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La teoría del conocimiento es la rama de la filosofía especializada en las diferentes formas que existen para acceder a sus múltiples contenidos. Al menos desde hace 23 siglos –de Platón, en el IV antes de nuestra era (a. n. e.) a W. G. Hegel, en el XIX de la era actual– se ha debatido uno de los temas más complejos de la filosofía: ¿es posible que el hombre, una entidad física finita, tenga la posibilidad de conocer completamente al universo, el cual es infinito? O, la misma pregunta planteada de otro modo: ¿las actuales herramientas cognoscitivas tienen realmente acceso al conocimiento infinito de la materia que hay en el universo?
Hegel, uno de los más grandes pensadores de Occidente, escribió que las cosas pueden ser conocidas pero solo de manera aproximada –es decir, no integral– debido a que todo esfuerzo de conocimiento está sujeto al análisis dialéctico de la realidad, que en principio implica recoger la información aportada por los sentidos para luego, a través de la revisión u oposición de los datos reunidos por la apariencia, acceder a la esencia de las cosas, es decir, a su entidad completa, en cuya definición resulta imprescindible el conocimiento aparente o sensorial.
Para el filósofo alemán, la mejor forma de aprender a situarse bien en el mundo consiste primero en aceptar la realidad que nos toca vivir; y, luego, en conocer racionalmente los hechos y las relaciones que lo configuran tal como lo conocemos. Sin embargo, Hegel insiste en advertir que esta versión no necesariamente es cierta o verdadera, sino aparente, ya que los fenómenos de la realidad están en continuo movimiento y contradicción. Esto se debe a que el conocimiento se encuentra en transformación permanente; y por ello algunas de las concepciones muy viejas y recientes frecuentemente son sustituidas por nuevas, que reflejan mejor la esencia de las cosas.
Éste es el caso contrario, por ejemplo, de la propuesta cognitiva del materialismo dialéctico, que nos ha enseñado que, en una sociedad dividida en clases sociales, los intereses de unas no coinciden con los intereses de otras; y que a pesar de que, en “apariencia”, todos los componentes de aquélla son iguales en la realidad esencial, es decir en la realidad material o socioeconómica, están separadas por montes demasiado altos e infranqueables. Es por esta razón que un pensador como Valeri Bosenko considera que el socialismo debe priorizar la enseñanza masiva de las ciencias para que su difusión no esté delimitada por los intereses de las clases dominantes; y que éstas no oculten las verdades esenciales o las difundan a medias.
El arte está encasillado en la misma lógica que la ciencia. Es cierto que en la mayoría de las expresiones del arte suele mostrarse no únicamente la apariencia (belleza) sino también la esencia de las cosas. Pero dada la relevancia y trascendencia que la creatividad artística tiene en la historia del hombre, es necesario que sus autores superen estas limitantes, reflejen las contradicciones de todo tipo que hay en el mundo –entre ellas las materiales o socioeconómicas– y se liberen de los intereses de clase de quienes los motivan a “experimentar” todo lo aparente y no la esencia de la realidad que los rodea.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).