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El Egipto de Waltari: espejo futuro de Occidente
Sinuhé fue médico real, amigo de Homhered y Ai, y el envenenador del faraón Akenatón por órdenes de éstos para evitar que la guerra civil, generada por los sacerdotes de Atón y Amón, terminará por destruir Egipto. Sinuhé fue un hombre con infinita apetencia de conocimientos científicos –“la ciencia no debe inclinarse ante el poder”, afirmaba– y muchas de sus reflexiones eran francamente heréticas. Es el caso de ésta, dicha a unos de sus amigos: “sé que los hombres y las mujeres son iguales en todos los países, pero adoran dioses diferentes. Sé también que la gente culta es igual en todos los países y que difieren poco en ideas y costumbres, pero se alegran el corazón con vino y en el fondo ya no creen en los dioses…”. También recordaba con frecuencia esta confesión de la madre de Ai: “… yo había inventado a Atón para derribar a Amón, a fin de que mi poder y el de mi hijo fueran mayores, pero en el fondo fue Ai quien lo ha inventado…”.
Las aventuras de Sinuhé no solo eran médicas y políticas, pues también las tuvo amorosas con tres únicas amantes: Nefernefernefer, Minea y Merit. La primera lo despojó de todas sus propiedades y la segunda, mesera en la cantina La Cola de Cocodrilo, le dio un hijo: Thot. Del vino, que en ciertos periodos lo alivió de melancolía, decía: … “es un don de los dioses si se usa con moderación. Un vaso no hace daño a nadie; dos hacen un charlatán, pero quien vacía la jarra entera se despierta en el arroyo, desnudo y lleno de contusiones”. En Sinuhé, el egipcio, Mika Waltari ofrece una idea detallada del alto nivel civilizatorio que Kemi (Egipto en copto) poseía hace tres mil 500 años antes de nuestra era. Disponía de escritura fonética, vastos conocimientos astronómicos, físico-matemáticos y una ciencia médica que curaba males de 14 partes del cuerpo humano –cerebro, corazón, ojos, oídos, garganta, estómago y estructura ósea, entre otros– con cirugía, drogas y plantas medicinales.
Su arquitectura doméstica y monumental, cuyo mayor exponente son las grandes pirámides; su agricultura –trigo y cebada en específico–, ganadería y comercio eran tan desarrolladas como las del Occidente en la Edad Media; y su Estado imperial dominaba ambas riberas del río Nilo desde Nubia –en la región alta del noreste de África– hasta el mar Mediterráneo. El imperio egipcio operaba con base en un sistema de explotación esclavista; con técnicas de administración burocrática sofisticadas que incluían tanto la emisión monetaria, pagarés, acciones y un sistema de contabilidad de los capitales, como la aplicación de tasas de interés, impuestos fiscales y derechos públicos para aumentar éstos. Su población rica vestía telas de lino; la pobre, de algodón y fibras rudas; hombres y mujeres usaban pelucas, se afeitaban y pintaban rostros, ojos y labios; en las tabernas se consumía vino y cerveza (una de sus invenciones); y ya existían prostíbulos. Todos estos objetos, prácticas tecnológicas, culturales y sociales fueron posteriormente copiados por los entonces pueblos “bárbaros” de Europa.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural