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Y es a tu nombre, ¡oh patria idolatrada,
que los malvados fraguan tantos daños,
con los que destrozada
aparezcas, e infame a los extraños.
Así apostrofa a la patria mexicana en su oda A la luna en tiempo de discordias civiles, el poeta Francisco Manuel Sánchez de Tagle, quien naciera el 11 de enero de 1782 en Valladolid de Michoacán (hoy Morelia) y terminara su vida en la Ciudad de México el siete de diciembre de 1847). Y agrega, fustigando a los embozados enemigos de la joven nación, antecesores de quienes hoy, desde un gobierno tiránico, fraguan vilezas contra el pueblo organizado en medio de vanas proclamas patrioteras:
Las antiguas heridas aún gotean,
¡y abrirte quieren nuevas, insanables,
los que amarte vocean,
hipócritas, perversos, detestables
La vida de Manuel Sánchez de Tagle abarca grandes hitos de la historia nacional, desde el inicio de la Guerra de Independencia hasta la invasión norteamericana de 1847, y se refleja en sus Obras Poéticas, editadas de manera póstuma. De él dice Pedro Enríquez Ureña en la Antología del centenario (1910): “A pesar de que su prudencia le mantuvo siempre en buenas relaciones con el gobierno colonial, simpatizó con la guerra de separación y al entrar el Ejército Trigarante fue miembro de la Junta Suprema Provisional Gubernativa y redactó el Acta de Independencia, firmada el 28 de septiembre de 1821”. De su simpatía por la lucha independentista y de su toma de posición ante los cambios sociales que le tocó vivir dan cuenta sus Odas heroicas entre las que destaca A la heroica salida del Benemérito General José María Morelos por entre el ejército sitiador de Cuautla Amilpas, extenso poema en el que el autor canta la hazaña del cura de Charo, quien lograra romper el cerco establecido por las fuerzas realistas del 19 de febrero al dos de mayo de 1812 y que hoy publicamos para deleite de nuestros lectores.
Insólito calor mi pecho inflama
siento en el alma desusado brío:
con imperiosa voz la cara patria
cantar me manda sus heroicos hijos,
y el divino valor, y el arte sumo
con que a sus sanguinarios enemigos,
en lid tan desigual vencer supieron
legando asombro a los futuros siglos.
¡Sombras amigas, tenebrosa noche,
madre del sueño, y del sabroso olvido,
que la creación reparas descaecida,
y eres a la fatiga único alivio!
¡Cuando aún los tigres y alimañas yacen
bajo tu cetro de ébano adormidos,
el hombre solo, con el ojo atento,
persigue al hombre; ni el menor resquicio
de esperanza o de bien dejarle quieren
su inmortal rabia y odio vengativo!
¡Oh noche! torna los brillantes ojos
al desolado Anáhuac, mira el sitio
do un puñado de bravos invencibles
resiste del Averno el poderío,
cansa miles de crueles, y supera
su furor, sus ardides, y sus tiros,
superior a la muerte que en mil formas
le presentan el tiempo y su enemigo,
sin dejarle momento de descanso,
ni entre ignominia o muerte algún partido.
¿Qué, se rindieron ya? ¿la peste acaso…
el hambre… la sed, y el número infinito
de balas y de males que contra ellos
setenta días, y más, le han dirigido
la encruelecida suerte, y atroz bando
de viles y pagados asesinos,
hundieron la esperanza de la patria,
su único apoyo en el sepulcro frío?
Alto silencio en los espesos bosques;
alto en los montes, en el valle y río;
hasta los vientos el aliento enfrenan,
nada se mueve, nada, ¡oh caos antiguo!
el genio del pavor en negra nube,
sobre los labios puesto el dedo frío,
abre los ojos más y más, y en vano
busca cuerpo en las sombras, o algún ruido,
su atenta oreja, que otro no percibe
que de su pecho el desigual latido.
¡Ay de morelos!, ¡ay de la aguerrida
gente, que en mil encuentros sostenidos
de honor llenaron a la cara patria,
su sien ornando del laurel divino!
Cuautla termina sus heroicas vidas;
Cuautla sepulta su valor invicto.
¡Júbilo cuánto para el bando opuesto!
¡Cuánto placer a su feroz caudillo!
Ellos locos dirán: “no se rindieron,
mas de nuestro valor víctima han sido”.
“No así, no así: mil bocas infernales
con espantable horrísono estallido,
lanzan a un tiempo silbadoras balas,
el valle atruenan con letales ruidos,
y con pálidas luces succesivas
mas horrorosas tornan los sombríos.
¡Oh loco delirar, vana soberbia,
que el patriótico esfuerzo has combatido,
y con inmunda boca saboreabas,
de antemano sus últimos residuos!
Mira al héroe de Anáhuac y a sus huestes
mayores más en el mayor peligro;
jamás domados, y medrosos nunca,
con orden marchan, y Mavorte mismo
al héroe lleva de la diestra mano,
y guía a los suyos con potente auxilio.
¿Do las trincheras en que tanto fiabas
y los aprestos del porfiado sitio?
¿Qué te valieron las espesas bandas
de fanáticos crueles y malignos
que una vez y otras derrotadas antes
aún te eran compañeras en delirio?
Ni posible siquiera imaginaron,
tan heroico valor y alto designio.
Por donde más el enemigo astuto
había agregado estorbos esquisitos,
al arte fatigando, y a los suyos,
y puesto de sus tropas lo escogido:
por allí rompe el héroe valeroso
y da a sus gentes cómodo camino.
En vano, en vano perseguirle quieren,
o perturbar la marcha que ha emprendido,
por buscar solo a su querida gente
contra la hambre y la peste, grato asilo.
¡Ay del que osado se acercare un tanto!
¡Ay de los mas resueltos y atrevidos!
la muerte encuentran infaliblemente
de nuestros héroes en los duros filos;
y cual los gozques que al mastín persiguen
si a ellos torna una vez, despavoridos
toman la huida, y aun a gran distancia
del can robusto temen los colmillos;
así medrosos, tras de intentos caros,
se tornen los realistas confundidos.
¡Salve mil veces, noche venturosa
que al héroe diste saludable abrigo!
Gózate, ¡oh Patria! de los héroes cuna,
viendo ya salvos a los mas queridos:
hoy tu sien orna su mayor hazaña,
en su loor suenen inmortales himnos.
…
Nunca ha sido la poesía ajena a la realidad; evadir los temas políticos para decantarse por asuntos triviales o de menor compromiso también es una postura estética; y si esto vale como generalización, en el caso de México, poesía y política han ido siempre de la mano, como arma de combate o defensa de personajes y clases sociales. Con Manuel Sánchez de Tagle se cumple también esta ley: descendiente de una familia criolla, ilustrado y sensible, tuvo el tino de celebrar la transformación de la Nueva España en república independiente y convertirse, de alguna manera, en cronista de gestas como el Sitio de Cuautla o de llorar con sincero dolor, en sus Elegías, la muerte de los hombres más ilustres de aquel periodo.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.