidad que la prensa divulga es, en realidad, la afirmación de la superioridad de los poseedores de la riqueza del mundo sobre la mayoría de la población que sufre carencias de cualquier tipo: de vivienda, empleo, educación, salud.
La globalización económica demerita el nacionalismo en pos de la igualdad en el mundo; pero es ingenuo creer esto: la brecha de la desigualdad es cada vez más grande, y deberíamos considerar, en vez de acoplarnos a un falso multiculturalismo, construir una economía más equitativa, mediante la edificación de una nación poderosa, orgullosa y defensora ante las acechanzas externas, tal como hicieron los romanos.
El nacionalismo es una necesidad de los débiles ante la explotación de quienes dominan el mundo.
Escrito por Betzy Bravo
Investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales. Ganadora del Segundo Certamen Internacional de Ensayo Filosófico. Investiga la ontología marxista, la política educativa actual y el marxismo en el México contemporáneo.