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En su país natal, la salvadoreña Mercedes Durand estudió la carrera de maestra normalista para después emigrar a México. Desde su llegada, hasta su fallecimiento en 1999, estuvo estrechamente vinculada a la vida académica, universitaria y literaria mexicana de la segunda mitad del Siglo XX. Espacios es su primer poemario y fue publicado en 1955, en la segunda serie de la vasta colección Los Presentes, editada por Juan José Arreola; en esta obra se incluye Espacio de mi voz a Frida Kahlo, en el que la autora hace un sentido homenaje póstumo a la pintora y enumera, con palabras llanas, los motivos de su admiración por un arte capaz de llegar a las masas y ser comprendido en todo el mundo, al mismo tiempo que elogia el compromiso de Kahlo con la causa de los oprimidos del mundo.
Un día, Frida Kahlo,
pleno de sol y niños,
me acerqué a tu horizonte,
a tu mundo divino:
acaricié un rebozo, un nopal y un indio.
Desde ese día, Frida,
aspiré tu dolor sublimizado
por la voz de la lucha.
Me dijiste el mensaje que la tierra
proclama en las espigas;
me dijiste…
me dijiste mil cosas, Frida Kahlo,
con tu verbo encendido.
Entendí tu mensaje,
lo guardé entre los pliegues de la sangre
para donarlo a mi hijo,
Porque, quién Frida Kahlo
no aprendió tu lección de sacrificio
si era tu voz un himno libertario
para el mundo oprimido.
¿Quién te pudo ignorar si tu presencia
amanecía en todos los colores
de las cosas sencillas?
¿Quién se negó a ignorar tu noble ayuda
elaborada en paz y dulcemente
desde el cedro labrado de tu silla?
Ninguno, Frida Kahlo,
el Louvre mismo atesoró tus cuadros,
veneró tu mujer y tu pintura;
te amaron los hambrientos de justicia,
te comprendió la juventud,
la brisa,
los paisajes risueños,
la campiña;
te saludó el arroz,
el vodka alegre,
los maizales indígenas sangrando,
la Torre Eiffel y la Alambra antigua;
te saludaron todos, Frida Kahlo,
porque tú eras la vida,
porque enseñaste siempre
acuarelas tranquilas;
porque igualmente pronunciabas panadero
que arte impresionista.
Por eso, Frida Kahlo,
cuando la lluvia acompañó tu viaje,
me dije:
sus cenizas
habrán de germinar en rosas blancas,
en auroras de olivo,
o tal vez pintarán una paloma
sobre el lienzo del mundo.
Te has ido, Frida Kahlo,
se mece en tu recuerdo
la fiesta alborozada de tus trajes
y el gozo circular de los anillos.
Adiós a la pintora Frida Kahlo,
a la mujer sufrida,
a la artista que un día
me permitió mirar a su horizonte,
a su mundo divino,
y acariciar el rostro del rebozo,
del nopal y del indio.
Vengo del viento es un himno a las bellezas naturales de su patria. Todo está danzando al ritmo del vendaval, del agua que corre, de los árboles que se mecen. Todo es color, aromas, sonidos. No es un simple cuadro con un paisaje, sino una película que captura, en toda su vitalidad, la flora, fauna e hidrografía salvadoreñas. Yo vengo, comienza la voz poética, pero casi de inmediato se transforma en parte de esa naturaleza cuando dice “y con el viento traigoˮ; para luego arrebatarnos en una vertiginosa enumeración, inundando los sentidos con la velocidad de un huracán.
Vengo del viento azul
donde el jacinto
sorprende en su temblor al lirio de agua.
Vengo en el viento
y con el viento traigo
la voz delgada del Guarajambala,
el eco acantarado del Sumpul,
el dialecto azulino del Jibia
y la música en flor del viejo río.
Del río de las barbas de esmeralda,
del río que se extiende por los valles,
del río que amortaja a los cadáveres,
del río de la luz en las entrañas,
del río viejo,
del río sangre,
del río indio,
del río padre,
del río río,
del río Lempa.
Vengo en el viento
y con el viento traigo
suspiros de copal,
aire de bálsamo,
guirnaldas de esquinsuche
y aliento de cacao.
Vengo del viento
y con el viento traigo
la oscura ramazón de los caobos,
el canto melancólico del guauce,
la aurora vegetal del maquilíshuat,
el jacamar y su plumaje huraño.
Vengo del viento
y con el viento traigo
un corazón de viento huracanado.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.