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El Hamlet de El Rinoceronte Enamorado
Una sociedad que no cuenta con el goce estético, emprende el camino de la deshumanización, luego viene la indiferencia al dolor ajeno y hasta el aplauso a las injusticias.
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La compañía de teatro en San Luis Potosí El Rinoceronte Enamorado cumple 25 años con una trayectoria ejemplar en varias de sus prácticas. La primera: una vocación consistente en hacer teatro a pesar de todo. Desde su concepción por el primer actor Jesús Corona, no ha recurrido al lucro llano ni frivoliza las puestas en escena, sino que se ha propuesto contribuir a que el espectador reflexione sobre su existencia y sus circunstancias. No es para menos, pues su fundador, director y actor, procede de la tradición dramática generada en los años 70 y participó en el Centro Libre de Expresión Teatral y Artística (Celta), cuya orientación fue abiertamente social, política y sin simulaciones. Desde hace cuatro décadas promovió, en su familia, esta corriente artística y el resultado es la creación de una compañía con tres directores, que se distinguen por mantener una sola tradición con visiones distintas, pero que se complementan.

En el final de este año aciago, El Rinoceronte Enamorado nos regala una asombrosa puesta en escena: Hamlet, de William Shakespeare. El reto no es menor porque, para que los clásicos conserven su frescura, hay que saber cómo representarlos. Hijos de una época, nacen condicionados por determinadas circunstancias históricas de cuya temporalidad, paradójicamente, emerge lo atemporal. Me explico: una obra clásica aborda la esencia humana, por ejemplo, el amor, el sentido de la vida, que sufren menos modificaciones. El Hamlet reproducido por Edén Coronado, su director, se cumple con creces: la representación tiene una dirección de escena limpia y, sobre todo, dinámica. Las actuaciones de los protagonistas logran, por la asimilación natural de las líneas shakesperianas, el cometido de introducirnos en los dilemas existenciales de Hamlet, Ofelia, Claudius; los sufrimos y nos estremecen. Asistimos a la locura del príncipe de Dinamarca y la comprendemos: acaso el conocimiento de la visión profunda de una realidad adornada ficticiamente por la paz, y la armonía es catalogada como un desequilibrio mental (Cassandra, en la mitología griega conocía las desgracias del porvenir y fue censurada por “loca”). Lo estremecedor es constatar que la ambición por el poder político germina en el corazón de los hombres lo opuesto a la solidaridad y el honor. Los diálogos nos hablan, por momentos, de la podredumbre en la clase política del presente, una clase que arrolla a todos solo por su comodidad y egocentrismo.

 La producción de esta puesta en escena está a la altura: hay sobriedad en el vestuario y en la atmósfera audiovisual, pero no carece de simbolismo y excesiva creatividad. En suma: una compañía que sabe de su oficio, lo siente profundamente y lo transmite con intensidad.

El arte independiente se toma estas libertades, aunque recorre un largo camino para alcanzar la auténtica autonomía. El trabajo de La Rino es convincente también en este aspecto: esta creación artística ha sobrevivido gracias al estímulo del Estado. Esto no implica que tal apoyo sea suficiente para la amplitud de miras del arte teatral, porque nunca lo es. Pero al menos permite, muy limitadamente, emprender algunos proyectos. El edificio de la compañía, por ejemplo, fue resultado de algunas gestiones ante instancias y programas federales. La infraestructura teatral apenas le da vida y lo anima a que dé los siguientes pasos, que no son poco tortuosos.

Esta compañía teatral, como muchos artistas del país, vive con cierta zozobra porque desconoce el porvenir de su labor ¿Continuarán los estímulos a la creación artística? La pregunta es ya de suyo decepcionante. No se espera que el apoyo aumente, pero que, al menos, lo raquítico continúe. Ojalá que sí. Los tiempos de crisis sin arte son aun más insoportables. Una sociedad que no cuenta con el goce estético, emprende el camino de la deshumanización, luego viene la indiferencia al dolor ajeno y hasta el aplauso a las injusticias. Por eso, es de reconocer la tarea de La Rino, pues, a pesar de todo, logra que el escenario ilumine a todos.


Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl Rivera

COLUMNISTA


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