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En el mercado hay una variedad enorme de ofertas de entretenimiento, una de ellas son las competiciones deportivas, culturales o de cualquier otro tipo. Algunos ejemplos son, en lo deportivo, el Mundial de Futbol o las Olimpíadas y, en lo cultural, la entrega de los Óscar o del premio Ariel. Las reglas que operan en cada una son distintas y también lo es el espíritu que las anima; sin embargo, todas comparten una característica: se presentan al espectador como contiendas justas. Quien sigue lo que sucede en cualquiera de estas competencias, o en cualquier otra que tenga este alcance masivo, acepta que aunque puede haber injusticias no son la regla general, sino una excepción; un árbitro puede pitar mal durante un partido y contribuir a que un equipo quede eliminado, pero ese tipo de errores son excepciones y no la norma. El espectador acepta que prevalece un terreno justo, que quien participa debe seguir unas normas ya establecidas y que el cumplimiento de éstas será vigilado por una estancia externa e imparcial.
Sin embargo, aunque cada concurso cuenta con reglas para cada persona participante, eso no significa que la competición se dé en un terreno parejo para todas. La premiación de los Óscar aunque tiene reglas establecidas que posibilitan una competición justa, en los hechos no cualquier película puede participar ni las que sí pueden hacerlo lo hacen bajo las mismas condiciones, pues difícilmente una producción con poca inversión puede igualar lo que otra con un capital más grande puede hacer, aun y cuando en ambas producciones exista el mismo talento. En el Mundial de Futbol pasa algo similar, aunque cualquier selección nacional participa en eliminatorias previas al evento, no todas las selecciones cuentan con las mismas oportunidades, deportivas y económicas, para poder salir avante de las mismas; en parte esto explica, por ejemplo, que en las etapas más avanzadas de la competencia se mantengan los mismos países y alguna que otra sorpresa.
Ciertamente es necesario un análisis más específico para señalar las desigualdades deportivas y culturales en cada país y evento, pero ésa no es la tarea de este escrito. Sin embargo, es importante señalar esta desigualdad, aunque sea en términos generales con la intención de desmontar uno de los mitos en los que se funda la sociedad capitalista. En el capitalismo las relaciones entre las personas aparecen como competencias, ya sea por un puesto de trabajo, un lugar en la universidad o el colegio; esta competencia social es parecida a las que vemos en televisión o Internet porque también la competencia social tiene sus reglas. Si quieres un puesto de trabajo o en la universidad debes cumplir con ciertos requisitos, tú y quien sea, y si no los cumples, entonces no merecías ese lugar. A pesar de que las reglas del juego parecen estar claras, éste no está jugándose en un terreno parejo, pues cada persona ingresa a él con un contexto de oportunidades distintas que pueden colocarla en una situación de ventaja o desventaja con respecto a las demás.
Tanto con la repetición continua de que las competencias televisadas dirigidas a las masas se dan bajo normas y un terreno justo para cada participante, así como con la reiteración constante de que cada persona debe prepararse para competir justamente contra otras personas, se crea en el imaginario colectivo la convicción de que la sociedad nos da las mismas oportunidades a todas las personas, y que depende de cada una el aprovecharlas o no, reduciendo así el cuestionamiento de las condiciones desiguales en que se desarrollan los miembros de una sociedad y, por tanto, su intención de transformarlas.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.