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En la historia del arte occidental, la ruptura con el naturalismo, la corriente dominante hasta finales del Siglo XIX, provocó una crisis en la concepción positivista del mundo. Los enemigos de la república burguesa, reaccionarios, se alejaron paulatinamente de estos gobiernos y su influencia política para refugiarse en algunos sectores del ejército y la academia; y desde allí hicieron retumbar fuertes pregones –como “la bancarrota de la ciencia” y “la mecanización sin alma de la cultura”– porque, para ellos, plantear la revolución y liberalismo significaba hablar de vulgaridad y pérdida espiritual. Afirmaban que el naturalismo era un arte impertinente, indecente, obsceno, simple instrumento de propaganda democrática grosera. Cierto, en sus inicios, esta ruptura se inspiró en el pasado y los valores aristocráticos; pero la lucha contra el naturalismo se bifurcó y una de sus vertientes se refugió es el esteticismo, es decir un arte en actitud pasiva, individualista, íntima y contemplativa; un arte para otros artistas que no admite vínculos políticos y sociales.
¿De dónde surgió esta renuncia estética hacia al mundo? En las contradicciones sociales que emanan del desarrollo capitalista de producción, ya que la opulencia no redunda en un equilibrio espiritual en los artistas. El artista crea un refugio, porque al crear selecciona, organiza y rechaza los elementos antipáticos del mundo. En una palabra, huye de la realidad social que le disgusta. Una rebeldía contra la sociedad burguesa y la moral basada en la familia: poetas como Charles Baudelaire son sus íconos. El impresionismo crea en la pintura dos prototipos: el nuevo bohemio que renuncia a la vida burguesa o se refugia en países exóticos, y el que emigra hacia su interior mediante el hedonismo a través del consumo del opio y el alcohol. Unos ejecutan la huida física o real y otros, ideal; pero ambos recurren a fugas cada vez más extrañas para el público en general.
En el grupo de los bohemios se sitúan jóvenes ricos, fanáticos de la exuberancia: Théophile Gautier, Gerard de Nerval, Arsenio Houssay. La bohemia era una partida del vagabundeo, la amoralidad, la anarquía y la miseria. En suma: un grupo de desesperados que no solo rompen con la sociedad burguesa, sino con todo lo europeo. Baudelaire, Paul Verlaine y Henri Toulouse-Lautrec son conocidos por su embriaguez; Arthur Rimbaud, Paul Gauguin y Vincent van Gogh tienen accesos de locura, son reconocidos por su frustración, pasan su vida en los burdeles, sanatorios y pocilgas. Gauguin se casa por interés y luego, repentinamente, huye a Asia, renuncia al lujo por la miseria y se aísla de la civilización.
Recordamos esto porque, en nuestros días, hubo un atentado contra una de las obras pictóricas más famosas de Van Gogh: Los girasoles (1888). El mundo de la alta cultura y los conocedores –superficiales y no– se han escandalizado. No informaron sobre las causas de la manifestación, se centraron únicamente en denunciar lo absurdo de arrojar sopa de tomate sobre el cuadro. Los manifestantes son del grupo británico Just Stop Oil, que todos los días de octubre exigió al primer ministro del Reino Unido que cancele los contratos para la producción de combustibles fósiles. Sus manifestaciones, afirma, buscan crear consciencia en torno a las consecuencias de explotar indiscriminadamente combustibles fósiles y su terrible efecto nocivo sobre el medio ambiente, el principal causante del cambio climático. “Así como se indignan por ultrajar un cuadro, deberían preocuparse por el ultraje al planeta”, argumenta y revela que sus acciones no han dañado ninguna obra de arte porque los cuadros están protegidos con cristal.
El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) reprobó este tipo de actos, a los que calificó como superficiales, se mostró preocupado porque en México hay mucha cultura y arte; e invitó a los inconformes a protestar de otra manera. ¿Cuál? ¿Como la de Filogonio Martínez, ambientalista oaxaqueño asesinado la semana anterior? De acuerdo al reporte anual de la organización británica Global Witness, Last Line of Defense, México se ubica en el segundo país con más crímenes contra activistas.
Yo encuentro una comunidad entre estos ambientalistas y la generación de Van Gogh: ambas rechazan, a su modo, la sociedad que les tocó vivir. ¿Estamos ante una manifestación clasemediera limitada y con poco arraigo entre las mayorías incultas, sin duda determinantes para un cambio más sustancial? Puede ser. Pero es mucho peor el silencio y la complicidad, hija bastarda de la conformidad y la comodidad.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista