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CON ONCE HERIDAS MORTALES
Con once heridas mortales, hecha pedazos la espada, sin aliento el caballero y perdida la batalla, manchado de sangre y polvo,
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DUQUE DE RIVAS (Ángel de Saavedra, duque de Rivas; Córdoba, 1791-Madrid, 1865) Poeta y dramaturgo español cuya obra es considerada emblemática del romanticismo hispano. De ideas liberales, luchó contra los franceses en la guerra de independencia y más tarde contra el absolutismo de Fernando VII, por lo que tuvo que exiliarse en Malta; estas experiencias inspiraron algunos de sus poemas, como Con once heridas mortales, al modo de los antiguos romances pastoriles. Sus primeros versos (reunidos en Poesías, 1813) y obras teatrales, como Ataúlfo (1814) y Lanuza (1822), se encuadraban dentro del orden neoclásico; sin embargo, durante su exilio maltés conoció la obra de William Shakespeare, Walter Scott y Lord Byron y se adscribió a la corriente romántica con los poemas El desterrado y El sueño del proscrito (1824), y El faro de Malta (1828).

 

CON ONCE HERIDAS MORTALES

Con once heridas mortales,

hecha pedazos la espada,

sin aliento el caballero

y perdida la batalla,

manchado de sangre y polvo,

en noche oscura y nublada,

en Ontígola vencido

y deshecha mi esperanza,

casi en brazos de la muerte

el laso potro aguijaba

sobre cadáveres yertos

y armaduras destrozadas.

Y por una oculta senda

que el Cielo me deparara,

entre sustos y congojas

llegar logré a Villacañas.

La hermosísima Filena,

de mi desastre apiadada,

me ofreció su hogar, su lecho

y consuelo a mis desgracias.

Registróme las heridas,

y con manos delicadas

me limpió el polvo y la sangre

que en negro raudal manaban.

Curábame las heridas,

y mayores me las daba;

curábame el cuerpo,

me las causaba en el alma.

Yo, no pudiendo sufrir

el fuego en que me abrazaba,

díjele; "Hermosa Filena,

basta de curarme, basta.

Más crueles son tus ojos

que las polonesas lanzas:

ellas hirieron mi cuerpo

y ellos el alma me abrasan.

Tuve contra Marte aliento

en las sangrientas batallas,

y contra el rapaz Cupido

el aliento ahora me falta.

Deja esa cura, Filena;

déjala, que más me agravas;

deja la cura del cuerpo,

atiende a curarme el alma".

 

MÍSERO LEÑO

Mísero leño, destrozado y roto,

que en la arenosa playa escarmentado

yaces del marinero abandonado,

despojo vil del ábrego y del noto.

 

¡Cuánto mejor estabas en el soto,

de aves y ramas y verdor poblado,

antes que, envanecido y deslumbrado,

fueras del mundo al término remoto!

 

Perdiste la pomposa lozanía,

la dulce paz de la floresta umbrosa,

donde burlabas los sonoros vientos.

 

¿Qué tu orgulloso afán se prometía?

¿También burlarlos en la mar furiosa?

He aquí el fruto de altivos pensamientos.

 

OJOS DIVINOS

Ojos divinos, luz del alma mía,

por la primera vez os vi enojados;

¡y antes viera los cielos desplomados,

o abierta ante mis pies la tierra fría!

 

Tener, ¡ay!, compasión de la agonía

en que están mis sentidos sepultados,

al veros centellantes e indignados

mirarme, ardiendo con fiereza impía.

 

¡Ay!, perdonad si os agravié; perderos

temí tal vez, y con mi ruego y llanto

más que obligaros conseguí ofenderos;

 

tened, tened piedad de mi quebranto,

que si tornáis a fulminarme fieros
me hundiréis en los reinos del espanto.

 

RECETA SEGURA

Estudia poco o nada, y la carrera

acaba de abogado en estudiante,

vete, imberbe, a Madrid, y, petulante,

charla sin dique, estafa sin barrera.

 

Escribe en un periódico cualquiera;

de opiniones extremas sé el Atlante

y ensaya tu elocuencia relevante

en el café o en junta patriotera.

 

Primero concejal, y diputado

procura luego ser, que se consigue

tocando con destreza un buen registro;

 

no tengas fe ninguna, y ponte al lado

que esperanza mejor de éxito abrigue,

y pronto te verás primer ministro.

 

UN BUEN CONSEJO

Con voz aguardentosa parla y grita

contra todo Gobierno, sea el que fuere.

Llama a todo acreedor que te pidiere,

servil, carlino, feota, jesuíta.

 

De un diputado furibundo imita

la frase y ademán. Y si se urdiere

algún motín, al punto en él te injiere,

y a incendiar y matar la turba incita.

 

Lleva bigote luengo, sucio y cano;

un sablecillo, una levita rota,

bien de realista, bien de miliciano.

 

De nada razonable entiendas jota,

vivas da ronco al pueblo soberano

y serás eminente patriota.

 

AL FARO DE MALTA
Envuelve al mundo extenso triste noche;

ronco huracán y borrascosas nubes

confunden, y tinieblas impalpables,

el cielo, el mar, la tierra:

 

y tú invisible, te alzas, en tu frente

ostentando de fuego una corona,

cual rey del caos, que refleja y arde

con luz de paz y vida.

 

En vano, ronco, el mar alza sus montes

y revienta a tus pies, do, rebramante,

creciendo en blanca espuma, esconde y borra

el abrigo del puerto:

 

tú, con lengua de fuego, «Aquí está.., dices,

sin voz hablando al tímido piloto,

que como a numen bienhechor te adora

y en ti los ojos clava.

 

Tiende, apacible noche, el manto rico,

que céfiro amoroso desenrolla;

recamado de estrellas y luceros,

por él rueda la luna;

 

y entonces tú, de niebla vaporosa

vestido, dejas ver en formas vagas

tu cuerpo colosal, y tu diadema

arde al par de los astros.

 

Duerme tranquilo el mar; pérfido, esconde

rocas aleves, áridos escollos;
falsos señuelos son; lejanas cumbres

engañan a las naves.

 

Mas tú, cuyo esplendor todo lo ofusca,

tú, cuya inmoble posición indica

el trono de un monarca, eres su norte;

les adviertes su engaño.

 

Así de la razón arde la antorcha,

en medio del furor de las pasiones;

o de aleves halagos de fortuna,

a los ojos del alma.

 

Desque refugio de la airada suerte,

en esta escasa tierra que presides,

y grato albergue, el Cielo bondadoso

me concedió, propicio;

 

ni una vez sola a mis pesares busco

dulce olvido, del sueño entre los brazos,

sin saludarte, y sin tomar los ojos

a tu espléndida frente.

 

¡Cuántos, ay, desde el seno de los mares

al par los tomarán!... Tras larga ausencia,

unos, que vuelven a su patria amada,

a sus hijos y esposa.

 

Otros, prófugos, pobres, perseguidos,

que asilo buscan, cual busqué, lejano,

y a quienes que lo hallaron tu luz dice,

hospitalaria estrella.

 

Arde, y sirve de norte a los bajeles

que de mi patria, aunque de tarde en tarde,

me traen nuevas amargas y renglones

con lágrimas escritos.

 

Cuando la vez primera deslumbraste

mis afligidos ojos, ¡cuál mi pecho,

destrozado y hundido en amargura.

palpitó venturoso!

 

Del Lacio, moribundo, las riberas

huyendo, inhospitables, contrastado

del viento y mar entre ásperos bajíos.

vi tu lumbre divina:

 

viéronla como yo los marineros,

y, olvidando los votos y plegarias

que en las sordas tinieblas se perdían.

«¡Malta, Malta!». gritaron;

 

y fuiste a nuestros ojos aureola
que orna la frente de la santa imagen

en quien busca afanoso peregrino

la salud y el consuelo.

 

Jamás te olvidaré, jamás... Tan sólo

trocara tu esplendor. sin olvidarlo,

rey de la noche, y de tu excelsa cumbre

la benéfica llama,

 

por la llama y los fúlgidos destellos

que lanza. reflejando al sol naciente,

el arcángel dorado que corona

de Córdoba la torre.


Escrito por Redacción


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