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Nacida en La Habana, Cuba, el siete de agosto de 1944, Nancy Morejón es una multipremiada poetisa, ensayista, traductora y dramaturga cubana cuyas obras han sido traducidas a diversas lenguas. Desde 1991 es miembro de la Academia de Ciencias de Cuba y en 1999 ingresó como miembro de número a la Academia Cubana de la Lengua.
Heredera del negrismo, ese gran movimiento de vanguardia que en Latinoamérica diera voz a los afrodescendientes, y que tuvo, en Cuba, su más alto exponente en Nicolás Guillén, la poesía de Nancy Morejón no es una simple continuación del tema desde la perspectiva de la raza, la cosmovisión o de manifestaciones culturales como la música y la danza, sino la incorporación de la figura femenina como elemento imprescindible para entender la historia de esclavitud, injusticia y la participación de la mujer en procesos heroicos y revolucionarios.
En su análisis La poesía de Nancy Morejón, renovación de la expresión negra *, Inés María Martiatu Terry señala que, a diferencia de la mayoría de los poetas del afronegrismo que tienden a sexualizar a la mujer negra, convirtiéndola en un símbolo de la sensualidad y reduciéndola a su dimensión carnal, Morejón “la hace consciente de su historia, de sus trabajos y sus luchas, protagonista de los sufrimientos pero también hacedora esforzada de los cambios y del futuro”.
En su artículo Nancy Morejón: “Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar” **, Julinet Pérez Figuereo señala: “En su poesía, Nancy Morejón aúna la negritud, la feminidad y la revolución sin dejar de lado lo familiar; dando vida, color y sonido a los recuerdos de las calles del barrio donde nació y creció, a sus padres, su hogar y su entorno como una importante influencia en su gusto por la literatura y la poesía.
Mujer negra es uno de sus poemas más famosos; en él sintetiza los siglos de opresión y el sufrimiento de sus antepasados. Una anónima figura femenina resume en primera persona la historia de su pueblo, desde el secuestro en alguna aldea africana, la prolongada travesía marítima, el desembarco y la venta en el mercado de esclavos; los abusos del amo, los azotes, la explotación, la huida y la rebelión. Así, atravesando siglos de opresión y luchas, las descendientes de estas “reinas desoídas” (como concibe a su propia madre en otro de sus poemas) abandonan su papel de símbolos de la sensualidad y el erotismo y caminan junto a los varones como protagonistas de pleno derecho de la historia, como pilares de la nueva sociedad que llegó con la Revolución Cubana.
1. Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar.
La noche, no puedo recordarla.
Ni el mismo océano podría recordarla.
Pero no olvido el primer alcatraz que divisé.
Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales.
Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral.
Me dejaron aquí y aquí he vivido.
Y porque trabajé como una bestia,
aquí volví a nacer.
A cuánta epopeya mandinga intenté recurrir.
2. Me rebelé.
3. Su Merced me compró en una plaza.
Bordé la casaca de su Merced y un hijo macho le parí.
Mi hijo no tuvo nombre.
Y su Merced murió a manos de un impecable lord inglés.
4. Anduve.
5. Ésta es la tierra donde padecí bocabajos y azotes.
Bogué a lo largo de todos sus ríos.
Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí.
Por casa tuve un barracón.
Yo misma traje piedras para edificarlo,
pero canté al natural compás de los pájaros nacionales.
6. Me sublevé.
7. En esta tierra toqué la sangre húmeda
y los huesos podridos de muchos otros,
traídos a ella, o no, igual que yo.
Ya nunca más imaginé el camino a Guinea.
¿Era a Guinea? ¿A Benín? ¿Era a Madagascar? ¿O a Cabo Verde?
8. Trabajé mucho más.
9. Fundé mejor mi canto milenario y mi esperanza.
Aquí construí mi mundo.
10. Me fui al monte.
11. Mi real independencia fue el palenque
y cabalgué entre las tropas de Maceo.
12. Solo un siglo más tarde,
junto a mis descendientes,
desde una azul montaña,
13. bajé de la Sierra.
14. Para acabar con capitales y usureros,
con generales y burgueses.
Ahora soy: solo hoy tenemos y creamos.
Nada nos es ajeno.
Nuestra la tierra.
Nuestros el mar y el cielo.
Nuestras la magia y la quimera.
Iguales míos, aquí los veo bailar
alrededor del árbol que plantamos para el comunismo.
Su pródiga madera ya resuena.
* Revista Iberoamericana, Volumen LXXVII.
** www.afrofeminas.com
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.