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Serán los conservadores británicos, junto al populista primer ministro, Boris Johnson, quienes decidirán si Reino Unido permanece o no en la Unión Europea (UE). Si la exprimera ministra Theresa May pactó con Bruselas una salida ordenada (Brexit suave), el flamante huésped de Downing Streen insiste en abandonar a Europa el 31 de octubre “con o sin acuerdo”. Sería una salida abrupta que desencadenaría, entre otros efectos, la salida de Escocia y agravaría la crisis fronteriza con Irlanda. El futuro de 66.6 millones de británicos está en manos de la arrogante derecha, seducida por el populista presidente de Estados Unidos (EE. UU.) que les ofrece una alianza comercial para sustituir su relación con el bloque europeo.
Boris Johnson afirma que busca un acuerdo nuevo y profundo, no “pequeños cambios” con la UE antes del 31 de octubre. Ansioso por lanzarse a los brazos del mercado estadounidense que ofrece Donald John Trump, Inglaterra amaga así a sus antiguos socios europeos: “Estamos listos para irnos el 31 de octubre. Como sea”. Si se diera la salida abrupta del Brexit duro el uno de noviembre próximo, Reino Unido –una de las 10 economías más importantes del planeta– entraría en una inédita etapa de transición de 21 meses, durante la cual tendrá que definir los nuevos términos de su relación con la UE.
Ante tal escenario, la flamante presidenta designada por la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, anunció que la UE apoyaría otra extensión para el Brexit, pero sin modificar el acuerdo suscrito con Theresa May (Brexit suave). Pero el tiempo corrió contra esa oferta porque el Parlamento británico entró en receso el 25 de julio y volverá a sesionar hasta septiembre.
Esta situación surge durante la peor crisis que la UE haya padecido desde su origen hace 60 años. Es una crisis polifacética, socio-económica, que se manifiesta en el aumento de la desigualdad, precariedad laboral y exclusión social.
En Reino Unido, la crisis se expresa en la decepción de los británicos hacia su integración con Europa, que consideran como ineficiente en la solución de los problemas actuales. En términos económicos, Londres aporta 11 mil 200 millones de dólares anuales por su membresía a Bruselas.
A esto se suma el descrédito de los partidos tradicionales británicos y el ascenso de la extrema derecha, la cual da voz al Brexit, afirman Leyde Rodríguez y Elaine Pérez, del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa de Cuba.
Brexit durísimo
El Brexit duro de Johnson no contempla un pacto comercial en el que coincidan los intereses de Londres y Bruselas; por tanto, los bienes británicos comercializados en Europa pagarán impuestos como cualquier otro país fuera del bloque. Pero la jugada de los escisionistas consiste en tomar el mercado estadounidense para reemplazar al europeo.
Londres anunció que en principio no aplicará aranceles a los productos europeos, que representan 87 por ciento de sus importaciones, aunque sí pasarían por arduas inspecciones aduaneras. Un Brexit intempestivo dañaría al sector terciario que perdería el gran mercado de la UE y su mano de obra. Resultarían afectados profesionistas como abogados, músicos, la banca y las aseguradoras.
La salida abrupta ocasionaría a los británicos alzas de precios en alimentos importados desde Europa y dejaría de ser válida la tarjeta de salud europea (EHIC) con la que reciben atención en hospitales públicos de la UE por enfermedad o accidente.
Además de los incrementos a precios de combustible y servicios públicos (se reactivarán los cargos por roaming en celulares), los británicos que residen en países de la UE deberán obtener licencia de conducir en Estados huéspedes. A su vez, los europeos residentes en Reino Unido sufrirán iguales efectos negativos, entre ellos sus viajes a la UE serían más difíciles; de ahí que se les ha sugerido que soliciten la residencia.
El punto rojo del Brexit duro o suave es la frontera entre Irlanda y Reino Unido, que hasta ahora tiene paso libre, pero como Irlanda seguirá en la UE se ha considerado instalar una frontera física que todos rechazan. En el Brexit suave se pactó no poner puestos fronterizos entre ambos, pues igualmente es un compromiso expresado en los Acuerdos del Viernes Santo (1998) que acabaron con décadas de violencia entre Londres y el Ulster.
Los defensores del Brexit duro alegan que no será necesario erigir vallas, sino que se recurrirá a una frontera digital de alta tecnología. Sin embargo, la legislación de la UE establece que debe haber control fronterizo para alimentos y productos químicos que Irlanda debe cumplir. Pero hasta ahora ni Londres ni el gobierno irlandés tienen intención de instalarlos.
Otro efecto del Brexit duro es que para el 1° de noviembre, Londres ya no pertenecerá a una treintena de instituciones europeas que regulan desde la producción de medicinas hasta la designación de marcas. Como saldría del Mercado Único y de la Unión Aduanera de la UE, solo se relacionará con Bruselas mediante las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC). En el ámbito judicial Londres deberá abandonar la Corte Europea de Justicia y la Europolicía.
Según el análisis financiero de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria británica, los casos más graves del Brexit duro serán el aumento en el control de inmigrantes, la escasez de alimentos disponibles y los engorrosos retrasos en la frontera.
¿Brexit socialista?
Ante la parálisis colectiva de la izquierda europea, en particular la del ala socialdemócrata, la clase trabajadora británica sabe que muy poco puede lograr dentro de la UE. Por poco tiempo, el Partido Laborista, liderado por Jeremy Corbyn, fue la alternativa cuando propuso políticas contra las limitaciones del bloque europeo. Sin embargo, en las filas de ese partido ahora predomina una corriente a favor de permanecer en la UE (Remain).
Por ello, aunque el Partido Laborista pudo liderar una campaña democrática a favor del Brexit, se negó a hacerlo y, como consecuencia, allanó el camino a la derecha y a la incertidumbre política. Entre los laboristas emergió un consenso en torno al Remain, basado en la noción de la “tercera vía”, cuyo objetivo primordial está en “preservar y proteger las operaciones sin fricción del capitalismo”, critica la red The Full Brexit.
Para esta red, cuyo lema es “Por la soberanía popular, democracia y renovación económica”, esa posición olvida que el capitalismo es un voraz sistema económico tan duradero y robusto, que no requiere de protección constitucional. Por el contrario, el mejor medio para resistir ese dominio es la democracia, pero con las limitaciones de la UE no es posible alcanzarla.
Por tanto, esa postura conduce a una política de decepción “o a la inevitable traición”, pues usa una narrativa de esperanza que solo representa una promesa con aspecto de desencanto. Es un engaño de la izquierda pro-UE, pues no admite la imposibilidad de reformar al propio bloque.
ALEXANDER BORIS DE PFEFFEL JOHNSON
Nacido en Nueva York en 1964, Boris se apega a la tradición aristocrática británica denominada Bildungsroman: estudios en las exclusivas universidades de Eton y Oxford, donde la clase alta británica se forma con la certeza de que el poder le corresponde por “derecho divino… Una cosa que se aprendía en Oxford era cómo hablar sin mucho conocimiento”, escribió Simon Kuper en el Financial Times. De ahí pasó al periodismo, donde evidenció su falta de rigor y ética, pues inventó citas, y luego llegó a ser diputado en Westminster.
Como alcalde de Londres (2008-2016), su megalomanía lo llevó a asumir –como todos los políticos de derecha– una pose progresista que se tradujo en intensa obra pública, pero inútil y costosa: renovó los característicos autobuses de dos pisos Route Master, cuyo precio unitario fue de 350 mil libras por unidad: unos ocho millones 379 mil pesos mexicanos, el doble de un autobús regular.
Para la Olimpiada de 2012 acondicionó el poco visitado teleférico entre Greenwich y los Puertos Reales con una inversión mayor a 321 millones de libras (siete mil millones 684 mil pesos mexicanos). Introdujo un sistema de bicicletas para turistas con 225 millones de libras (cinco mil 386 millones de pesos); inició el proyecto del puente privado Garden Bridge (que canceló su sucesor) al que aportó 53 millones de libras (mil 268 millones de pesos). Su política de recortes obligó al cierre de 268 puestos de boletos para el metro, de 10 estaciones de bomberos y vendió 27 autobombas.
Boris es la versión británica de una élite populista al estilo de Donald John Trump, dice el analista de la revista argentina Crisis, Fernando Sdrigotti. La similitud no se limita a cuestiones de clase, sino que ambos se oponen a la UE, sufren de verborragia y se jactan de su relación cercana. Boris es el hombre que declaró que “Hillary Clinton parece una enfermera sádica”, lo que supone una cercana relación con Trump. A dos días de asumir como primer ministro británico, Johnson anunció su polémica intención de reclutar a 20 mil nuevos agentes en Inglaterra y Gales. “La gente quiere ver a más policías en sus vecindarios, protegiendo al pueblo y reduciendo el crimen”, manifestó. Como es usual en el político conservador, ese plan exige fondos millonarios que tendrán un costo de alrededor de 500 millones de libras (unos 557 millones de euros) solo en el primer año. Según el ministerio del Interior y las fuerzas policiales, en los pasados nueve años han perdido 20 mil 564 efectivos.
Escocia va por su independencia
La elección de Boris Johnson como primer ministro británico provocó que la principal ministra escocesa, Nicola Sturgeon, exigiera con vigor un nuevo referéndum de independencia para su nación. En una misiva que dirigió a Johnson, Sturgeon augura que él será “el último primer ministro” de Reino Unido (integrado por Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte) y destacó la importancia de que Escocia tenga una alternativa propia al Brexit.
En abril pasado, la ministra anunció su intención de realizar un nuevo referéndum de independencia antes de que concluya la actual legislatura en 2021. En el referéndum de 2014, pactado con Londres, el 55 por ciento de escoceses rechazó la separación, entonces se pensó que la cuestión duraría al menos una generación. Pero en 2016, la victoria del Brexit reabrió el debate, pues 62 por ciento de los escoceses apoyó permanecer en la UE.
BRITÁNICOS, DEFRAUDADORES
Un efecto de la ríspida relación entre la UE y Reino Unido sobre el Brexit se produce por un escándalo de fraude en varias aseguradoras británicas al servicio de salud privado español. Hace tiempo, la Alianza de la Sanidad Privada Española (ASPE) denunció que firmas de seguros ingleses lucraban comercializando pólizas de viaje que usan la tarjeta de salud europea. En julio, la ASPE precisó que unos 800 turistas británicos asisten diariamente en el verano (julio y agosto) a centros sanitarios privados para ser tratados, porque se les planteó que el seguro de viaje contratado en su país cubre ese servicio y eso no es ni debe ser así. Para la organización ibérica se trata de un fraude asistencial médico de unas 15 aseguradoras británicas y el impacto financiero oscila entre 75 y 100 millones de euros (84-112 millones de dólares).
Por ello, Sturgeon pidió a Johnson una “alternativa” a esa ruptura. Según la ministra, un reciente análisis del gobierno escocés apunta que un Brexit duro haría perder 100 mil empleos a los escoceses. En contrapartida, Johnson sostiene que con esa opción ya no tendrá argumentos el Partido Nacionalista Escocés para otro plebiscito. En respuesta, el líder nacionalista escocés en el Parlamento británico, Ian Blackford, agregó que “Escocia no apoya decisiones tomadas por charlatanes”.
El futuro de 66.6 millones de británicos está en manos de la arrogante derecha, seducida por el populista presidente de Estados Unidos (EE. UU.) que les ofrece una alianza comercial para sustituir su relación con el bloque europeo.
Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.