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La estética soviética: Mijaíl Lifschitz
En sus escritos demuestra la importancia del análisis del arte en la transformación del mundo y la necesidad de crear ideas estéticas contrarias a la ideología dominante.
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Mijaíl Lifschitz, nacido en la antigua Unión Soviética, fue un filósofo marxista conocido sobre todo por sus análisis en el campo de la estética. A lo largo de sus escritos, se percibe su compromiso con la revolución socialista, a pesar de la naturaleza de su trabajo; pues investigaba en una rama no tan explorada por los manuales de la filosofía soviética. En sus escritos demuestra la importancia del análisis del arte en la transformación del mundo y la necesidad de crear ideas estéticas contrarias a la ideología dominante; pues creía que en el campo de la estética (o lo que Hegel llamó “filosofía del arte”), también debe darse la batalla porque las artes forman parte de la educación de las masas y, por tanto, es necesario enseñarlas para crear una nueva forma de ver y pensar el mundo.

Son dos textos de Lifschitz sobre los que hay que llamar la atención, pese a su aparente contradicción: La filosofía del arte de Karl Marx y El arte y la ideología. En el primero, complejo por la naturaleza del tema, analiza párrafos donde Marx habla del arte con el propósito de deducir de ellos una teoría marxista general del arte. En el segundo, más amigable, aborda expresiones artísticas y su relación con el sistema de producción dominante. El capitalismo, afirma, también tiene necesidad de una concepción del arte; éste es una de sus armas más eficaces para penetrar en la conciencia de la gente y, para demostrar esta tesis, explica con detalle el significado y la importancia del modernismo, corriente artística nacida en las mieles del capitalismo. Su intención no es negar las aportaciones de éste, sino analizar sus problemas y contradicciones para aclarar sus propuestas sobre la realidad.

Los aportes de Lifschitz en la divulgación teórica marxista lo llevaron a trabajar en el Instituto Marx-Engels, donde conoció a George Lukács, otro difusor de la teoría marxista del arte, con quien entabló una gran amistad. La correspondencia entre estos autores es una muestra de su compromiso político y de las preocupaciones intelectuales, que siempre engarzaron con el movimiento revolucionario de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Llegó la Segunda Guerra Mundial y, con ella, una dura prueba de compromiso revolucionario. Fiel a sus convicciones, se enlistó voluntariamente en la marina soviética; no reportó novedades en los frentes de batalla; fue capturado por los alemanes y se libró de ser asesinado. De regreso a su labor teórica, en los años 50, entabló amistad con Évald Iliénkov, destacado filósofo soviético que enriqueció su pensamiento y con quién colaboró en numerosos artículos.

A la muerte de José Stalin, apoyó al nuevo gobierno pensando que los tiempos serían buenos para luchar contra los dogmas desarrollados en la época anterior, pero sus opiniones eran muy distintas a las de los antiestalinistas liberales. Lifchitz pensaba que las decisiones del exlíder soviético habían estado supeditadas a la compleja realidad rusa y que era a través de éstas como debía analizarse el desempeño de Stalin. A lo largo de su vida el filósofo debió superar la difícil combinación entre el análisis de los problemas teóricos del marxismo y los problemas cotidianos de la URSS.


Escrito por Alan Luna

Columnista de cultura


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