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“La palabra libro está muy cercana a la palabra libre… Libres de la ignorancia y la ignominia; libres también de los demonios, los tiranos, las fiebres milenaristas y los turbios legionarios; del oprobio, de la trivialidad, de la pequeñez…”, dijo el escritor Sergio Pitol en su discurso de inauguración de la biblioteca del Instituto Cervantes de Sofía. Pocos se atreven a poner en duda los beneficios de la lectura, pues los hay de todo tipo: amplías tu vocabulario; ejercitas el cerebro para comprender y analizar mejor; puedes mejorar tu ortografía y redacción; conoces otras vidas, otros tiempos y hay una tendencia a volverse más empático, más sensible; y con los mejores libros también encuentras el tan anhelado “goce estético”. La lista puede continuar.
Y, sin embargo, casi no leemos. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en 2015 de cada 100 mexicanos 50 dijeron haber leído un libro en 12 meses, pero en 2018 solo 45 dijeron haberlo hecho, lo que evidencia la disminución de los ya de por sí pocos lectores. Ante las virtudes de la literatura, ante lo mucho que ésta nos brinda, ¿por qué no nos hemos acercado más a ella? Son muchas las posibles respuestas, unas más válidas e importantes que otras, pero todas desembocan en lo mismo: hacen falta lectores y lectores críticos de su realidad.
La situación por la que atraviesa nuestro país, tanto económica como política, es poco saludable; y las recientes medidas tomadas por el Presidente de la República no son esperanzadoras para la sociedad mexicana, especialmente para las capas más pobres, que son la inmensa mayoría. La desaparición de las estancias infantiles y los comedores comunitarios; los recortes presupuestales a la cultura, al sector salud, al Ramo 23; el ataque constante a las organizaciones sociales, etc., son acciones en cúmulo que ya se dejan sentir como una pesada lápida sobre las espaldas de los trabajadores humildes, quienes deberán organizarse para ser libres de la opresión.
La lectura por sí misma no es una solución a tan grande problema, pero sí una ayuda, un arma de sensibilización, una herramienta que puede ayudar a que los hombres piensen más en colectivo y menos como entes individuales. Pero no todos los libros han sido escritos para tan noble fin; Pitol también dijo que ha habido “libros malditos en toda la historia, libros que encarcelan la inteligencia, la congelan, y manchan a la humanidad, pero ellos quedan vencidos por otros, generosos y celebratorios a la vida, como El Quijote, Guerra y paz, las novelas de Pérez Galdós, todo Dickens, todo Chéjov, todo Shakespeare, La montaña mágica, el Ulises, los poemas de Walt Whitman y los de Rubén Darío, Leopardi, López Velarde, Rilke, Pablo Neruda, Octavio Paz, Antonio Machado, Luis Cernuda, Gil de Biedma y tantísimos más que derrotan a los otros”. Es a ellos a los que hay que voltear.
Nadie puede predecir el futuro, pero los tiempos actuales son un indicio de lo difíciles que serán los futuros. Y cuando éstos lleguen debemos estar preparados para luchar contra la ignominia y los tiranos. Sí, la palabra libro nos acerca a la palabra libre y viceversa. Hay quienes no quieren un pueblo lector porque lo prefieren sumiso; pero también hay los que lo quieren libre; son a ellos a los que hay que asirse. Dentro de toda la gama de posibilidades que existen para ayudarnos a vencer al opresor, está la literatura. Así es: libros para ser libres.
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Escrito por Vania Mejía
COLUMNISTA