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Con frecuencia se publican, en los medios de prensa, ataques a China, acusando a su gobierno de “totalitario”. Es una crítica prejuiciada. La disciplina del pueblo chino y su confianza en el gobierno, voluntaria y conscientemente aceptada, ha sido clave para frenar exitosamente la pandemia; después de cerrar Wuhan, tres meses llevó apenas para volverla a la normalidad, y el número total de muertos en el país no llega a cinco mil; fue condición también para recuperar pronto la economía y seguir creciendo. Según el FMI, el año pasado todas las economías “avanzadas” crecieron (1.7 por ciento en promedio); en los países de “mercados emergentes y en desarrollo”, el promedio fue 3.7 por ciento; China llegó a 6.1 por ciento. En este año las “avanzadas” caerán en 5.8 puntos porcentuales; las emergentes en -3.3 por ciento; China será la única que crecerá. El FMI estima para el año entrante seis por ciento de crecimiento promedio entre los emergentes; China registrará 8.2. Y el impulso viene de tiempo atrás. En 1960 aportaba 4.3 por ciento del PIB global; el año pasado contribuyó con 16.3 por ciento (Banco Mundial).
Y produce para distribuir. El presidente Xi Jinping anunció el mes pasado que China sacó de la pobreza extrema en zonas rurales a 100 millones de personas (Xinhua, 23 de noviembre), mediante un programa integral de mejora en empleo, vivienda, salud y educación, más un vigoroso impulso a las actividades productivas, infraestructura, servicios básicos y transporte. Esta proeza ocurre mientras la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo informa, que como efecto de la pandemia en el mundo, 130 millones de personas se sumarán a los que ya sufren pobreza extrema. Y China se propone nuevas metas: “Para 2049, cuando la República Popular cumpla su propio primer siglo de vida, el proyecto es que no haya ningún pobre...” (Xi Jinping). Una meta realista, pues hoy contribuye con el 70 por ciento del avance mundial en combate a la pobreza; y reduce la desigualdad. Su Coeficiente de Gini es menor que el de México y Estados Unidos (EE. UU.), es decir, indica menos desigualdad. En el Índice de Desarrollo Humano, entre el año 2000 y 2019, en el ranking mundial, China pasó del lugar 180 al 85 (Datos Macro Expansión).
Para elevar aún más el bienestar, fortalece el mercado interno, más aún cuando las exportaciones se complican por la recesión mundial y un ambiente global más hostil. “Vientos en contra”, les llama Xi Jinping. Ya entre 2007 y 2019 (antes de la pandemia), las exportaciones e importaciones perdieron peso como factor del crecimiento: pasaron del 60 al 30 por ciento. Reducir el peso del comercio exterior amortiguará los shocks externos del proteccionismo de EE. UU. y sus restricciones a empresas emblemáticas chinas. No deja de llamar la atención, empero, que mientras EE. UU. bloquea el libre mercado, China es su más enérgico promotor (prueba de su alta competitividad): recientemente firmó con otras catorce naciones de Asia y Oceanía el RCEP, el tratado de libre comercio más grande del mundo, asumiendo un liderazgo regional de primer orden.
El presidente chino declaró, en octubre, que en su plan para los próximos cinco años, el país marchará sobre tres ejes fundamentales: desarrollo tecnológico, innovación y promoción del mercado interno, y basado en la estrategia de “Doble circulación”, que otorga a la demanda interna un papel predominante, y busca cubrirla en mayor medida con producción propia. Como porcentaje del PIB, el consumo interno representa 38.8 por ciento, pero se verá aumentado con medidas como el combate a la pobreza, aumento del salario real ya ocurrido y reducción de la tasa general del IVA (de 17 por ciento en 2005 a 13 por ciento hoy). Como declaró un prominente líder chino: “La circulación doméstica será el principal objetivo y se reforzará con la externa (...) para ello deben removerse todos los obstáculos al consumo y mejorar la distribución de los ingresos...”. Con la innovación y el desarrollo tecnológico, el país pasará progresivamente de maquilador a creador, y viene haciéndolo: las patentes registradas por China se duplicaron entre 2012 y 2016 (El País, 1º de marzo de 2018, Organización Mundial de la Propiedad Intelectual).
En el fondo, subyace a las acciones gubernamentales y los éxitos referidos el modelo económico y político de China. Desde la revolución de 1949, con Mao Tse Tung a la cabeza, se procuró instaurar inmediatamente un socialismo ortodoxo, enfrentando en ese esfuerzo, como en el “Gran Salto Adelante” (1958-1961), penurias y duros reveses debidos al carácter incipiente del capitalismo chino, semicolonial y semifeudal: en 1949, la población rural representaba el 89.3 por ciento; con el desarrollo se ha proletarizado y urbanizado (hoy representa el 40.4 por ciento). En aquellos tiempos difíciles, sin embargo, se forjó su unidad y se definieron el perfil, la identidad del país y su ruta general hacia el desarrollo, aunque momentáneamente faltaran las herramientas económicas precisas para ponerla en práctica.
Operaba la ley histórica según la cual los pueblos no pueden quemar etapas en su desarrollo, y China estaba buscando instaurar el socialismo directamente desde una economía sumamente atrasada. Para 1978, con Deng Xiaoping, arrancó el nuevo modelo, que los chinos llamaron “Socialismo de mercado”, con un gobierno del pueblo pero promoviendo el desarrollo capitalista, con inversión extranjera y todo lo a ello inherente; y no era una ruptura con la ideología de Mao, sino una modernización, audaz esfuerzo por cubrir la etapa capitalista pendiente, y China ha hecho la tarea; sin abandonar la ruta inicialmente trazada, ha adquirido la capacidad productiva del capitalismo, combinándola con la equidad distributiva. Sus resultados son hoy patentes. Y se confirma la ley histórica referida.
En economía, el chino es un modelo dirigido por el Estado, en asociación con el capital privado; tiene una política central a seguir, no la anarquía que caracteriza a occidente. El capital privado ha creado 90 por ciento de los empleos en este año (Macarena Vidal Liy y Jaime Santirso, El País, 26 de septiembre). Añaden los autores: “Las empresas privadas siguen siendo bienvenidas, de hecho China necesita su innovación y su potencial de crecimiento más que nunca. Pero en el núcleo del sistema económico permanecerá una base de industrias estratégicas y políticamente controladas...”. Con inversión pública se han otorgado estímulos a las empresas privadas, lo cual permitió amortiguar el impacto de la crisis.
A manera de conclusión, quienes critican apresuradamente a China de vivir bajo un régimen despótico, anteponen prejuicios y desestiman intencionalmente sus sorprendentes éxitos humanitarios; tampoco valoran la convicción y el compromiso consciente de su pueblo ni la confianza real hacia su gobierno, al que considera su legítimo representante y defensor, ni aquilatan las notorias fortalezas del modelo económico en vigor. China es un fenómeno que más que atacado, a veces por consigna, merece ser estudiado con seriedad, científicamente, para tomar experiencia de lo que está logrando, de sus reveses y de sus éxitos.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.