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Italia está inmersa en una tormenta perfecta: conservadores, ultraderecha y populistas abandonaron al primer ministro Mario Draghi, habrá elecciones adelantadas y, en septiembre, posiblemente ese país se mantenga como el “laboratorio de la extrema derecha” de Europa con una mujer orgullosa de su ralea fascista. Paradójicamente, esta ideología excluyente avanza en sectores con escaso capital intelectual, adoctrinados contra la izquierda, pese a que son víctimas de la crisis económico-sanitaria y las duras condiciones que Roma y la Unión Europea (UE) les han impuesto.
Víctima de un sistema político en constante inestabilidad, Italia es el país que, en 35 años, ha tenido 23 gobiernos. Cada año y medio, un nuevo primer ministro ha llegado al Palazzo Chigi y, desde 2008, los ciudadanos no eligen a su jefe de gobierno. Esta permanente crisis política generó la desconfianza ciudadana con la que lucra la derecha radical.
La caída del breve gobierno de Mario Draghi (13 febrero 2021- 21 julio 2022), se produjo en un espinoso contexto nacional y externo: en plena crisis intra-europea por el conflicto en Ucrania, el alza en los precios de energía, alimentos y servicios, la inflación que se desboca y las sucesivas olas de Covid-19.
En 2021, el presidente italiano Sergio Mattarella recurrió a Draghi, exjefe del Banco Central Europeo (BCE), para sacar a Italia del drama por la pandemia. Esperaba que sentaría las bases para disponer del fondo de recuperación de la UE para reanimar la economía del país: unos 190 mil millones de euros (214 mil millones de dólares).
Para algunos, él encarna los excesos de Wall Street. Entre 1996 y 2001, Draghi respaldó las grandes privatizaciones y en 2002 estuvo en el directorado de Goldman Sachs, cuando se le acusó de disfrazar las cuentas de Grecia.
Ya como premier, el economista romano formó una coalición de Unidad Nacional con casi todos los partidos del Parlamento, con excepción de los ultras Hermanos de Italia (Fratelli d’Italia), de Giorgia Meloni. La prensa fue benigna con Draghi; The Economist lo calificó como el primer ministro “más competente y respetado a nivel internacional”.
Asociaciones civiles de diversos sectores, sindicatos y patronales, y hasta la Iglesia Católica, respaldaban su continuidad. Confiaban en él en medio de la severa crisis del país mediterráneo, y cuando se preparaba el presupuesto del 2023. Sin embargo, tras su salida, es previsible el arribo al poder de la ultraderecha.
Ante la caída del premier, analistas y medios internacionales eluden hablar del reposicionamiento de las fuerzas más radicales. En contraste han optado por atribuir a Rusia y a su presidente Vladimir Putin esta crisis política y el eventual triunfo electoral de la líder de Hermanos de Italia, Georgia Meloni.
Posible influencia rusa en la caída de Draghi, titula The Objective; Bruselas teme que Italia se convierta en el talón de Aquiles de la UE frente a Rusia, escribe El País. Italia, la pieza con la que sueña Rusia, publica La Vanguardia y el reaccionario ABC afirma: Las mafias de Italia y Rusia sueñan con el gran negocio de la guerra.
Tan temerarias insinuaciones sentaron muy mal a Moscú que, en 2020, –en el peor momento de la pandemia– brindó ayuda médica y técnica a los gobiernos de Giuseppe Conti y Mario Draghi. El jefe del Kremlin envió a Bérgamo –epicentro de los contagios en Italia y Europa– caravanas de camiones y jeeps con ayuda que salvó vidas italianas.
Soldados rusos entregaban a las autoridades locales equipos, insumos y las valiosas vacunas, mientras enfermeros y médicos llegados de toda Rusia atendían a sus pacientes italianos en hospitales móviles.
Por ello, cuando Roma abandonó su rol de puente entre Europa y Rusia, y se sumó al castigo occidental por su acción en Ucrania, el Kremlin manifestó su desagrado. Además, hay que recordar que el 40 por ciento del gas que consume Italia proviene de Rusia.
Detrás de esa rusofobia está la resistencia de Estados Unidos (EE. UU.) y la UE por admitir que sus políticas neoliberales y racistas abrigaron a la ultraderecha italiana. Para Washington, un giro brusco en la tercera economía de la Eurozona significaría no acceder a la base aérea en Aviano.
Y para el pueblo italiano, la actual coyuntura lo vuelve a situar en el abismo político; pues Draghi infravaloró la capacidad autodestructiva de su clase política y sobrevaloró su aura de prestigio, apunta Daniel V. Guisado.
Esto sucede en Italia cuando solo el 13 por ciento confía en los partidos y concede más confianza al presidente, cuya figura es la de un árbitro frágil.
La implosión
El gobierno de Unión Nacional terminaría en marzo de 2023; pero la coalición (de derecha, izquierda y populistas) rechazó el llamado Draghi a respaldar el programa de recuperación de la pandemia con fondos de la UE. Por ello, el premier renunció, pero el presidente Sergio Mattarella no aceptó.
Lo instó a rehacer su coalición en el Parlamento. Draghi regresó al Senado, pero le retiraron su confianza sus tres principales socios: la conservadora Forza Italia (FI), de Silvio Berlusconi, la ultraderechista Liga, de Matteo Salvini y el populista Movimiento 5 Estrellas (M5E), de Giuseppe Conte.
Del Eurocomunismo al neofascismo
1921-1945. Nace el Partido Comunista de Italia (PCI). Benito Mussolini lo ilegaliza dos décadas. Sus militantes combaten al fascismo y el nazismo.
1947. El PCI tiene más de dos millones de afiliados y gran prestigio. Expulsa a su líder, Palmiro Togliatti, por apoyar el acceso de Italia a lo que sería la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
1949-1950. El Plan Marshall impulsa la economía.
1970-1978. El PCI es el mayor partido comunista occidental; lo desprestigian la derecha y la OTAN. Nacen las Brigadas Rojas contra el Estado y el reformismo del PCI. Las Brigadas Rojas se reorganizan y se les atribuye el secuestro y asesinato del expremier Aldo Moro.
1980-1983. Años de Plomo: Crisis económica, ataques extremistas (Estación de Bologna). Tras 50 años, cae la Democracia Cristiana. Liberales y socialistas se alternan el gobierno.
1984. El PCI es el más votado con 12 millones de votos. En los años 90 se autodisuelve tras la caída del bloque socialista europeo.
1990-2000. Asciende la centro-derecha de Berlusconi; se le opone la centro-izquierda de Romano Prodi.
2005. Berlusconi, que se distanció de Washington por la guerra en Irak, se reúne con George W. Bush.
2008-2015. Tras 42 meses de recesión Prodi renuncia. La Liga Norte obtiene 60 diputados y 20 senadores.
2010. WikiLeaks publica 102 cables secretos y muestran a EE. UU. irritado por la relación entre Berlusconi y Putin.
2011. El presidente Giorgio Napolitano articula la salida del gobierno de Berlusconi y la llegada del economista Mario Monti.
2015. Crisis migratoria. Italia ya es destino principal de refugiados.
2017. Mayoría a la autonomía en referendos de Véneto y Lombardía. Líderes de la Liga Norte presionan con escindirse de Roma; pacto financiero para no hacerlo.
2018. Terremoto político generado por el gobierno de Matteo Salvini de la Liga. Italia es el primer país de la UE que ingresa a las iniciativas chinas de la Ruta y la Faja.
2019. Giuseppe Conte (M5S) es primer ministro y pacta con el Partido Democrático, de centroizquierda.
2020. El Covid-19 hace de Italia el epicentro europeo; de ahí surgen los casos en México y Brasil. El expremier Matteo Renzi presiona y hace caer a Conte.
2021. El presidente Mattarella nombra a Draghi como primer ministro. La prensa alaba que Italia crezca más de la media en la UE y su gestión de la pandemia. La derecha intenta que Berlusconi sustituya al presidente en febrero, cuando acaba su gestión; esa trama fracasa porque Mattarella es reelecto.
El expremier Mario Monti advierte que populismos y nacionalismos son riesgosos para la integración europea.
El Palacio del Quirinal, sede del Parlamento, escenificó esa señal del cansancio de una incómoda asociación de 17 meses con el premier y una crisis que cubre de incertidumbre el futuro político de Italia, explica Nicole Winfield. Fue así como Draghi renunció de nuevo y se le aceptó.
Por ello, Italia irá a elecciones anticipadas el 25 de septiembre, con lo que se cumple el requisito que la ultraderecha necesitaba para retomar el poder. La crisis en Europa del Este y la pandemia han propiciado el fortalecimiento del viejo espíritu autodestructivo del parlamento italiano, escribe el analista Daniel Verdú.
Draghi propuso el Decreto de Ayudas, que desgastó su relación con el M5E y su líder Mario Conte, quien consideró que ese plan minaba su estrategia política. A su vez presentó un Plan de Nueve Puntos que defendía la renta mínima y el Superbono para italianos necesitados. Como no hubo acuerdo, Conte abandonó a Draghi y aprovechó para resurgir políticamente, estima Cesare Zapperi.
En el escenario político italiano no hay contrapesos. El centro político no tiene con qué competir y la centro-izquierda del Partido Democrático (PD), no concretó un Frente Amplio Progresista con el M5E.
Y la izquierda radical ha sido incapaz de influir y trazar un plan contra el descontento y la incertidumbre popular. De ahí que el secretario del PD, Enrico Letta, admita: “Estamos ante un cambio total de paradigma”.
Fascismo ubicuo
El 30 de julio, Italia conmocionó al mundo con el asesinato del vendedor nigeriano Alika Ogorchukwu, en Civitanova Marche, provincia de Macerata. El crimen, cometido a pleno día ante la indiferencia de las personas que se hallaban cerca, llevó a los políticos –que hacen campaña para las elecciones de septiembre– a condenar los hechos. Este evento exhibió la violencia extremista contra los inmigrantes, de la que no es ajena la derecha.
Históricamente, el norte ha sido sede del fascismo y separatismo italianos. Esa región de la península, la de mayor desarrollo industrial, que se siente más austriaca o alemana que italiana y donde se fabrica el made in Italy, tiene la mayor tasa de suicidios en el país.
Ese norte, que se descubrió tan precario como los españoles, griegos e irlandeses, fue conquistado por la Liga Norte de Bossi, que ya era un partido nacionalista vinculado al neofascismo europeo. Adoptó el término Padania para denominar a la región como un espacio autónomo y ultranacionalista, pero lo abandonó en 2013.
Ahí, Fuerza Italia de Berlusconi, Il Cavaliere, se coaligó con la Casa de la Libertad en 2000, y lo hizo con la derecha conservadora y postfascista, al unirse durante 2009 en el Pueblo de Libertad. Como primer ministro, el magnate milanés legitimó –y adoptó– la agenda de estas sectas radicales, entre ellas la ley Bossi-Fini de 2002.
La derecha de Salvini, Berlusconi y sus socios, rechaza el Estado social, estigmatiza a los pobres, es euroescéptica, se opone al euro, es escisionista, ultraderechista, ultranacionalista, exige la desregulación, la reducción de impuestos a los ricos, el cierre de fronteras y una economía liberal autoritaria.
Con estas ideas, la Liga se extendió en el sur y atrajo a sectores que rechazaban a la izquierda: comerciantes, pequeños empresarios y trabajadores autónomos, obreros del sector privado o mayores de 45 años que se hallaban cada vez más pobres y temían por su futuro, apunta Stefanie Prezioso.
La derecha se apropió de lo que Ernesto Laclau llamó los “vacíos insignificantes” y apuntaló su hegemonía ideológica con vocablos como libertad, igualdad y universalismo en la población menos educada, a las que Pierre Bordieu denomina “la clase media con escaso capital cultural”.
Hacia estos sectores, y a una generación cognitivamente menos sofisticada, han perfilado su estrategia de comunicación Berlusconi, Salvini y Meloni. La telebasura se dirige a poblaciones propensas a votar por la derecha, explican en su estudio: Paolo Pinotti, Andrea Tesei y Rubén Durante, publicado en la American Economic Review.
Fue así como, en 2013, la Liga Norte, de Matteo Salvini, ganó el 82 por ciento de los votos en Friuli, Romaña y Liguria y desplazó a Umberto Bossi en el partido, aunque debió pagar multa por corrupción de 49.8 millones de euros, lo que no era nuevo en Salvini porque, en 1998, fue condenado a ocho años por financiación ilegal (sobornos).
Tras los disturbios neofascistas contra el “pasaporte Covid”, en octubre de 2021, partidos de centro e izquierda aprobaron disolver a los grupos de inspiración neofascista. Pero la derecha –que tiene la mitad del Consejo de Ministros– reclamó que también debía condenarse la violencia histórica “contra millones de cristianos”.
La Liga, integrada por Fuerza Italia, Unión de Centro, Nosotros con Italia y ¡Cambiemos! ha pavimentado el camino a Hermanos de Italia (HdI), de Giorgia Meloni, heredera directa de los rescoldos del posfascista Movimiento Social Italiano (MSC), un partido semejante al VOX de España.
Hoy, Meloni tiene el 23 por ciento de las preferencias para la elección del 25 de septiembre y sus socios, la Liga y Fuerza Italia, disponen del 14 por ciento y ocho por ciento, respectivamente, informa Javier Brandoli. El éxito será suyo si va con Berlusconi y Salvini; y en octubre llegaría a Roma un gobierno igual al húngaro de Viktor Orbán, anticipa Steven Forti.
Los favorece una ley electoral bizarra (el rosatellum), promovida por el diputado del PD, Ettore Rosato. Esta legislación establece que el 61 por ciento de diputados se elegirá con el sistema proporcional y el 37 por ciento con el sistema mayoritario, y se reducirán de 630 a 400 diputados y de 315 a 200 senadores.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.